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En la casa del inventor

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Letras

Sunhaila Sánchez*

“No es real hasta que uno lo mira,” había explicado alguna vez el señor de la casa a sus colegas científicos. No tengo mucho tiempo siendo sirvienta en esta enorme residencia de la que el nombre de los dueños me cuesta pronunciar.

Catalina, el ama de llaves, me había advertido de la segunda habitación en la planta alta. “Ahí se guardan cosas y objetos extraños. Ten cuidado,” había dicho, y nada más. Luego me envió a limpiar.

Al llegar, quise empezar con la gran ventana que, en lugar de dar al exterior, mostraba otra habitación grande y oscura.

Al principio no puse mucha atención al hombre corpulento que vi entrar ahí. Vestía de forma extraña y arrastraba una caja negra detrás de sí. Mi curiosidad despertó cuando una luz se encendió en su mano; parecía hipnotizado por ese pedazo de vidrio que emitía algo como imágenes y colores. Yo también quedé fascinada ante tal artefacto, jamás había visto algo similar. En un parpadeo, la ventana cambió y pude ver que solo era un espejo.

Desde entonces, cada vez que vengo aquí a limpiar veo a personas distintas, siempre distantes, siempre extrañas. Me gusta pulir este espejo.

Pero no he dicho nada a nadie, mucho menos al señor de la casa: él está obsesionado con ver el futuro y cree que ninguno de sus inventos ha funcionado.

 

* Victoria, Tamaulipas (1997) Licenciada en Psicología. Textos inéditos en la cuenta de Instagram: @sunh.aila.mi

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