Letras
XVII
9
Se durmieron abrazadas bajo la cobija de las flores blancas. Al amanecer, Karina escuchó que Sonia bajaba la escalera y le tocaba la puerta. Renata se despertó asustada, se levantó y entró al baño mientras Karina iba a abrir. Se asomó por la puerta entreabierta y vio a su inquilina arreglada para ir al trabajo.
–Oye, disculpa que te despierte, pero ¿qué pasó con Renata? ¿Se fue a su casa en la noche? No me digas que se molestó por algo. Pensé que se iba a quedar.
–No, no se fue en la noche. Se levantó muy temprano, parece que recibió una llamada o algo así y se fue.
–¿Estás segura? –dudó Sonia queriendo asomarse a la recámara, pero Karina se apresuró a salir de la habitación cerrando la puerta.
–Claro que sí. Es más, estuve a punto de despertarte para pedirte el número de los taxis.
–Pero ¿qué: no venía en su auto?
–Sí, pero no arrancó. Yo me ofrecí a llevarla, pero pasó un taxi y se fue.
–Qué raro. Yo no me di cuenta de nada.
–Hasta me extrañó que no salieras a ver. Sin embargo, dijo que al rato vendría con un mecánico para llevárselo.
–Espero verla más tarde. Ya me voy porque es tardísimo, me está esperando mi jefe para la auditoría.
–Que te vaya bien.
Karina esperó a que Sonia sacara su carro y se fuera para volver a su recámara. Renata estaba hablando por teléfono, Sonia le había marcado. Permíteme, dijo tapando el teléfono con la mano. Karina se acercó y le dijo al oído lo del supuesto auto descompuesto y que se había ido muy temprano. Renata volvió a la conversación y le repitió la historia.
Al colgar, las chicas se vieron con asombro, sintiéndose cómplices de una travesura, y comenzaron a reír. Se abrazaron y se metieron a la cama, Ya no durmieron, se amaron toda la mañana y sólo se levantaron para almorzar.
–Me encantaste desde que te conocí en el restaurante. La verdad yo ni quería ir –le dijo Karina mientras tomaban café.
–Pues qué bueno que fuiste, aunque también te confieso que yo tampoco quería ir. Sonia me comprometió.
–Al final, ¿qué es lo que quería ella que tu hicieras?
–Que tratara de convencerte de que ella era la mujer que tú necesitabas.
–Pues creo que le falló la técnica, aunque si no se le hubiera ocurrido eso no nos habríamos encontrado.
–Es cierto. Pero ahora no sé cómo le voy a decir que por andar encandilando gente fui yo la que quedó encandilada por ti, encantada, diría yo.
–Yo también, nena. Me gustaste mucho desde el principio, pero no lo quería aceptar. Estaba aferrada a una idea y ya ves lo que resultó. Pero no hablemos de eso, esa parte de mi vida ya terminó.
–Ojalá.
–De verdad, te lo prometo. Ahora sólo quiero estar contigo.
–Yo también. Pero ¿qué voy a hacer con Sonia? ¿Cómo se lo voy a decir?
–Lo tiene que aceptar, en cuestiones del amor no puedes forzar las cosas. Lo nuestro se dio así, espontáneo.
–Es cierto. Tendré que hablar con ella. Ya encontraré el momento más indicado.
–Bueno, pero ahora, ven. Vamos a la recámara.
–Creo que ya me tengo que ir, va a regresar Sonia.
–Sí, es cierto.
–Mejor ven, vamos a mi casa, sirve que la conoces. Te invito a comer allá.
–Pero si acabamos de comer.
–Pero creo que nos falta el postre.
–Es cierto. Vamos.
Las chicas se besaron y se fueron a vestir. Después partieron. Karina siguió a Renata por colonias que no conocía, hasta llegar a un pequeño fraccionamiento.
La casa de Renata hablaba de la personalidad que había terminado de fascinar a Karina, un estilo sencillo pero de buen gusto, todo en orden.
Ahí pasaron toda la tarde y el día siguiente, hasta que se separaron cuando Karina regresó a su casa el domingo en la noche.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…