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Existencia lunar

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Letras

Jorge Pacheco Zavala

He visto la luna por última vez.

Nadie podría imaginar que lo que digo es verdad, a menos que estuviese en mis zapatos. Y cuando digo en mis zapatos, lo digo con un sentido pesar que me resulta difícil al creer que la existencia se pueda reducir a una sola idea a modo de oración: Morir es ver pasar la luna como si fuese una noche cualquiera. Morir es fracturar el alma en dos. Morir es pasar por alto la respiración. Morir es habitar en el silencio que no acaba nunca.

Entre la luna y yo hubo siempre una extraña conexión de eventos anticipados, casi diría que proféticos. Como cuando permanecí horas sentado frente a su luminosidad, en espera de que una señal inexplicable me diera una respuesta…

Ellos no debían casarse. Él era mi amigo y ella me miraba con cierto odio. La luna me lo confirmó parpadeando, como si se interrumpiera su natural luz blanquecina. Aunque nunca ha sido su propia luz, ese reflejo que la ilumina tiene efectos trascendentales sobre la humanidad.

Fui el único que levantó la mano cuando el pastor de la iglesia preguntó si había alguien que se opusiera a la unión. Dije con la voz que todos conocían: “Me opongo.” Como un efecto conciliado, las miradas de toda la concurrencia se me clavaron como dagas mortíferas. No fue para menos. La boda se había preparado desde meses antes con la finalidad de que todo fuera exclusivo y perfecto. Temí no ser invitado. Mi historial de portador de noticias de mal agüero me precedía.

Luego de las miradas, el pastor me pidió que pasara al frente a exponer mi argumento. Preguntó, mientras caminaba seguro al altar, si tenía información fidedigna de por qué no debía celebrarse la unión. Yo afirmé con la cabeza, al tiempo que me ubicaba entre los novios.

Hace ya tres años que no vivo en mi casa, mis padres me pidieron amablemente que buscara dónde vivir ya que los infortunios en la familia iban en aumento gracias a mi nueva relación lunar. Me dijeron al salir que tratara de no volver, que una llamada semanal sería suficiente para mantener la comunicación entre nosotros.

Al principio les llamaba cada tercer día; luego, una vez por semana. Ahora, hace más de tres meses que nos les llamo. No contestan mis llamadas desde aquel jueves fatídico en que les comuniqué que mamá moriría en tres días. Lo peor es que murió. En el sepelio, nadie me dio el pésame. Todo mundo parecía huir de mi presencia. Hasta hoy creía que esta capacidad de leer la luna era una especie de virtud.

A pesar de todo, no me arrepiento de haber revelado lo que estaba oculto a la vista, oculto ante futuros que parecían impredecibles.

Finalmente, tres meses después de haberse casado, firmaban el acta de divorcio. La luna no miente.

Ahora me encuentro olvidado, sin hallar un solo resquicio de afecto.

He visto la luna por última vez.

No volveré a contemplar su línea delgada. No volveré a ver en su tenue luminosidad otro futuro que no sea el mío que hoy llega a su fin.

Tiraré la cuerda en el árbol más alto bajo esa líquida luz.

Ella cubrirá mi sentencia, como si de nuevo conversáramos al son de los silencios de la noche…

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