José Juan Cervera
Si la vida está compuesta de aristas perturbadoras que cortan vínculos esenciales, la intuición estética contiene la fuerza necesaria para llevarlos a una posición que, sin ser la de su estado original, extraiga de sus vestigios el aliento necesario para regenerarlos.
El arte literario escudriña los rincones, recorre las sinuosidades de disciplinas afines que, al brindar la vastedad de sus miradas, pueden abrir cauce a la ambigüedad o al desconcierto si no logran encajar en el punto preciso del entendimiento mutuo. Pero todo riesgo entraña también el ansia de remontar las alturas de un vuelo redentor.
Algunas veces el ensayo breve, la nota reflexiva y la crónica literaria, entre otros géneros de discreta factura, acortan las distancias entre campos especializados en los que florecen signos de esclarecimiento humanístico, promisorio en su fecundidad.
Las colaboraciones periodísticas de Santiago Burgos Brito –como las de otros escritores yucatecos de variadas épocas- confirman dicha premisa con textos que el paso del tiempo no ha doblegado sin remedio porque emanan una sustancia que invita a seguir su huella.
Entre remembranzas juveniles y apuntes librescos, el distinguido maestro y jurisconsulto revive una olvidada obra de Herbert Spencer en un artículo que custodian las páginas del Diario del Sureste, medio de prensa del que Burgos Brito fue director durante algunos años. El artículo apareció en octubre de 1966 y se ocupa de El antiguo Yucatán, libro que tradujeron Daniel y Genaro García para su edición mexicana de fines del siglo XIX.
Esa centuria significó un molde propicio para la reformulación de añejos mitos, aunque para ello hubiese sido preciso acicalar la apariencia del científico adusto que buscaba su infalibilidad entre los deslices de los demás. No obstante, las buenas intenciones parecían iluminar estos caminos invadidos de maleza y de prejuicios emboscados.
El positivismo reinó sobre muchas conciencias, dictó cátedra y avivó el debate de las ideas; a los turiferarios de viejos ídolos les produjo escozor, poniéndolos en guardia. Spencer fue una de las figuras más prominentes de aquella corriente de pensamiento que resultó innovadora en su tiempo.
El libro que comenta el maestro Burgos Brito constituye un conjunto de extractos de diversos autores que aportan información sobre los antiguos pobladores de Yucatán, sus sistemas de organización social y otros rasgos distintivos. Entre sus fuentes figuran textos de Diego de Landa, Bernardo de Lizana, Diego López de Cogolludo, Frederick Catherwood, Manuel Orozco y Berra y varios más.
Por tratarse de una colección de citas, si bien ordenadas en divisiones temáticas, la obra sugiere la idea de formar un material que serviría de base para la ejemplificación de conceptos, a manera de los que Spencer desarrolló en libros de aliento interpretativo, como aquellos que le dieron fama en el campo de la sociología, en los que se auxiliaba de referencias etnológicas e históricas.
Dice el crítico yucateco: “El solo nombre del sabio inglés me retrotrae a mis tiempos de preparatoriano en el Instituto Literario del Estado. Vivíamos la época del positivismo filosófico y, como era natural, los textos predilectos llevaban las firmas de Herbert Spencer y de Stuart Mill. El maestro don Arturo Escalante Galera, noble y culto, se esforzaba para hacernos comprender las excelencias del sistema imperante, que a nosotros nos satisfacía a las mil maravillas.”
El licenciado Burgos Brito echaba de menos una nueva edición de la obra, pues para entonces ya habían transcurrido sesenta y ocho años desde que la Secretaría de Fomento la había publicado en México en 1898.
Por fin, en 1980, el escritor José Díaz Bolio imprimió una edición facsimilar, que el autor de Tipos pintorescos de Yucatán ya no pudo ver porque su deceso había acaecido diez años antes. Sin embargo, su recomendación de leer de nuevo a Spencer debe aceptarse como una tarea ineludible, por todo lo que puede hallarse de provecho entre sus páginas, aun sin concordar plenamente con la metodología y con las ideas del pensador decimonónico.