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XXV
LA REPRESENTACIÓN DE LA MUJER A TRAVÉS DEL TIEMPO
Continuación…
Fue en la época clásica de Grecia cuando se saltó al máximo el espíritu de la mujer. Los tiempos eran de disipación, vicio y lujuria. El homosexualismo cobró auge que no ha sido igualado ni en nuestros días. Y eso ya es decir. Como los griegos crearon a sus dioses a su imagen y semejanza, les atribuyeron sus propias debilidades. Zeus, el dios padre de entonces, es prototipo del hombre erótico y, valido de su condición divina que le permite extrañas metamorfosis, cohabita lo mismo con diosas que con mortales. Recuérdese a Leda, a Europa, a Danae. Mueve a risa la clase de adulterio encubierto a que daría lugar esta creencia y la candidez con la que admitirían los maridos y padres tolerantes. No menos enamorados que Zeus fueron Ares, Apolo, Poseidón y Dionisios. Del Hades infernal no se dice mucho; pero es obvio que no podía ser un santo. Los faunos, los sátiros y las ninfas son criaturas especializadas en el amor furtivo y bucólico a la sombra de los bosques. Entre las diosas, en cambio, las hay del todo recatadas, como Artemis que se supone virgen y Atenea que no es precisamente una aventurera. Igualmente serias parecen Gea, Rea, Demeter, Hera y Hestía. Afrodita, por su parte, nació para la pasión carnal y se prodiga en estos menesteres con la soltura de una alegre ninfómana. Su matrimonio con Hefesto, cojo y feo, es una afrenta a la dignidad del Olimpo, y sus infidelidades ponen en entredicho el honor del dios del fuego.
A pesar de la promiscuidad que reina el monte celeste como reflejo de lo que ocurre en la Tierra, las manifestaciones artísticas poco acusan a la sensualidad y falta de pudor, o se disminuyen los órganos sexuales, sino que se evitan las escenas lascivas. La mujer no pierde en ningún momento su categoría divina. Ni siquiera Afrodita.
Los romanos son en el terreno cultural, según se afirma, imitadores y seguidores de los griegos. Sus costumbres, más o menos las mismas, apenas si se modifican con la grandeza del Imperio. La mujer y la madre, representadas por las mismas deidades (con diferente nombre), conservan la norma de belleza ideal en uno y otro caso; el libertinaje sexual persiste y, aunque Venus lo simboliza, esto no es demostrable a través de sus reproducciones escultóricas.
Con la decadencia de Roma y el auge del cristianismo sobreviene una era de austeridad extrema que abarca mil años o sea toda la Edad Media, comprendida ésta entre la toma del Imperio Romano de Occidente, en 476 A.C., y la toma de Constantinopla por los turcos en 1453. Durante este cúmulo de años, las diosas paganas desaparecen del medio artístico de manera absoluta. La escultura, que había sido hasta entonces la más socorrida de las artes plásticas, pasa a segundo plano. En las catacumbas se fomenta el arte del muralismo con escenas del Calvario y milagrerías de la cristiandad. Más adelante, surgirán los retablos, los cuadros, los vitrales y los mosaicos. La mujer asciende en el concepto de los hombres. Se le considera pura al margen de sus veleidades. María Magdalena, arrepentida, se queda en santa. Los maridos exigen la virginidad prenupcial de sus consortes como cuestión de honor. No se concibe el adulterio ni se habla de él, aunque se le practica. Las señoras son tan pudorosas que esconden a sus amantes bajo el miriñaque de sus faldas. Se exalta con empeño a la maternidad. Eva es sólo madre. La virgen María es la efigie de todas las mujeres. Ella es la madre universal del Hombre y el hombre común, tan libidinoso en otras circunstancias, identifica con ella a su propia madre. La piensa así virgen. O cuando menos incapaz de realizar, fuera de ciertas reglas pudorosas, lo que ya se sabe.
La Edad Moderna, que comienza con el Renacimiento, marca una especie de retorno a la época clásica. Los defensores del Cielo se hacen pocos y el hombre como ser acapara de nuevo los zumos de la corteza gris. Las costumbres se relajan o se vuelven menos rígidas. La mujer se desenvuelve con renovados bríos y la disipación resurge. Venus, por mil años prisionera de obispos y archimandritas, ha quedado en libertad y expone ante la faz del mundo sus atractivos. Aparecen los primeros cuadros de caballete, y la pintura al óleo se populariza. Los descubrimientos se suceden, el arte progresa. El misticismo se bate en retirada; mas no desaparecerá de golpe, sino se extenderá en suave transición hasta mediados del siglo XVIII y luego, dando saltos, llegará hasta nuestros días.
En 1505 surge la Mona Lisa, el más famoso retrato de mujer que se conoce. Su encanto se atribuye a múltiples factores: la mirada, la sonrisa, el pecho que parece respirar, el tranquilo paisaje del fondo, la tenue perspectiva, la infinitud del conjunto, y qué sé yo. Los críticos de arte son inagotables cuando se trata de inventar expresiones halagadoras. Son tantas las virtudes que se atribuyen al cuadro, que la falta de cejas de la modelo pasa inadvertida. Y es que el encanto mayor de esta mujer está en su dualidad. La Gioconda compendia los dos amores del hombre. Es Eva, no hay duda. Tiene de las vírgenes medievales y de las diosas paganas. Circunstancialmente, y gracias al pincel de Leonardo, esta mujer dejó la Edad Media y penetró en el Renacimiento. Marca con ello el fin de una era y el comienzo de otra.
Hacia finales del siglo XVI, cuando el Renacimiento declina, Venus prevalece aún en el campo de las artes, en tanto que las vírgenes hacen discreto mutis, apenas atenuado por el empeño de algunos místicos. Sin embargo, muchas obras maestras del género hierático serán creadas en este período. Las más atrevidas manifestaciones no prescindirán del todo del barniz divino; sobrevivirá la irrealidad en las alegorías y pocas escenas podrán tildarse de indiscretas.
Sería presuntuoso de mi parte pretender establecer con exactitud cuando la mujer comenzó como tal a ser motivo artístico. Poco a poco al principio, y cada vez con mayor frecuencia, los pintores, sin dejar de lado su admiración, ponen de relieve los encantos carnales. La Venus del Espejo de Velázquez, de 1650 aproximadamente, tiene fama de ser el primer desnudo pintado en España, muy candoroso por cierto. Un siglo más tarde, Goya asombrará al mundo con su Maja Desnuda que no es virgen ni santa ni diosa, sino llana y sencillamente mujer de carne y hueso (más carne que hueso). Ya antes el Ticiano, Rubens y otros maestros del marinerismo y del barroco habían dado rienda suelta a su fantasía, mostrando rollizas matronas en actitudes provocativas.
Carlos Urzáiz Jiménez
Continuará la próxima semana…