Letras
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Sonia enviaba casi todos los días correos electrónicos en cadena sobre el amor, la vida, el triunfo y todas las cosas melosas que podía encontrar en Internet. Karina las borraba sistemáticamente, sin ni siquiera abrirlos, pero al día siguiente de haberse reencontrado con Renata, se detuvo a ver si en la lista de los destinatarios se encontraba su e-mail. La mayoría de los destinatarios tenían escrito parte de su nombre en la dirección, sólo había tres que no estaban personalizados, uno como una fórmula química, otro una frase chusca y el último tan sólo: pececito_amarillo. Deseando que fuera ese el de Renata, le envió un mensaje con un “hola” acompañado de su nombre. Esa misma noche le contestó Renata con “sorpresa” en el objeto, y en el texto: “Qué lindo recibir un hola de tu parte, pero dime, ¿le pediste mi mail a Sonia? Bueno, no importa cómo fue; lo importante es saber de ti. Déjame decirte que pasé una tarde muy agradable contigo, ojalá que la podamos repetir. Sigue adelante, amiga, no le des chance a la depresión y cuando te sientas mal escríbeme. Aquí estoy. Te mando un gran beso. Renata”.
El siguiente correo de Karina fue mucho más extenso y cálido. Así empezó una constante correspondencia entre ambas, donde hablaban de la vida cotidiana, de sus dudas y sus problemas. Contrario a su costumbre, Renata revisaba sus mails hasta dos o tres veces al día. Incluso en la oficina estaba conectada al Messenger, con la esperanza de ver aparecer en algún momento una invitación de Karina.
Llevaban casi un mes con esa dinámica epistolar por Internet, cuando Sonia le propuso invitar a Renata a cenar a la casa. Claro, le contestó Karina, yo voy a preparar la cena. Sonia le habló por teléfono a su amiga para invitarla, y sin problema la cena se programó para el siguiente fin de semana. En los mails no hablaron de eso, hasta Renata dudó que en verdad siguiera en pie la invitación, pero una noche antes Karina le envió un mensaje tan corto como la primera vez: Te espero. Ya no le contestó.
Llegó la invitada a tiempo, en la mano llevaba una botella de vino francés. Al entregársela a Karina ella sonrió complacida y le agradeció haberse tomado la molestia. Fue lo poco que pudieron hablar en un principio, antes de que Sonia acaparara la charla. Mientras bebían el aperitivo, ambas aparentaban escuchar con detenimiento a Sonia, pero en realidad se observaban acariciando con la mirada sus labios. Karina se fue a la cocina para los últimos preparativos y Sonia aprovecho para contarle a su confidente que aún no había pasado nada, pero que ella veía esa invitación como un buen signo: ¿verdad que parecemos ya una pareja?, le preguntó Sonia, a lo que contestó con un gesto ambiguo de aprobación. La cena transcurrió entre la plática interminable de Sonia y las risas que desencadenaban algunos comentarios tanto de Renata como de Karina. El vino está delicioso, le dijo Karina mientras aspiraba su copa. Gracias, te quería sorprender. Lo hiciste.
Casi eran las once de la noche cuando se instalaron en la sala a beber un tequila. Sonia prefirió tomar sólo agua porque al día siguiente se tenía que levantar muy temprano para ir a trabajar, y de vez en vez brindaba con ellas, que curiosamente parece que se conocían de siempre, pensó. Quiso aprovechar el momento para que Renata hablara de lo maravillosa que era, pero luego se arrepintió cuando su amiga comentó que cuando se conocieron comenzaron a frecuentar un grupo de mujeres mucho mayores que ellas, donde Sonia conoció el amor.
–Pero, por favor, Renata, ni cuentes eso, ya pasaron como mil años.
–No seas tan exagerada, no ha pasado tanto tiempo. Bueno, te diré que éramos unas jovencitas, ni siquiera habíamos terminado la Universidad.
–Sí, pero de todos modos a Karina no le interesa escuchar esas historias antiguas.
–No, sí me interesa, cuéntame qué pasó –preguntó Karina con curiosidad.
–Lo que sucede es que teníamos unas amigas… De hecho, todavía son nuestras amigas, más mías que de Sonia, y todas ellas pertenecían a un gran círculo de amistades, donde todas eran lesbianas, incluso había varias parejas. Ni recuerdo cómo las conocimos. La cuestión es que un día nos invitaron a una fiesta en la casa de Mercedes, quien tocaba el piano, Ella era una mujer hermosa, pero sobre todo muy interesante. Desde la primera vez que la vi Sonia se enamoró de ella. Creo que fue tu primer gran amor, ¿no?
–Cómo eres chismosa, Renata. A ver, ¿por qué no cuentas tus amoríos con Juliana? Ella sí que estaba comprometida.
–¿De verdad? –preguntó Karina.
–Sí, es cierto. Fue una experiencia muy linda, aunque en realidad fui una relación pasajera para ella. A mí me duró el enamoramiento mucho tiempo. Pero déjame que te siga contando. Sonia anduvo bastante tiempo con la pianista, pero después se apareció Alejandra, La Torera, ¿te acuerdas?
–Claro que me acuerdo, no tiene mucho tiempo que la vi. Sigue igual de coscolina.
–Pues en las propias barbas de la pianista empezó a engañarla.
–Te pasas, Renata. Eso no lo cuentes.
–Bueno, digamos que de la noche a la mañana dejó a su amada para irse con Alejandra, pero le duró poco el gusto, ¿no? Ella la abandonó por otra. Desde entonces ninguna relación que has tenido ha sido importante ¿verdad? Siempre tuviste miedo a comprometerte, a enamorarte y a sufrir…
–Ya deja de hacerme quedar mal con Karina. ¿Qué va a pensar de mí?…
–Nada, no te preocupes, cada quien tiene su historia –aseguró Karina.
–Sí, pero si quieres hablar del pasado mejor cuenta lo calenturienta que anduviste por Olivia, y ella ni siquiera te hizo caso –la retó Sonia.
–Qué delicada. Pues sí, lo intenté, pero nunca volteó siquiera a verme. Eso sí, era una mujer preciosa, inteligente.
–Tan inteligente que no le hizo caso a una chava como tú, tan simple y todavía con muchas broncas de aceptación.
–Tienes razón, era todavía muy inmadura, pero es porque estaba muy joven, claro es diferente.
–¿Diferente por qué? De todos modos, sigues sola.
–Mejor ni hables, porque tampoco has podido tener una vida estable que digamos.
Sonia ya no dijo nada, impaciente vio el reloj de la sala y repitió la hora: las doce treinta. Karina le agradeció a Renata el detalle del vino, lo que dio pie para que empezaran a hablar de cosechas, países, clima y buqué. Sonia siguió un rato la conversación hasta que, aburrida, se levantó y fue a cambiarse de ropa a su recámara.
Cuando regresó en piyama, ya habían puesto música. Karina le mostraba a Renata sus discos, lo que le pareció extraño porque no conocía esa afición de su casera, hasta llegó a dudar que esos discos fueran de ella. Se recostó en un sillón y comentó que ya era tarde.
–Es cierto, ya me tengo que ir a mi casa –dijo Renata incorporándose del sofá.
–No te vayas, ya es tarde. Mejor quédate aquí en la casa y mañana te vas temprano. Te puedes dormir en el sillón si no te molesta –le indicó Karina.
–O te puedes quedar en mi cuarto y yo duermo con Karina –se apresuró a decir Sonia.
–No, no te molestes, amiga, me puedo quedar en el sillón sin ningún problema. Muchas gracias.
Karina fue a su habitación y regresó con sábanas, una cobija y una almohada que dejó en el sillón
–Para cuando quieras acostarte –le dijo.
–Está bien, cuando ustedes quieran irse a dormir para mí está bien.
–Yo, la verdad, ya tengo sueño. Además, me tengo que levantar muy temprano –señaló Sonia.
–Si quieres vete a dormir, yo me quedo otro ratito platicando con Renata– sugirió Karina.
Sonia dijo que se quedaba unos minutos más, pero después la conversación regresó a los vinos y la tienda que quería poner Karina, lo que no dió margen para las opiniones de Sonia. Aburrida, adormilada y molesta se puso de pie, se despidió, se fue a su recámara y se metió a la cama. Trató de conciliar el sueño, pero alcanzaba a escuchar la música de la sala y las carcajadas de su casera y su confidente. Nunca la había visto de esa manera, no era la Karina apesadumbrada, seria y retraída, se veía diferente. Se tienen demasiada confianza, pensó, si apenas acaban de conocerse. Esa idea le dio vueltas en la cabeza mientras sentía que la música le retumbaba en los oídos.
Decidida bajó y las encontró sentadas con el cuadernillo de un disco compacto, cantando una canción. Esa escena la irritó aún más y fue directamente al aparato de sonido y descendió el volumen casi hasta hacerlo inaudible. Las chicas levantaron la vista y Sonia les dijo que ya era demasiado tarde, que no la dejaban dormir. Lo sentimos, dijeron al unísono. Ya duérmanse por favor, les pidió y se dio la media vuelta
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…