XXII
LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER
Continuación…
Curiosamente, el impulso definitivo al feminismo en México se engendró aquí en Yucatán como una chispa más. En 1916, el Gral. Salvador Alvarado, gobernador de la entidad, organizó y llevó a efecto el Primer Congreso Feminista. Este tuvo lugar en el teatro Peón Contreras de la ciudad de Mérida entre el 13 y el 16 de enero, con asistencia de 617 delegadas. El comité organizador del mismo estuvo integrado por destacadas maestras y otras mujeres de vanguardia, entre las que cabe mencionar, por ser muy conocidas aun en nuestros días, a Consuelito Zavala, Dominga Canto, Beatriz Peniche, Amalia Gómez, Piedad Carrillo Gil, Isolina Pérez Castillo, Fidelia González, las hermanas Adriana y Lucrecia Vadillo Rivas, etc. Las conclusiones del congreso fueron importantes para la época; pero no llenaron las aspiraciones del conglomerado femenino, al dejar al margen de las discusiones la cuestión del sufragio.
En 1919 se fundó el Consejo Feminista Mexicano que se proponía la emancipación económica, política y social de la mujer, y ciertas formas de ayuda intergremial a partir de mutualismo. Su secretaria general fue Elenita Torres. Entre otras actividades, el consejo organizó el primer congreso con carácter nacional que se efectuó en la metrópoli, y al que asistieron por lo menos 100 delegadas de toda la república. Tuvo una duración de diez días, entre el 20 y el 30 de mayo de 1923. Aunque ocurrió siete años después que el de Mérida, su trascendencia fue mucho mayor por razones obvias. La principal petición en este caso fue la igualdad civil con el fin de que la mujer fuese elegible para desempeñar cargos administrativos. Como consecuencia de la demanda, en el mes de julio siguiente el gobernador de San Luis Potosí, Don Aurelio Manrique, expidió un decreto que concedía a las mujeres de su estado el derecho de votar y ser votadas en elecciones municipales. Unos meses antes en Yucatán –que seguía siendo precursor durante sus regímenes socialistas–, Elvia Carrillo Puerto, hermana de Felipe, figuró como candidata local a la diputación por el distrito de Motul, y Rosa Torres fungió como regidora en el ayuntamiento de Mérida.
El movimiento universal repercutió con toda su fuerza en el ambiente de la nación mexicana. Después de la primera guerra mundial, durante la década de los veintes, las virtudes cívicas e intelectuales de nuestras mujeres se vieron estimuladas en muy alto grado, seguramente a causa del abatimiento de los prejuicios y la liberación de las costumbres. Al superarse el período cruento de la revolución, las mujeres contribuyeron a cimentar su prestigio y se entregaron a actividades poco habituales en ellas: formaron ateneos y clubes literarios, publicaron diversas obras, dieron muestras de solidaridad partidaria, fomentaron las relaciones amistosas y de intelectualidad en el trabajo y la retribución del mismo y defendieron, en fin, los valores de la libertad absoluta, dentro de un acendrado amor al progreso y a la patria.
Aunque levantaron bastante la voz y se desgañitaron en ocasiones, las mujeres mexicanas conservaron la dignidad femenina y no llegaron como las inglesas a la destrucción, la violencia y el encarcelamiento. Sus más enconadas batallas contra el hombre se desenvolvieron sobre todo en el interior de las casas, en donde las grescas conyugales estuvieron a la orden del día. Después de muchos años de política marginada y de apoyo infructuoso a diversas candidaturas, los desengaños y sufrimientos acumulados sumaban tongas. Todavía así, no sobrevino el desmayo. Por fin, en 1953 sus peticiones se vieron satisfechas cuando menos lo esperaban. Fue en esa data que el presidente Ruiz Cortines, modelo de mesura y discreción, les concedió la igualdad política mediante una modificación sustancial de los artículos 34 y 115 de la Constitución. Esto no fue una dádiva ni una galantería personal del mandatario en turno, sino la consecuencia inevitable del duro batallar y el cambio de mentalidad colectivo.
Hoy, las mujeres mexicanas deben votar y pueden ser elegidas para el desempeño de cualquier cargo, desde una modesta alcaldía de pueblo hasta la presidencia de la república. Tenemos diputadas, senadoras, regidoras, alcaldesas, una gobernadora –la de Colima– y, por lo que vimos en las últimas elecciones en las que figuró una candidata, muy pronto alguna ejecutiva tomará asiento en el sillón presidencial. Además, ya sabemos sobradamente de lo que son capaces estas féminas de pelo en pecho.
Algunos han pretendido ver en el movimiento feminista un escape de frustraciones varias. Hay en sus filas de activistas demasiadas solteronas, divorciadas, abandonadas, mujeres sin gracia y sin belleza que, tal como se afirma con muy mala maña, no han tenido ocasión de cobijarse bajo la égida protectora de un varón. Quizá figuren entre ellas algunas lesbianas. Este punto de vista es sostenido por el sector conservador de la población, e incluso por otras mujeres a quienes resulta natural y cómodo ser mantenidas por un hombre trabajador y productivo, aunque las menosprecie, las ultraje o les rompa el alma; esposas de millonarios, reinas de belleza, vedetes de fuego, anunciadoras de toallas sanitarias y pantalones sexy, la Tigresa, las señoritas turismo y otras beldades afortunadas para quienes no es difícil encontrar quien saque la cara por ellas. Y es lícito pensar que, estando como estamos en la viña del Señor, pues habrá de todo.
Si las diferencias de criterio desaparecerán o no algún día de manera absoluta, sólo el tiempo puede decirlo. En el mejor de los casos, la unificación favorable será consecuencia de una larga, pero muy larga, evolución social que no alcanzaremos a presenciar los que hoy vivimos, y que no presenciarán quizás las próximas tres o cuatro generaciones.
Carlos Urzáiz Jiménez
Continuará la próxima semana…