En los antiguos periódicos nacionales reposan muchos fragmentos que nos permitirían reconstruir nuestra historia literaria, tarea que numerosos investigadores han emprendido valiéndose de esas fuentes, aunque ellas todavía reservan incontables sorpresas. Una condición previa para multiplicar los frutos de tan ingente labor es, por supuesto, la preservación de dichos materiales impresos, propósito que algunas instituciones cumplen admirablemente.
Es fácil suponer que los hallazgos aislados que puedan lograrse en semejantes terrenos reclaman la continuidad de esfuerzos, para concatenarlos en un sistema explicativo razonable. Mientras eso ocurre, algunos textos dan vuelo a la imaginación e incitan a responder tentativamente, de la mano de unos cuantos rastros e inferencias, las preguntas que su intempestiva aparición convoca.
Un ejemplo puede contribuir a abonar, generoso, el camino por recorrer. El 1 de diciembre de 1914, en su número 13, el periódico quincenal Alba Gema, que había iniciado sus ediciones en abril del mismo año, publicó el poema “Gris de tedio”, del escritor potosino José María Facha (1879-1942). Este órgano de prensa lo fundó en Mérida el profesor Santiago Méndez Gil, quien se ocupó de dirigirlo. Méndez Gil amaba la literatura, la practicaba y se dio el gusto de adaptarla, varias veces, a sus propias necesidades de enseñanza formal.
El poema indicado, compuesto de versos tetrasílabos, es el mismo que en 1997 estimuló la curiosidad profesional de Ignacio Betancourt cuando lo encontró en una antología que Rodolfo Diódoro Ruiz publicó en 1919 y a la que tituló Del lírico vergel potosino. Dice así: “Un paraje / de pereza / con pobreza / de ramaje. // ¡Gris terraje, / gris maleza, / gris tristeza, / gris paisaje! // En los broncos / yermos troncos, / esperezos: // Y en las bocas / de las rocas / los bostezos.”
Después de las primeras décadas del siglo XX poco se supo de Facha, con lo que el recuerdo del conjunto de su obra fue diluyéndose en la penumbra entre otros motivos porque, durante su juventud, su vida pública estuvo marcada por una fogosa militancia en contra del régimen de Porfirio Díaz, lo que le produjo feroces antipatías e incluso lo llevó a prisión.
Como resultado de su investigación, Betancourt rescató del olvido el poemario Idilio bucólico de Facha, que resultó ser el primero de contenido erótico que se editó en nuestro país, antes que los de José Juan Tablada y Efrén Rebolledo. Después de su aparición en 1900, se hicieron escasas las alusiones a la obra del poeta nacido en San Luis Potosí quien era, por añadidura, sobrino de Manuel José Othón, una de las grandes figuras de la poesía mexicana. Tras valorar los méritos de Facha, Betancourt realizó una segunda edición de su libro, que vio la luz exactamente un siglo después de la primera, e incluso promovió dos más.
En lo que se refiere al poema de Facha que Alba Gema incorporó a sus páginas, cabe preguntarse cuál fue el modo como llegó a manos de los redactores del periódico yucateco. No obstante que el autor potosino murió en 1942, la información disponible permite suponer que, después de la aparición de Idilio bucólico, la censura y el trato represivo que sufrió en su estado natal lo desalentaron al grado de no volver a publicar escritos suyos. Desde entonces pasó a residir a la capital de la República.
¿Fue el mismo Facha quien dio a publicar “Gris de tedio” a Alba Gema, o acaso algún amigo o conocido suyo? De igual manera, podría pensarse que el responsable de la publicación pudo haber tomado el texto de algún otro impreso, aunque no de la antología reunida por Rodolfo Diódoro Ruiz, que comenzó a circular cinco años más tarde. Facha había publicado sus composiciones en otros periódicos, como El Estandarte de San Luis Potosí y la célebre Revista Moderna, y esto seguramente contribuyó a darlas a conocer en otras partes del territorio nacional, porque los sectores ilustrados solían estar atentos de lo que hacían los escritores de otras entidades federativas.
Aunque su nombre tuvo poca resonancia después de su deceso, José María Facha no era totalmente desconocido para sus contemporáneos. Para ejemplificarlo, bastaría recordar que su amigo Alfonso Zepeda Winkfield, modernista como él, le dedicó su libro Alucinaciones en 1903, lo mismo que a Justo Sierra, Amado Nervo y Rebolledo; de igual manera, a él se refiere el guanajuatense Rubén M. Campos en algunas anécdotas que recogió en El folklore literario de México, de 1929.
Quien lea la obra de Facha, reconocerá la calidad estética de su pluma y celebrará con gratitud el acierto de su recuperación, si bien fue preciso que transcurriera una centuria completa para hacerla realidad.
José Juan Cervera