XXVIII
EL MÉDICO EN LAS ARTES
Continuación…
¿Tiene el médico sensibilidad artística superior a la de otros profesionales? Eso se dice al menos. Lo sostienen en sus pláticas filósofos de café; lo asientan en sus artículos escritores de buen cuño. Algo ha de haber de cierto en todo ello. Eso sí, en uno y otro caso, se trata casi siempre de escritores y conversadores médicos, o amigos de médicos. Y vienen luego las especulaciones tratando de explicar el hecho: que si el amor al prójimo, que si los contactos con la muerte, que si la incógnita del más allá y qué sé yo. Pamplinas.
Los médicos somos materialistas como el que más. Barro puro. Y los hay de cobre. No he sabido que el ejercicio aislado haya cambiado jamás las inclinaciones naturales, es decir, que un pragmático recalcitrante, por la sola vecindad del dolor o de la muerte, por la evocación de Apolo, o por la lectura del Juramento Hipocrático, se hubiese vuelto de la noche a la mañana lirida, arquitecto, Orfeo o escultor. No, señores. Se nace con lo que se es y se sigue siendo toda la vida, con las inevitables modificaciones que las circunstancias impongan al modo de ser.
No acepto la versión tan socorrida que da al cultivo de la medicina carácter transformador que, si así fuera, también podría aceptarse el cambio mediante el cual santos varones monógamos, abstemios, de misa diaria y comunión frecuente, se harían polígamos, agnósticos, cínicos, explotadores y borrachines, que de todo eso hay en la viña del Señor.
Lo que a mi juicio ocurre es que la medicina, arte pura o ciencia arte, tiene en sí atractivos suficientes para los espíritus sensibles muchos de los cuales se desenvuelven en su ambiente y logran satisfacción con sólo ejercerla. Su inclinación artística queda así realizada. Otros encuentran decepción y amargura en las limitaciones, en los fracasos, en la incomprensión del público, en el dolor ajeno, en la impotencia ante la perspectiva del desenlace fatal. Bien quisieran como David tirar el arpa, pero no a todos les alcanza el valor; las exigencias de nuestra sociedad de consumo, con su cauda de satisfactores, son impedimento para los que tienen lazos de familia y no hay Gauguines en el ámbito de la medicina, o al menos no conozco a ninguno.
Sólo quedan así abiertos dos caminos: se olvida el arte en un acto de represión, o se le relega a segundo término en calidad de distracción secundaria. De allá provienen todas esas combinaciones del médico-aeda, del médico-escritor, del médico-pintor, del médico-músico, del médico-artista. Es nada más sublimación, escape, entretenimiento que trata de compensar las desazones y que rara vez trae la ruptura. Por lo general, se trata de hacer compatible la profesión con la rama del arte escogida. Es así como nacen los pintores y escultores de fin de semana, los bardos de aniversarios y conmemoraciones y los cronistas de la vida hospitalaria.
Cuando por jugarretas de los genes aquel que se inició en plan de diletante resulta tener potencial suficiente y triunfa en las lides artísticas, se apresura a dejar en paz a los enfermos. Es el caso de algunos médicos conocidos universalmente, no como médicos, sino como literatos. La memoria me dicta a Keats, Cronin, Somerset Maughan, Pío Baroja, Vital Aza, Felipe Trigo, Rabelais, Eugenio Sue, George Duhamel, Chejov, Oliver Wendell Holmes, Frank Slaughter, Andrea Majochi y otros que no recuerdo, o que no conozco. Se me pasaba el maravilloso sueco Axel Munthe, que buscó en vano la luz del Mediterráneo con sus pupilas obscurecidas por el vino y por la edad; es, sin discusión, el que más ha poetizado la medicina, pero dudo que la hubiese practicado alguna vez con el calor profesional que él dice. Tenemos ejemplos cercanos de parecida situación en algunos compatriotas como Mariano Azuela, Enrique González Martínez y Rubén Marín. Ninguno en el perímetro de la península yucateca.
Mis ejemplos se han referido a la literatura por ser los que tenía a la mano y porque tal vez sea este el arte que más ensayan los médicos, ya sea como simple escape o bien como búsqueda de nuevas sendas de orientación profesional.
Dice Ricardo Pérez Gallardo, en el atrio de su antología de escritores médicos mexicanos: “El médico, en función de su profesión terrible y a la vez hermosa, es un ser receptivo en contacto siempre con la miseria y el dolor de los hombres, de tal modo que su propio dolor y su miseria son como una caja de resonancia donde vibran y se amplifican las esperanzas y las desesperanzas, los goces, los dolores, las risas y las lágrimas que va recogiendo a través de una vida llena de experiencias milagrosas.”
Continúa Don Ricardo: “Si el don de la expresión –es decir, la palabra bella y fácil–, fuera concedida a todos los médicos, seguramente existiría una nutrida literatura profundamente humana, patética y apasionante.”
Carlos Urzáiz Jiménez
Continuará la próxima semana…