Letras
Halfdan Jebe
(Especial para el Diario del Sureste)
En el concierto dirigido por el maestro Arturo Cosgaya tomaron parte gran número de los mejores elementos instrumentales, unidos por el deseo de honrar al hombre cuya personalidad sobresale altamente en el conjunto de músicos yucatecos.
Surge con este acontecimiento el interesante problema de la empresa, es decir, la dirección de instituciones artísticas.
Dejando ésta a la iniciativa estética del soñador, va directamente al fracaso pecuniario. Dejándolo a la iniciativa del comerciante práctico, la lleva al fracaso artístico.
Lo que interesa al público es el valor artístico. Lo que interesa al artista es, además del valor artístico, el valor de su trabajo que no puede siempre dar gratis pues, aunque soñador, no vive sólo del aire.
Como el problema interesa a todos, una discusión respecto a él sería seguramente de provecho.
Si los músicos fueran buenos comerciantes, no escogerían el peor negocio que hay. Con el advenimiento de la música soberana, el fonógrafo, el cine sonoro, y sobre todo la radio, el problema material de su existencia ha tomado un giro patético.
La situación precaria creada por el furor mecánico ha sumido a todo el gremio de instrumentistas en franca miseria, y los que son más cruelmente heridos son los más sinceros, los que no pensaron en dividir sus energías entre varios oficios.
Parece una ironía que esto suceda simultáneamente con la divulgación nunca igualada del culto de la música.
El arte de segunda mano no puede existir sin el arte legítimo y espontáneo, del cual es la reproducción. Resignarse a ella exclusivamente es lo mismo que resignarse a no usar nuestros brazos, pies y cabeza para llegar, lenta pero seguramente, al cretinismo perfecto.
No nacimos para eso. El concierto que unió a los profesores con la Banda Municipal bajo la batuta del decano de los directores, don Arturo Cosgaya, significa una protesta contra la apatía general que sufren aficionados y profesionales.
Así es como pueden tomarse como de buen agüero el que también se añadiera la sociedad “Amigos del Arte”, representada por la recia personalidad del señor Emilio Puerto Molina, presidente de la mencionada sociedad.
Tenemos que confesar que, por falta de costumbre y ensayos, no llegáramos a acompañar como merece la perfecta y delicada ejecución del artista, que en nuestros días de modernismos perversos y grotescos ha comprendido y sabe interpretar la música cristalina del compositor más perfecto que pisó la tierra.
Y ¿por qué si era Mozart tan perfecto, no nos quedamos sin anhelar más? Porque el arte es vida. Si no se mueve, se muere. Nadie toma parte en él en la forma que le da la gana, sino con el esfuerzo.
Las dos orquestas sinfónicas de Mérida murieron por estancamiento.
¿Saben los amigos del arte apreciar al Ave Fénix, que cada vez que muere se levanta más espléndida que nunca? Esta vez, con confianza en sí misma, se levantó para saludar gloriosamente al hombre, grande y frágil, pero cuya cabeza es capaz de dominar al toro salvaje. Se presentó el Ave Fénix con suntuoso plumaje, dejando al jubilante libre para redactar el programa a su gusto, con obras propias o de su antojo. El señor Cosgaya, con la rara modestia que lo honra, tuvo la gentileza de escoger a los dos primeros clásicos inmortales, Mozart y Beethoven, al uno por su divinidad y al otro por su humanidad, que llegaron al Himalaya de las cordilleras sentimentales.
Dime con quién andas y te diré quién eres.
Cosgaya se reservó de su amplio propio repertorio solamente su Fantasía militar, obra elegante y muy a propósito en nuestros días de patriotismos armados, obra donde se notan felices efectos de coloración sonora.
Pero, en estos días, cuando los rascacielos y los vehículos materiales toman gran tamaño, la orquesta monstruo, vehículo espiritual que soñaba Berlioz, no se realiza fácilmente. Sin embargo, su orquesta parisina de unos quinientos profesores queda como un hecho histórico de valor para el refinamiento instrumental. En este modelo se ha inspirado don Arturo.
Deplorable falta de sentido práctico, se puede decir, en una tierra donde hasta los primeros elementos hacen falta; pero prueba su imaginación musical ilimitada el que compone sus obras idealmente, sin el propósito práctico, inmediato, de oírlas ejecutadas. Admirable ejemplo para muchos compositores que siguen la táctica opuesta.
El elefante pensador que, como sombrío Beethoven, puebla el bosque tropical; el alce de mirada cándida que, como alegre Mozart, anima las estepas nórdicas, tienen que ser raros, porque la economía de la naturaleza no puede mantener muchos de estos gigantes.
La Ley Darwin, la supervivencia del más apto, se impone en el arte como en el reino animal, del cual el arte es una prolongación, así como la espada prolonga el brazo.
A esta economía sabia de la naturaleza se debe la literatura rica de piano, del órgano y de la música de cámara; pero también, desgraciadamente, la tremenda multiplicación de los parásitos, cuyo representante musical más asqueroso es la familia que lleva el apellido de Jazz.
Cosgaya no ha tenido la buena fortuna de tener a su disposición orquestas del tamaño Berliocino, pues su parentesco musical hay que buscarlo en la dirección del gran francés.
Su gran importancia es que ha sostenido los esponsales de grandes ideas universales con los sentimientos vírgenes de su tierra; que ha traído, sobre los brazos extendidos para que no se lastime el alma pura e ingenua de la flora yucateca sobre las piedras del desierto. Su nombre será recordado cuando muchos otros de sus contemporáneos hayan sido olvidados. Y nosotros, sus compañeros en la dura prueba impuesta por la máquina, que bien puede quitar al caballo su pasto pero no su nobleza: nosotros, sus compañeros en sufrimiento, felicitamos a don Arturo el decano, siempre joven, de los maestros cantores yucatecos.
La explotación del arte es un fenómeno antiguo y bien conocido. Como todo lo que existe nace pequeño para agrandarse, también la boca sanguinaria de los vampiros, en nuestros días de democracia y humanitarismo, llega a tomar dimensiones no soñadas ni en el tiempo de los faraones.
Cuando el público se contaba por cientos, se pagaba al artista mejor que hoy cuando, gracias a la radio, el público se ha centuplicado.
La empresa teatral y de conciertos tiene su técnica especial.
El odio profesional no existe entre artistas, pero sí existe en muy alto grado entre las empresas que, con verdadero arte maquiavélico, se dividen para vencer.
Pero el gran arte, como las investigaciones científicas, nunca ha progresado a la sombra del público exclusivamente. Sin la magnanimidad de reyes y mecenas, el tesoro intelectual de la humanidad quedaría lamentablemente reducido.
Con la reproducción de la música por la máquina, una nueva responsabilidad cae sobre los aficionados, los amigos del arte, en aún más alto grado que en los profesionales interesados en conservar la música pura y sana. Ahora más que nunca la música les pertenece.
Sería ir demasiado lejos proponer la fórmula para lograr mejores condiciones artísticas, no obstante haber buenos modelos para ella. Lo esencial es ver si tal idea encuentra comprensión y simpatía. El público tiene la palabra.
Diario del Sureste. Mérida, 17 de mayo de 1935, p. 3.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]