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Encandiladas (10)

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Siguieron viéndose principalmente en casa de Renata, aunque salían regularmente al cine y a comer. Karina le empezó a robar fines de semana a su familia y los pasaba en pintorescos pueblos de provincia con su amada, disfrutando de sus pequeñas vacaciones de placer.

Lo que le molestaba a Karina era no poder recibir libremente a Renata en su casa, el tener que esconderse para llamarla cuando Sonia llegaba. Además de eso, su inquilina no se había dado por vencida en su intento seductor, lo que molestaba también a su novia. Habla con ella –le dijo Karina–, es mejor que le expliques. Sí, respondía, pero no juntaba el valor para confesarle que tenía un romance.

Pero no fue ella la que buscó el encuentro, sino la propia Sonia, quien llamó a Renata para verla en un café. Después de hablar un rato de sus ocupaciones, Sonia le contó que se estaba dando por vencida con Karina, pues cada vez la veía menos, además estaba muy cambiada. Incluso sospechaba que andaba con alguien. Cuando dijo eso, Renata sintió que ya lo sabía todo, pero cómo, se preguntó a sí misma.

–Quiero que me aconsejes, amiga, qué hago. Esta chava ni me hace caso ni nada. Nada más estoy perdiendo mi tiempo. Creo que ya debo voltear a ver hacia otra gente.

–No creo que en todo este tiempo hayas estado esperando sólo a Karina, casi estoy segura de que has tenido amoríos por otro lado.

–Pero nada ha sido importante, he estado esperando por ella y nada.

–Lo único que tu querías era acostarte con ella, ¿verdad?

–No lo digas de esa manera. Claro que quiero estar con ella, me fascina su cuerpo, pero bueno, tener una relación, no sé, las cosas se tienen que dar solas.

–Sí, Sonia, pero tú no tienes buenas intenciones con ella. Es mejor que abandones la idea de que será para ti.

–No sé. ¿Crees que ya tenga otra persona? ¿Te contó algo?

–Pues…

–Ándale, dime. Total, ya me doy por vencida.

–Es mejor que no lo sepas.

–Dímelo, qué puede ser. ¿Tiene a alguien?

–Sí.

–¿La conozco?

–Pues… sí.

–No puede ser, si no conocemos a nadie que… No me digas que eres tú.

–¿Por qué?

–¿Fuiste tú?… Traicionera, mala amiga, para eso te pedí que me ayudaras. Sólo para que te burlaras de mi…

–No, espera. No fue nuestra intención, las cosas sucedieron y ya…

–Pero que desgraciada. Ni siquiera se conocían, apenas se habían visto un par de veces.

–Bueno, no exactamente.

–Me pregunto cómo fui a confiar en ti, nunca has sido buena amiga. Claro, por eso le platicaste todas esas cosas. En ningún momento escuché que hablaras bien de mí, como te lo había pedido…

–No. En verdad, no fue premeditado. Es algo que se dió.

–Pero ¿cuándo? El día que fuiste a cenar. Seguramente la agarraste borracha.

–No, en verdad que no. Sí fue esa noche, pero estábamos conscientes las dos. Fue un momento y luego…

–Qué maldita. Con razón Karina no me dejó pasar a su recámara. Ahí estabas, desgraciada.

–Perdóname, amiga, no fue mi intención.

–No me llames amiga, tú sabes bien lo que había invertido en esto.

–A mí no me engañas, Sonia. Yo sé bien que era sólo una calentura para ti.

–Eso a ti no te importa, además es peor lo que me hiciste a mí. Me traicionaste.

–Sí, pero Karina no es una mujer para estar jugando. Ella se merece algo mejor.

–Ahora me vas a decir que tú eres mejor que yo. A mí no me engañas con tu carita de mosca muerta. Yo te conozco perfectamente bien y sé que tú tampoco eres de las que se compromete.

–Eso era antes. Ahora no me conoces. Además, yo estoy dispuesta a luchar por mi relación con ella.

–¿Sabes qué? Ya no quiero seguir escuchándote. No te quiero volver a ver. Y ahora mismo me voy de la casa de Karina. No quiero ser testigo de sus porquerías.

–Cálmate, no me hables así.

Sonia ya no le contestó. Tomó sus cosas y se marchó furibunda. Renata se quedó un rato más en el café, pensando en la discusión, pero sabía que no podía haber sido de otra forma.

Llamó a Karina para contarle y luego pidió la cuenta. Regresó a su casa esperando a que viniera su amada, pero no lo hizo. Telefoneó para decirle que Sonia había llegado a recoger sus cosas. No quiso hablarle más de lo necesario y sólo le dejó un papel con la dirección donde podría enviarle su correspondencia. No la detuvo.

Cuando Sonia se llevó todas sus cosas y le entregó las llaves, Karina se fue a casa de Renata.

Esa noche fue diferente, sólo vieron televisión y se durmieron soñando una con la otra. Al despertar, Karina le confió que no quería irse nunca de su lado.

Patricia Gorostieta

Continuará la próxima semana…

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