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Editorial
A veces, solo a veces, pareciera irrelevante preocuparse por lo que sucede en nuestro país cuando Rusia –incapaz de alcanzar la victoria en su campaña de invasión a Ucrania– amenaza con usar armas nucleares si se llegaran a utilizar los misiles, que el presidente Zelenskyy ha recibido de Estados Unidos, para atacar a Putin. Tan solo se requiere de un proyectil nuclear para que nos despidamos de la vida como la conocemos sobre esta atribulada Tierra.
Sin embargo, es imposible cerrar los ojos a lo que sucede en nuestro país, en nuestro estado, y en nuestra ciudad. Ignorar las consecuencias, o pretender que no las habrá ante lo que observamos, nos hace cómplices de tan malos augurios que percibimos en estos tres frentes.
Nuestro País
México sigue dolorosa y penosamente dividido gracias a los políticos y al gobierno federal.
Entre los primeros, los más ruidosos y soberbios son los que se abrogan ser “representantes de la voluntad del pueblo”, cuando no lo son de “todo” el pueblo, atropellando opiniones y apelaciones a la cordura mientras cumplen al pie de la letra las encomiendas del poder ejecutivo saliente, construyendo un segundo piso que sospechosamente hiede a los setenta años de priismo que pensábamos superados para siempre.
Los que se denominan oposición son más de lo mismo que nos ha hundido.
Esos políticos, malos mexicanos que solo piensan en sus beneficios, son un cáncer que ha hecho metástasis, abarcando a todos los partidos, sin excepción.
En medio de lo anterior, en el ambiente flota la inseguridad que han sembrado y cosechan con violencia los envalentonados delincuentes –revestidos de impunidad y de “abrazos”– que nos extorsionan y roban la tranquilidad, los bienes, y nuestras propias vidas. Las patentes de corso con que cuentan agobian a todos los sectores y ciudadanos, en una espiral de violencia y muerte que no ha sido ni controlada ni disminuida.
Remata lo anterior el evidente deterioro, que ahora en muchas ha devenido en su desaparición, de las instituciones que cuidaban de los mexicanos: aquellas que permitieron detectar las múltiples irregularidades y desfalcos de esos políticos de todos los colores, aquellas que cuidaban de la salud de la población de todas las edades, aquellas que pretendían impartir justicia.
No, la presidenta Sheinbaum no heredó un paraíso sino más bien un extenso muladar que se hizo más grande en el pasado sexenio.
Pensábamos que, siendo una científica, el imperio de los datos regiría sus acciones, pero hasta ahora su comportamiento y accionar son una continuación de los seis años anteriores: sin estrategia sólida, sin palabras que unan a los mexicanos, abonando al trillado argumento de los neoliberales, del pueblo y de los adversarios, sin prestar atención a los indicadores y datos que todos vemos y que apuntan a escenarios que creíamos superados.
Como remate, ahí viene Trump, lo que agregará complejidad y no pocas complicaciones a su administración.
Aún queda mucho trecho en este sexenio y quisiéramos pensar que la presidenta habrá de desarrollar un estilo de gobierno que beneficie a todos, que establezca solidez y confianza en su manejo de los diversos factores a nivel micro y macro. Ojalá…
En siguientes ediciones hablaremos de nuestro estado y de nuestra ciudad.