Editorial
Los técnicos y especialistas calificados han vaticinado que, a partir de este 5 o 6 de mayo, nuestro indeseable invitado, el Covid-19, comenzará a despedirse de sus innumerables centros de visita, donde su presencia ha sido inaguantable, llena de pesares y angustias, cuando no de lágrimas y dolor.
No han sido pocos los países afectados. Tampoco puede determinarse una tabula rasa de su recorrer geográfico a lo largo del cual ha venido dejando, como triste recuerdo de su visita, angustia, muerte, dolor y lágrimas.
La humanidad no había enfrentado una experiencia semejante en su cobertura y volumen de personas afectadas y, si hubiese referencia citable, esta sería de características diferentes, posiblemente atribuibles a la pobreza de la población, la carencia de medios para combatir el fenómeno con eficiencia, o la falta de niveles médicos o económicos para afrontar el reto en ese entonces.
En este siglo XXI se cuenta con alta tecnología, medicinas maravillosas, equipamientos médicos de gran volumen y calidad, así como la experiencia acumulada de siglos precedentes en los que, como consecuencia de fenómenos pandémicos, de contar entonces con los recursos actuales, el número de fallecimientos hubiera sido ínfimo.
Como seres humanos, ya viajamos a la Luna, enviamos naves a planetas de nuestro sistema solar, y las sondas espaciales nos informan de condiciones ambientales para posible supervivencia de la raza humana en otros planetas.
En tanto, ahora, una nueva pandemia nos ocupa y preocupa, gana espacios día a día, indetenible.
La tecnología y la fe, aliadas, solo sirven ahora de soporte físico y espiritual a la humanidad, a sabiendas que ni la oración, ni la fe, ni los actos de culto religioso, ni las técnicas médicas y sus tratamientos, han logrado un camino directo para acabar con el malévolo virus. Son refugio espiritual, sí, porque con ellos mantenemos viva la esperanza.
Con las técnicas médicas actuales se disminuye, así sea escasamente, la dureza del flagelo, en tanto se insiste en la búsqueda de una solución efectiva, deseablemente preventiva, contra la presencia del virus.
En tanto, la oración eleva los espíritus y la fe.
Miles de especialistas recorren con urgencia el camino diario de la esperanza para la humanidad en estos días, a través del trabajo en los centros de investigación y la tecnología.
Ambos afirman con sus tareas cotidianas la búsqueda definitiva del tratamiento que todos deseamos sea exitoso para lograr una solución favorable y pronta a la presencia del género humano.