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Ensayos Profanos (XXXVI)

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XXXVI

HISTORIA DE LA LITERATURA EN YUCATÁN

(Continuación)

Parecería que toda esta enramada informativa y crítica de la que hago mención habría de conducir al desquicio por retorcidas sendas. Y no ocurre así. La unidad de la obra es admirable y consistente. Se dobla; pero no se quiebra, a pesar de que estuvo amenazada por varios factores adversos: el largo período de su elaboración –cerca de cuarenta años incluyendo algunas interrupciones–, las diferentes épocas que abarca y las comprometidas condiciones físicas –que no las mentales–, del autor. Es sabido que entre el antepenúltimo y el último tomos se interpuso una delicada intervención quirúrgica y que el maestro dio fin a su obra “puesto ya el pie en el estribo con las ansias de la muerte”, ochenta y cinco años a cuestas y una sonda evacuadora de la vejiga. Aquí cabe una breve digresión a modo de anécdota. Su estado de salud era precario. Por esta razón el licenciado, disminuido en su actividad orgánica, limitado en la alimentación puesto que era diabético y con un sinnúmero de restricciones, solía burlarse de su cuerpo roto e inservible. Con sonrisa entre picaresca y acongojada se autonombraba la “cabeza parlante”. Es obvio que no se refería a aquella de bronce o madera, hueca por dentro, que dialogó con Don Quijote en Barcelona gracias al ingenio mordaz de Don Antonio Moreno. Sólo que la cabeza de don José no estaba hueca por dentro, sino llena de pensamientos, inquietudes, vivencias. ¿Qué fuerza oculta lo mantuvo vivo y capaz hasta la culminación de su labor? Es fenómeno observado con frecuencia en el ser humano que lucha por no desprenderse de lo que ama hasta haberlo puesto a buen recaudo. Es el caso de los padres respecto a los hijos inválidos, y aquí se ponía en juego la sobrevivencia de su hijo predilecto, concebido ya, pero aún dentro del antro.

Cerrada la digresión, vuelvo sin mucho entusiasmo al asunto de la unidad amenazada; digo que sin mucho entusiasmo porque la escasez de datos concretos favorece el embrollo.  Entiendo que de entrada el autor pensó en doce tomos, según declaración que hizo en 1970 a la periodista Hortensia Núñez Ramos. También se deduce lo mismo de otras referencias. De ser esto cierto –creo que sí lo es–, su intención era concluir la historia con sus coetáneos. Hasta allí. Tal cosa hubiese significado dejar al margen a numerosos escritores, precisamente los que hoy forman el núcleo de nuestro mundillo intelectual. Quizás no fuera mala idea. Solo cuando el hombre concluye su ciclo vital se norma definitivamente el perfil de su persona y pueden aquilatarse sus acciones sin recurrir a rodeos. Para entonces habrá completado todo lo bueno y lo malo que en potencia podría hacer. En cambio, mientras dura la vida, y más si está de por medio la juventud, las potencialidades serán múltiples en uno y otro sentido. Se puede ir a mejor o a peor. De allá que los juicios anticipados acostumbren ser deleznables.

La concepción inicial del Lic. Esquivel Pren da a los primeros tomos superior estructuración, más acabada forma, mayor firmeza crítica, libertad de pensamiento, revuelo de la imaginación, lenguaje fresco. La disciplina mental se aplica en todo su rigor, sin premura, dando a cada personaje el tiempo y el espacio que corresponde a sus méritos. Don Justo Sierra Méndez se hace acreedor a 182 páginas y el Dr. José Peón Contreras se acredita por entero el tercer tomo. Como no median afectos ni desafectos que distorsionen el criterio, los sentimientos se expresan en forma abierta. El orden cronológico se respeta íntegro, y hay un plan general basado en la clasificación de los géneros. Los últimos seis tomos, por el contrario, se dedican a autores contemporáneos vivos y a veces quisquillosos. No creo que se trate de una selección a vuela pluma ni de comentarios improvisados. Aunque por allá de 1970 el maestro casi había perdido la esperanza de ver impresa su obra completa, no por eso dejó de recabar datos, compilar notas, leer libros de escritores noveles, valorar las tendencias vanguardistas y los cambios del estilo, guardar recortes y elaborar fichas. ¿Con qué objeto? Tal vez pensaba proseguir su investigación a toda costa, resignado a entintarse en vano la punta de los dedos, o a empapelar su escritorio para dar de comer a los ratones.

El esfuerzo durante los últimos años pone a prueba su entereza anímica y lo obliga a exprimir su reserva de energía. En desventaja por la multiplicación numérica de los aficionados a las letras –consecuencia en parte de la explosión demográfica y en parte de la democracia cultural que patrocina Televisa–, no vacila en poner al servicio de la causa el resto de su carga nerviosa. Ya hemos dicho que estos años finales corresponden a una mengua de la salud. Sólo la madurez, su ética, su profesionalismo, lo sobreponen al desaliento. Sin embargo, no logra dominar cabalmente las pasiones, y tal debilidad desvirtúa la certeza de algunos juicios. Además, no puede negarse que ha habido como un prurito, un propósito personal de enmienda, o tal vez una consigna ajena que lo llevan a redrojear a prisa hasta el último rincón de sus cajones y no dejar nada en su escondrijo. De allá que se incluyan en dispareja convivencia las altas cumbres y los modestos cerros. Una mirada retrospectiva descubre algunos nombres injustamente olvidados y los rescata. Medida que –aunque denota buena voluntad– pone en aprietos el orden cronológico y hace trastabillar el plan general de la obra.

Hay otros factores que no deben pasarse por alto y que explican las diferencias que se aprecian entre los doce primeros tomos y los seis restantes. A unos corresponden veinte años de trabajo, según declara el autor. Además su hechura coincide con el apogeo de su estado físico. Viene luego largo receso, años durante los cuales prevaleció la incertidumbre. La edición era una incógnita, casi un sueño imposible. El maestro tocó sin suerte timbres, resortes y puertas. Nadie daba cabida a su demanda. Finalmente, a principios de la octava década, la Universidad de Yucatán tomó a su cargo la publicación. En febrero de 1977, al inaugurarse la “Semana de la Literatura en Yucatán”, fueron presentados quince tomos, tres más que en la concepción original. Parecía completa. Sorpresivamente se nos hizo saber que la obra estaba inconclusa y que quedaban pendientes otros tres, los cuales fueron escritos entre 1977 y 1981, a marchas forzadas y con molestas interrupciones. Su elaboración corre pareja con los mayores quebrantos de salud. Las horas laborables aplicadas a los mismos son insuficientes. En condiciones normales se hubieran multiplicado por dos o por tres. Como el tiempo apremia y el tratado tiene un límite de espacio, los capítulos encogen. En las 899 páginas de los tomos XVII y XVIII comprime el estudio de 103 autores que –ya se trate de consagrados por la fama o de escritores en agraz– son muchos, representan casi la cuarta parte del total. Por si fuera poco, en el mismo espacio aparece el currículo vite del Dr. Rosado G. Cantón (doce páginas) patrocinador material de la edición en su papel de rector, y un extenso ensayo titulado “Ante la cruz que termina el camino” (cincuenta páginas).

¿Qué es lo que ocurre con tales agregados y remates? No es mi intención restar méritos a una obra aclamada y consagrada por la crítica seria y las opiniones sanas, pero cualquier lector sagaz puede percibir las diferencias, el cambio de enfoque, la visión menos aguda de los aconteceres y los quehaceres. La unidad se estremece y se pone en juego su integridad.

Sin embargo, es poco lo que estos titubeos, ajenos a la pericia del autor, mellan la calidad global de su creación. A pesar de los desajustes inocultables, el balance conduce hacia un dictamen más que favorable.

En resumen, puede decirse que la “Historia de la literatura en Yucatán” del Lic. Esquivel Pren es única en su género y difícilmente tenga parangón en el ámbito de la República Mexicana. Bastaría por sí sola y sin más galas para inmortalizar a cualquier autor. Libro complejo que combina la diversión con la enseñanza, la información y el análisis, se significa por su extensión que presupone desmesurado esfuerzo. Básicamente de consulta, nadie duda que han de asomarse a sus páginas todos los investigadores del presente y del futuro. Una y otra vez, quizás por los siglos. Es una historia para la historia de la literatura en Yucatán.

Carlos Urzáiz Jiménez

FIN.

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