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Ghost Rider, de Neil Peart

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Libros

A Neil Ellwood Peart, fallecido el 7 de enero de 2020, lo hemos conocido principalmente como el letrista y baterista de Rush, la famosa banda canadiense de Rock. Sin embargo, también se dio el tiempo de escribir varios libros.

Cuando Rush se retiró de los escenarios, en 2016, los planes de Neil incluían escribir y dedicarse a su familia. Ocho meses después de su último concierto, comenzó a experimentar los síntomas de lo que posteriormente se convertiría en la razón por la cual perdería la vida: de repente no podía encontrar las palabras para llenar su crucigrama dominical.

He leído y apreciado las letras de sus canciones, algunas más que otras, y aún me quedan muchas por descubrir y disfrutar, porque la vorágine de la vida diaria me ha impedido, por ejemplo, prestar atención a las letras de Clockwork Angels, el disco número diecinueve de la banda, el último trabajo de estudio que lanzaron.

Su muerte me pegó, y el sentimiento de pérdida acude a mí cada vez que lo veo en algún video, o escucho una de sus canciones.

Poco después de su partida, finalmente me decidí a adquirir uno de los libros que escribió. Quería, aún quiero, saber más de él.

Elegí Ghost Rider, Travels On The Healing Road, que más o menos se traduce como Navegante Fantasma, Viajes en la Carretera Curativa. Antes de este había publicado uno más: The Masked Rider, Cycling in West Africa (1996).

Ghost Rider, como seguramente recordarán los seguidores de Rush, es una de las canciones del disco Vapor Trails (2002), el disco con el que Neil se reintegró a la música junto a sus compadres Geddy Lee y Alex Lifeson, después de haber vivido el episodio más doloroso que, en mi opinión, puede vivir un ser humano: la pérdida de un hijo; en el caso de Neil, la muerte de su joven hija Selena.

Ghost Rider inicia precisamente con ese episodio.

La mañana del 10 de agosto de 1987, Selena se despidió de sus padres de la casa familiar en Quebec, para manejar a Toronto; iba a comenzar en septiembre la Universidad. Esa misma noche, un oficial de policía anunció con pesar a Neil y a Jackie, mamá de Selena y compañera de vida del baterista, que Selena había sufrido un accidente mortal en la carretera.

En junio de 1998, Jackie falleció de cáncer, y Neil se sintió desolado. Poco antes de fallecer, Jackie le dijo que “seguramente se montaría en su motocicleta” cuando ella ya no estuviera, y que estaba bien. La terapeuta que lo ayudó en esos aciagos meses le recomendó llevar consigo una libreta de apuntes para escribir “cartas a Selena”, una técnica para sobreponerse a la pérdida.

Un año después del fallecimiento de Selena, el 20 de agosto de 1998, Neil se montó en su motocicleta BMW R1100GS, roja, regalo de Jackie. Se había propuesto cuidar de lo que él llamó su “pequeña alma bebé”, el impulso que lo mantenía con vida. Se lanzaría a la carretera, hacia el Oeste, sin destino aparente, intentando encontrarse en el trayecto.

Decía al principio que mi intención era conocer más acerca de este héroe mío. A lo largo de las 460 páginas de Ghost Rider así fue, y mi sentimiento de pérdida se acrecentó. Me toca ahora explica por qué.

Conforme pasaba las páginas, algo me quedaba cada vez más claro: Neil era un tipo como cualquiera de nosotros, que logró que su arte se convirtiera en su medio de vida y en su fuente de ingresos, trabajando duro.

Sabía que adoraba leer, lo hacía con fruición, y que ansiosamente buscaba hacerse de cada vez más conocimiento; que le gustaba viajar y conocer lugares.

Pero ignoraba tantas otras cosas de él.

Por ejemplo, ignoraba que era un experto ornitólogo; que a través de sus viajes admiraba la Naturaleza; que era introvertido al grado de estar feliz cuando nadie lo reconocía; que escondía su timidez bajo una cara de pocos amigos, y en los conciertos una aparentemente inexpresiva, aunque en cada batacazo dejaba el alma y mostraba sensibilidad, virtuosismo.

También ignoraba que era generoso, muy generoso, con aquellos (pocos) que él consideraba como amigos. Brutus, su habitual compañero de viajes, encarcelado por un negocio que le salió mal y que involucraba mariguana, ocupa una extensa porción del libro, y así nos enteramos de lo anterior.

Tal vez lo más sorprendente fue leer que, con el ritmo de vida que tenía, sus recursos económicos no eran ilimitados, y que su asistente debía siempre jalarle las orejas cuando se pasaba.

Neil Ellwood Peart era un tipo como cualquiera de nosotros, que alcanzó la cima gracias a su esfuerzo y al perfeccionamiento de su arte, un perfecto ejemplo de la dedicación como método para lograr cualquier cosa que nos propongamos.

En Ghost Rider seguimos su travesía desde Quebec hasta Alaska, bajando por California, llegando a México y hasta Belice, para luego regresar y viajar desde México por avión a Toronto, recuperar su moto y regresar a California, cubriendo distancia y acompañándolo durante un poco más de un año de su vida.

Mientras los kilómetros transcurren, las páginas se llenan de recuerdos, de gente que va conociendo, del apapacho que va dando a su “pequeña alma bebé”, de sus observaciones de la Naturaleza, de su recuperación, sus recaídas, y de descubrirse a sí mismo a través de sus introspecciones.

Nos platica de los libros que lleva para el camino, muchos de ellos de autores que en mi vida había escuchado nombrar hasta ahora, y que seguramente leeré para saber qué le interesó tanto en ellos, de su afición por el whisky single malt MacCallan, y también de algunos pecadillos relativos a las drogas.

El libro concluye contándonos cómo conoció a quien posteriormente se convirtió en su esposa, Carrie, madre de su hija Olivia, quienes estuvieron a su lado hasta su último aliento.

Cuando finalicé la lectura del libro, descubrí que la principal razón de mi tristeza ante su partida se debe a que me fue evidente que Neil era uno más de nosotros, que muchos de sus gestos y actitudes eran tan humanas como las de muchos de nosotros, que buscaba cómo conectarse con los demás, que sus problemas los compartimos muchos. Me hubiera gustado sostener una conversación o un intercambio epistolar con él. Había, hay, tanto por aprender de él.

Al mismo tiempo, me renació el deseo de leer con detalle y analizar sus letras a partir del disco de Vapor Trails porque, como indica al finalizar Ghost Rider: “Algunas veces puedo concebir la noción de que el dolor de perder a Selena y a Jackie fue el precio por haberlas conocido y vivir alegrías junto a ellas. Ignoro si algún día podré aceptarlo, pero lo importante es que hoy abrazo la alegría de haber conocido y ser amado por Carrie. Sin ella Vapor Trails no existiría, ni este libro. Dedicado al futuro, honrando el pasado.”

Me queda el recuerdo de un gran hombre, falible, lleno de humanidad, del cual seguiré conociendo a través de sus letras, de sus libros. Alguien a quien nunca olvidaré por la música y sus letras. Aún me queda mucho por leer sobre él y lo que escribió.

Gracias por tanto, Neil Ellwood Peart.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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