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Estructuras Narrativas No Lineales – IV

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IV

ARCELIA MEJÍA NAVA

Sirvió su taza de café, tomó su chal y salió al pórtico para sentarse en el segundo escalón, mirando al horizonte.

Eran las 5:45 a.m. y la bandera tricolor ondeaba los linderos de su patio frontal, su familia la había colocado a modo de advertencia. “Territorio Cheyene”, ondeaba el estandarte que su padre atesoraba desde la infancia.

Amelia se estremeció recordando la escena, fijando su mirada sobre la cerca a la izquierda de sus tierras.

Cada mañana, desde 1835, la salida del sol sobre aquel pendón, al pie de los oxidados y raídos hilos de hierro que limitaban su propiedad, le recordaban la separación de Texas del gobierno mexicano. Aquellos linderos eran tierra de nadie, ella se quedó en aquel fatídico año.

Las tierras que ahora celaba cada mañana, al lado de su escopeta y su café, habían sido compradas por su familia a inicio del siglo. Todo comenzó en el año de 1805 .

Su padre era gambusino. Ello le había permitido hacerse de una pequeña fortuna, antes de migrar al norte y establecer su humilde finca. En aquel viaje de migración, su familia encontró un sinnúmero de charlatanes que habrían dado todo por un poco del oro del viejo samuel (padre de Amelia). La travesía rindió fruto y el gambusino compró un trozo de tierra muy al norte.

Los ires y venires de la región, al poco tiempo de establecerse, llevaron a la casa a una insólita figura: un alquimista y buscador de ciencia. Era un hombre maduro de cabello canoso, manos arrugadas con gruesos surcos, y ojos firmes y claros de mirada intrigante. Aquel personaje parecía saberlo todo, de modo que Amelia, quien rondaba apenas los 7 años, se aventuró a preguntar:

-¿Se puede imaginar el futuro?

La respuesta que aquel científico le dio aún carcome su mente mientras sorbe el café de cada mañana:

-No solo puedes imaginarlo, puedes ir al futuro en un chasquido y volver. Yo te puedo llevar…

Aquel fue el último día que Amelia vio a su familia. La invitación del hombre misterioso se volvió un huracán sin destino en la espiral del tiempo. La chiquilla de pies polvosos fue Dorothy viajando a Oz, cada nuevo camino era un vagar interminable de aventuras. La última, antes de volver, sucedió más de cien años después de su línea de vida natural. Cuando se instalaron, descubrieron que el futuro no era como lo habían imaginado. Eran las postrimerías de 1975.

-¡Quiero volver! -gritó Amelia, colmada de ansiedad.

En aquel medroso clamor, en un abrir y cerrar de ojos estaba en medio del campo, sola, empolvada de pies a cabeza; tal como en su niñez: sin un alma cerca de ella.

Así comenzó la última de las oportunidades, su último viaje: el “chasquido” se había llevado 32 años de su vida.

Se puso de pie y comenzó su búsqueda…

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