Visitas: 0
XX
LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER
Continuación…
Con el cultivo y la domesticación de las plantas nació la agricultura. Fue una mujer anónima la que ejerció las primeras acciones de esta rutina. Una mujer digna del mejor monumento. Gracias a su feliz hallazgo fue posible que la especie progresara y se extendiese. En lo particular, la hazaña no le valió gran cosa. Por el contrario, su compañero vislumbró al punto de los caminos de la explotación y dio con el rico filón que se escondía en sus enaguas. No hay duda acerca de la instauración de un esclavismo en el que la mujer se expuso a las peores vejaciones y tuvo que desempeñar rudas faenas muy fuera de su delicada constitución física. En algunas sociedades llegó a ser propiedad contable lo mismo que el ganado. Los hombres eran tanto más ricos mientras más mujeres tenían en su parcela. O si se quiere, porque eran ricos podían tener muchas mujeres (como hasta hoy).
La misma situación prevaleció desde la época de las cavernas. No hay señales gráficas de que la hembra fuera entonces más importante que un bisonte o un caballo.
En algunas tribus crecidas al margen de la civilización quedan todavía resabios de esta singular postura. Los thongas de la costa oriental del África del sur marginan a tal grado a las mujeres que les imponen agobiadores trajines: cultivan maíz, frutas, legumbres, crían bueyes y cabras, ordeñan, bañan a las bestias, deshierban el monte. En las eventuales hambrunas debidas a inundaciones o a mangas de langosta, se sirve primero a los hombres adultos de la casa, después a los niños y por último a –si algo sobra– a las mujeres. Este rigor se aplica como principio inexorable, aunque estén embarazadas.
Se menciona una etapa histórica en la que floreció un matriarcado y las mujeres llevaban las riendas económicas de la sociedad; pero esta información no rebasa los límites de lo probable. Las amazonas, pueblo feroz de guerrilleras, no pasa de ser un episodio emocionante de la mitología griega tan llena de caprichosas fantasías. Producto de fecundos cerebros llenos de imaginación y carentes de pragmatismo, tales hembras bravías pululaban con el mundo de la barbarie y el desorden, en contraste con el comportamiento cívico del hombre. Por tanto era preciso combatirlas, pues no correspondía a mujeres hacer la guerra, industria reservada a los machos. Estas amazonas eran, al parecer, amigas de los troyanos y enemigas de los griegos. Fueron vencidas por el implacable Aquiles y combatidas también por otros héroes de sólido prestigio como Hércules y Teseo. De ellas no queda hoy sino un vago recuerdo y su nombre impuesto a caudaloso rio de la América del Sur, en cuyas riberas merodearon las últimas.
Las disputas originadas por el uso del sexo integran un expediente demasiado voluminoso que no es posible repetir aquí. Baste recordar que hay diferencias impuestas por la fisiología, y las hay formuladas por una moral caduca, obra de Catones. Hasta el profeta Mahoma, virtuoso por muchos conceptos, aborda al espinoso asunto con pies de plomo. Sus recomendaciones están llenas de sabiduría oriental: “La mujer fue creada de una costilla que es un hueso torcido –nos dice–. Si tratas de enderezarlo, se romperá. Por lo mismo, ¡Oh, fiel! Ten paciencia con las mujeres.” Y mientras admite que se castigue a la díscola con el látigo, añade muy comedidamente: “Pero no con demasiada crueldad, y después acéptala de nuevo en tu casa.” Por fortuna los prejuicios e incongruencias de este tipo se van quedando atrás.
Con el alto grado de desarrollo de la civilización actual, la mujer ha conseguido libertades que, aunque no generalizadas, significan marcado adelanto. Lástima que en los países del llamado tercer mundo perviva la mayoría uncida a las ancestrales rejas del yugo. Razones económicas y escasez de vacantes median en el asunto; pero es la educación y la falta de instrucción lo que más pesa. No olvidemos que hasta hace unas cuantas décadas escaseaban en las aulas las mujeres universitarias. Ante la perspectiva de un matrimonio cristiano, nuestras abuelas eran instruidas acerca de las obligaciones del hogar y el horizonte de su aprendizaje era bien estrecho: zurcidoras de calcetines, magas de la cocina, reposteras de miedo, tejedoras de ensueños, fieles guardianas de las buenas costumbres y de las enseñanzas de la religión. Sobre todo sumisas. Claro, no hay regla sin excepciones. La gama tiene variados matices. Así como Cleopatra, Juana de Arco, Elizabeth I y otras féminas famosas por sus agallas entran tempranamente en la historia, hoy es posible encontrar mujercitas del viejo cuño pegadas a su hornilla por arcaicas ligas tradicionales. O por necesidad. En cualquier parte.
En contraste con ello, las profesiones llamadas liberales son cada vez más invadidas por mujeres y hay oficios, como la enfermería, que les pertenecen casi por completo.
Carlos Urzáiz Jiménez
Continuará la próxima semana…