Letras
José Juan Cervera
La Decena Trágica, esa serie de días críticos y sombríos que en febrero de 1913 llevara a un cambio brusco en el equilibrio de poderes que regía en el país, movió la acción de diversos agentes políticos, muchos de los cuales habían definido posiciones frente a los acontecimientos públicos desde la campaña presidencial de Francisco I. Madero. Al tomar posesión del cargo se recrudecieron contra él los ataques en la prensa y en otros espacios enfocados en la tarea de desacreditar al mandatario ante sus gobernados. Periódicos como El Mañana, La Tribuna, El Noticioso Mexicano, Multicolor, La Nación, El País y muchos otros desataron su encono contra Madero, esto en lo que toca a los medios impresos capitalinos ya que también en los estados de la república pudo observarse la misma actitud, tal fue el caso de La Revista de Yucatán en el sureste mexicano.
Los intelectuales identificados con el antiguo régimen y aquellos que vieron en el programa revolucionario un atentado a sus valores y a su estilo de vida se sumaron a la causa hostil al maderismo. José Juan Tablada (1871-1945) fue uno de ellos. En 1910 publicó la sátira escénica Madero-Chantecler tomando de modelo una obra que Edmond Rostand hizo representar el mismo año en París. La dedicatoria al autor francés ratifica la base formal en que se sustenta y, al igual que en ella, los animales toman parte en el argumento encarnando a los partidarios del prócer coahuilense quien toma la figura de un gallo fatuo, ambicioso y ridículo que al llegar al palenque termina desplumado.
Los tres actos del opúsculo despliegan un empeño sarcástico que roza la procacidad y hace mofa no sólo de la candidatura de Madero sino también de las creencias que lo distinguieron como ciudadano libre de profesarlas: “¡Y si no eres salvador/ni buen vinatero, quía!/¡Ni tampoco redentor,/ni docto en homeopatía!/Al final de esta revista/¿qué te va quedando sano?…/¡Un poco de espiritista/y algo de vegetariano!…/En magnetismos insanos/con paciente estupidez/aplícate tus dos manos/a la mesa en cuatro pies…”
En contraste, una vez consumada la usurpación de Victoriano Huerta durante la cual Tablada fue director del Diario Oficial de la Federación, el reconocido poeta escribió un panegírico del militar jalisciense que traicionó la confianza de aquél que lo comisionara para sofocar el amotinamiento de los acuartelados en La Ciudadela (La defensa social. Historia de la campaña de la División del Norte. México, Imprenta del Gobierno Federal, 1913). En él prodiga halagos que rondan la hipérbole y el ornato servil con tan escaso decoro que muestran la perversión del talento cuando se dilapida en propósitos vanos. Así, pueden leerse pasajes como éste: “Es un arquetipo de lealtad, un sacerdote de honor, un héroe de abnegación y en su marcial figura culminante se concentran los esplendores de esos prestigios, como los rayos de un sol que rompe la noche, se fijan en los basaltos de una cumbre enhiesta.”
La fragilidad del gobierno de Huerta derivó de sus orígenes ilegítimos y por ello, al llegar a su fin, Tablada abandonó el país como lo hicieron otros hombres de letras que comprometieron su apoyo en circunstancias semejantes a las suyas. Él, que tanto proclamó sus convicciones en torno a la inmortalidad del alma y a la expansión de la conciencia hacia esferas inefables, del modo como lo expone en el prólogo del primer tomo de sus memorias, no tuvo reparos en hacer escarnio, en su libelo de 1910, del destacado opositor a la dictadura quien a su modo abrigó ideas afines en ese aspecto.
Entre los recuerdos que Tablada desgrana en La feria de la vida hace la evocación de su amigo el periodista Jesús Rábago; en dicho capítulo reflexiona en torno de lo que denomina “equivocaciones políticas” del redactor de Las Novedades, e hilvana esas ideas con una anécdota que le atribuye “a un individuo” al que Adolfo de la Huerta, cónsul en Nueva York en 1918, le reprocha haber incurrido en esa clase de decisiones erradas. El interlocutor del diplomático –casi podría asegurarse que el mismo Tablada, residente de esa ciudad en aquellos días– le respondió que, en la política, por no ser una ciencia exacta, las equivocaciones son frecuentes. “¡Quién sabe si con el tiempo ser huertista con usted vuelve a parecer equivocación como cuando las tropas americanas estaban en Veracruz!” Y se pregunta unas líneas más adelante si De la Huerta hizo memoria de esas palabras años después, aludiendo sin duda a la frustrada rebelión que encabezó en 1923, cuando se opuso a la designación de Calles como sucesor de Obregón en la presidencia.
Tal vez esos breves párrafos perdidos en las páginas de su libro encierren una discreta palinodia del poeta que denostó a Madero y aduló a quien lo mandó asesinar durante uno de los periodos más convulsos de la historia patria.