Aída López
Las detonaciones de armas de fuego la hicieron saltar de su asiento. Estaba tomándose una margarita en compañía de Vitto, un italiano que se ligaría esa noche.
Marcia, en compañía de tres amigas, había viajado a la Riviera Maya para despedirse de la soltería. No solía tomar alcohol, así que con la segunda margarita se mareó y por ello se negó a bailar.
Eran cerca de las tres de la madrugada cuando la gente de la fiesta comenzó a correr. Marcia atravesó el fuego cruzado hasta llegar a la playa. Ahí se escondió, dentro de una embarcación de madera que se encontraba a pocos metros del sitio. Los nervios la hicieron olvidar al italiano y a las amigas.
En ese momento se le vino a la memoria Tomás, el que sería su esposo, si salía bien librada del infierno en el que se encontraba.
Marcia comenzó a llorar. El murmullo del mar opacaba los gemidos.
El celular lo había dejado en la mesa. No tenía forma de comunicarse y eso la aterró. Cualquiera podía hacerle algo en ese lugar abandonado en medio de la nada.
Se le vino a la mente un día que, estando en medio del monte, comenzó a llover y se tuvo que resguardar en una cueva. La diferencia es que en esa ocasión estaba con sus primos, cazando mariposas.
Marcia estaba absorta en su recuerdo cuando una voz la hizo regresar al presente: “¿Estabas en la fiesta?” preguntó un hombre mayor, vestido de blanco, con su perro. “No te asustes,” dijo con voz complaciente.
Marcia sintió cierto alivio; el hombre le parecía familiar y el perro también. Se incorporó: él podría ayudarla a volver al departamento que había rentado con sus amigas.
“Puedes venir a mi casa. Está sobre la playa,” le dijo, mientras la tomaba de la mano para que abandonara la embarcación.
La chica, algo desconfiada, caminó con el hombre. Le pareció eterna la distancia hasta que al fin llegaron a la casa que, como el hombre, también estaba vestida de blanco.
Cuando entró al lugar, quedó sorprendida al encontrarse ahí a familiares y amigos que lloraban.
Dos perros que tuvo en la infancia caminaban entre la gente.
Tomás estaba desconsolado, llorando frente a un ataúd rodeado de coronas de flores, también blancas.
Lloraba por ella…