Visitas: 0
Andan por la ciudad, son los llamados divulgadores de la canción yucateca.
Qué curioso: parece que ellos han hecho más por la música vernácula que los propios compositores y músicos y trovadores que todas las noches mantienen la vigencia y la presencia de la música yucateca, que adornan la noche meridana con sus canciones, con el encendido amor de una canción.
Caminan por las calles meridanas, y a cada paso parece ser que esperan que les caiga un chubasco de aplausos, y a cada vuelta de la esquina, ser los recipiendarios de un reconocimiento, diploma o título honorífico. Que la ciudadanía se postre a sus pies en señal de rendición.
Son los santones, los pontífices de la música, danza y trova yucateca.
Hasta el momento no he visto, leído o me he enterado –eso puede ser–, que hayan hecho un libro, alguna aportación a la cultura musical yucateca. Solamente se han dedicado a comentar, agregar, adicionar, acotar y anotar que “tal autor compuso la canción sobre una servilleta y a las cinco de la tarde, sobre una mesa de mármol donde se amontonaban los envases y vasos”, como si eso importara en el ámbito de la belleza y la composición musical.
Ahora, con sus jugosas jubilaciones, sacando provecho de sus trabajos del ayer como servidores públicos, se hacen reconocer o pagar viajes al centro de la república o a Centroamérica.
Uno se hace llamar fundador y creador – es decir, no solo puso las ideas sino que resulta que hasta puso los recursos correspondientes para ellas – de las llamadas serenatas del parque de Santa Lucía, viejo rincón romántico de los que hay pocos; el otro dice que lo es del ballet folclórico de la universidad. Pero de qué sirve proclamarse dueño y creador de una idea cuando ésta ya existía a través de la dirección, voluntad política, y quizá un elemento más – el quinto elemento como ahora le llamamos –, el amor por esta ciudad, por su esencia y ser, y cuando también ya había sido establecida la infraestructura económica, obviamente, para impulsar un espectáculo o evento de la comunidad, convirtiéndose entonces en un espectáculo que únicamente le pertenece a la cultura vivencial y primigenia de los meridanos y los yucatecos.
Si escriben – si “sientan cátedra” los domingos en algún medio – comienzan escribiendo de tal o cual espectáculo, evento, efeméride o manifestación cultural y, conforme avanza la nota, la cortina temática se descorre para dar paso al vanidoso ego.
La conclusión son ellos mismos.
Mérida, la muy rancia y descarnada ciudad vapuleada por sus políticos que se disputan el corazón y piltrafas, y dejan los huesos resecos y dispersos al sol del verano a los escarabajos que aún tratan de llevarse lo que buenamente se pueda.
Juan José Caamal Canul