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En esta llanura – VII

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VII

NOSOTROS LOS SOÑADORES

Parte I

Camila llenó el último frasco con el dulce de ciricote, le puso el resto del almíbar y lo tapó. Suspiró de cansancio y comenzó a acomodar los envases de diversas formas y tamaños en la vieja alacena de madera; formaban un desordenado conjunto, pero en su interior, los ciricotes lucían tentadores con su hermoso color dorado obscuro y bañados en su delicioso almíbar. Ahora sí, pensó satisfecha, se acabaron los sueños y entraba en el terreno firme de las realidades. Separó un frasco en forma de ánfora y lo acomodó en una bolsita de plástico. «Para Mayté,» pensó con alegría al imaginar la satisfacción que le daría con este regalo. Puso el frasco a un lado y comenzó a limpiar el pequeño cobertizo con techo de paja y sin paredes que le servía de cocina. Esta constaba de dos anafres y usaba como combustible bo’ (1) que ella o sus hermanitos traían del cercano plantel de henequén abandonado.

Jaló un cubo de agua del hondo pozo cuya soga, al deslizarse del viejo carrillo, ocasionaba ruidos rechinantes.

Se lavó la cara echando el resto del agua al tronco de la cundida china-lima (2). Entró a la casa a peinarse, agachándose para evitar los chilibes de la paja con que estaba techada y se dirigió al rincón donde tenía su baúl y su espejo, junto a la mesa donde estaba la ancha cruz de madera sin Cristo, pintada de verde pálido y adornada con una cinta morada, recuerdo del gremio de las fiestas del santo del pueblo.

Sacudió sus chancletas y se disponía a salir cuando entró Luisa, su madre; ésta había dejado sus herramientas de labranza en la cocina y traía getzmec (3) al pequeño Toño, el ixtup de la familia Cutz.

-¿Se puede saber a dónde vas? -preguntó Luisa en un tono áspero; se veía cansada y sudaba por la caminata de dos kilómetros hasta donde se encontraba la parcela de las mujeres del pueblo. Bajó a Toño y éste comenzó a llorar al sentir que lo ponían en el suelo, extrañando el regazo de su madre. Luisa era joven, puesto que contaba con apenas 34 años; se había casado cumpliendo los 14 y cuando llegó a la edad de las ilusiones ya estaba dándole chuchú (4) a Camila. Tenía cinco hijos, uno cada dos años excepto el pequeño Toño que naciera apenas el año pasado y llegó de sorpresa porque no lo esperaban.

-Voy a conversar con Mayté un rato- dijo y añadió rápido-. No me tardo.

Entró a la cocina, tomó el frasco con el dulce de ciricote y salió corriendo por el patio donde, como si fuera un muchacho, brincó la albarrada para entrar a la panadería. Luisa quedó viendo el remolino de ropas que desapareció de su vista y a pesar suyo, sonrió. Llenó una jícara de agua de tinaja y comenzó a tomarla a sorbos, saboreándola; alzó al pequeño y se sentó en la hamaca a darle chuchú. Sus otros hijos vendrían hasta las siete de la noche de la secundaria del gobierno donde estudiaban. Su marido Chencho era el peluquero del pueblo y también trabajaba duro; pelaba por las tardes en un sillón de peluquero que él mismo había construido con maderas de cajones, el cual instalaba bajo la frondosa mata de ramón (5). Por las mañanas trabajaba en su milpa y por las noches urdía hamacas para vender en Mérida. Precisamente ese día había ido en el bus costeño que pasa por el pueblo y llega hasta el puerto de Dzilam de Bravo a comprar hilos en el cercano pueblo de Dzidzantún. El pequeño se había dormido satisfecho; con cuidado lo acomodó en su hamaca y entró a la cocina de piso de tierra pero muy limpiecita. La alacena estaba llena de frascos de dulce; no cabía duda que su hija era una soñadora, aunque era justo reconocer que poseía un don para preparar los dulces. Este toque mágico lo había heredado de su abuela materna, la difunta doña Chonita, quien fuera la dulcera del pueblo por muchos años. Camila heredó el gusto para convertir los camotes, calabazas, ciruelas, ciricotes o cualquier fruto comestible, en delicados manjares.

Luisa aprovechaba que Camila se había hecho cargo de la cocina, ya que no quería seguir estudiando porque pensaba casarse este año, y trabajaba en la parcela de las mujeres del pueblo. Este año habían sembrado no sólo verduras, sino también flores, las cuales últimamente tenían gran demanda. Con esa ganancia vivían sin muchas estrecheces, aunque con carencias de ropa y sobre todo zapatos de los muchachos; fuera de eso, su vida por ahora podía considerarse como feliz, porque para la gente del pueblo la felicidad consiste en tener la barriga llena, en espera de tiempos mejores. El año pasado Camila fue a Motul a tomar un curso que se impartió en el DIF para aprender dulces en conserva; tuvo una duración de tres meses, dos días a la semana. Al segundo mes, la muchacha recolectó frascos vacíos de mermelada y de café de sus vecinos y cosechó toda la ciruela tuxpana de la mata de patio de su casa; tuvo pleito con sus hermanitos que se negaban a ceder en su derecho a comérselas con sal y chile, pero al fin se impuso a ellos con argumentos convincentes.

Cuando terminó de preparar el dulce, luego de días laboriosos durante los cuales consultó a toda persona del pueblo que pudiera orientarla, el resultado fue un delicioso manjar que estaba, según opinión de don Elías que fungió como juez, como para chuparse los dedos. Sus hermanitos, contentos, llevaron frascos a la secundaria que les fueron prácticamente arrebatados por los profesores; ella, por su parte, llevó varios frascos al DIF de Motul para obsequiar a los maestros en la clausura de cursos. Estos se pusieron contentos cuando ella les dijo que los había preparado siguiendo lo aprendido en clases, mas no les reveló los nombres de los ingredientes secretos ni las cantidades de las especias que le había puesto por indicaciones de su abuela Camila, a la que había conocido y tratado cuando preparaban los dulces que repartían en aquellas inolvidables novenas en honor al patrono del pueblo. Una cosa era innegable: la facilidad, el don o la buena mano, como decimos en el pueblo, que tenía Camila para hacer los dulces.

Luego de las ciruelas, preparó camotes; cuando se acabaron éstos, hizo yuca y makal (6). Los pensamientos de Luisa fueron interrumpidos por la llegada del bus del oriente, que venía de Tizimín.

-En él viene mi marido- pensó mientras ponía agua a calentar para su baño; observó los frascos de ciricote en almíbar y sonrió al pensar en esta nueva locura de su hija, ¡hágame el favor! ya que se había empeñado en formar una cooperativa para darle trabajo a la gente del pueblo, preparando dulces de ciricote en almíbar para vender en Mérida. Contaba con el apoyo del turco don Elías que la alentaba cuando la muchacha decaía y le ofrecía dinero que la muchacha no aceptó, aunque le pedía consejos sobre la administración -la pasión del viejo- y sobre todo aprovechar, cuando el proyecto fuera hecho, las buenas relaciones del árabe con sus paisanos de Mérida, dueños de cadenas de supermercados donde pensaban vender los dulces.

Estos eran sus sueños, sueños por ahora, pero Camila trabajaba duro para, algún día, convertirlos en realidad.

Mayté estaba terminando de sellar bolsitas de plástico llenas de bizcochos salados destinados a la «venta» de Goyo su marido. Pequeñas gotas de sudor resbalaban de sus mejillas debido al calor del horno cercano de la panadería. Por la puertecilla abierta de la pequeña bodega donde trabajaba, podía observar a los aprendices mientras raspaban las latas que le servían a Goyo para acomodar los panes y cocerlos en el horno.

Esa tarde las labores habían concluido, y como todos los días, los ayudantes limpiaban la panadería mientras Goyo se preparaba cambiándose de ropa para después cargar los sacos de bizcochos en el viejo volchito. Terminó su labor y se levantó despacio de su banquillo, se palpó el vientre con ambas manos y sonrió de felicidad pensando que para mayo vendría su bebé y el pequeño Elías, su primer hijo, de ocho años, ya tendría compañerito para compartir sus juegos infantiles.

-Bueno, pues este galán ya está listo para ir a Mérida a enamorar a las muchachas… -dijo Goyo entrando de improvisto y antes de que la muchacha le contestara, la abrazó riendo por la broma.

Mayté fingió resistiéndose molesta; Goyo, siguiéndole la broma, la miró con gesto pícaro; al fin rieron juntos y se besaron. Aquél subió al auto, amarró firmemente las bolsas en la parrilla instalada en el techo y arrancó agitando las manos en señal de despedida. La muchacha suspiró y, entrando al pequeño despacho, realizó una inspección final antes de abrir al público. La vidriera se veía llena de olorosos panes, calientes aún; había tuttis, hojaldras, conchas, panes de mantequilla, roscas… En fin, todo el surtido que elaboraban las diestras manos del panadero. Revisó si tenía suficiente papel de envolver y monedas para el cambio; satisfecha fue a su cuarto a cambiarse para abrir, pero antes entró a la panadería atraída por el escándalo que armaban los muchachos que reían y relajeaban tirándose una bola de masa sucia de grasa que se usaba para limpiar los moldes de lámina estriada que servían para el pan de mantequilla. Se calmaron cuando apareció la patrona, ésta les dio unas monedas y su bolsa de pan a cada uno y los mandó a su casa.

En eso vio a Camila que brincaba la albarrada y venía corriendo en dirección a la panadería. Camila entró y se paró junto a la artesa esperando a que Mayté cerrara la puerta de hierro del horno y le pusiera una piedra para que no se abriera.

-Te traje un frasco de dulce- dijo viéndola con los ojos muy abiertos, Mayté sonrío y la abrazó dándole las gracias; la dulcera era cinco años más chica que ella y se sentía halagada por la devoción que esta muchacha le tenía. Cuando era más pequeña, Camila la seguía a todas partes pendiente de sus gestos; en esa época vivía en la tienda de su madrina doña Maruchi cuando la pequeña Camila iba a comprar se le quedaba viendo con admiración que rayaba en el arrobamiento. Tomó el frasco y, como joyas en su estuche, los ciricotes refulgieron tentadores, inmersos en la miel de su almíbar. No aguantó la tentación y, sacando un dulce, lo introdujo a su boca; sus cejas se arquearon por la sorpresa al sentir la delicia del manjar. Fue una sorpresa, porque ¿quién iba a imaginar que un fruto tan simple y rústico como el ciricote alcanzara este grado tan excelso de sabor?

Sus facciones se relajaron. Aprobó con la cabeza, sus ojos se abrillantaron por la emoción del gusto y al final, cuando consumida la carne del fruto gozaba anolando (7) la pepita del ciricote, abrazó conmovida a Camila.

-Gracias- murmuró en tono tan profundo que la muchacha sintió un raro entorpecimiento en sus miembros. ¿Te gustó? -preguntó alborozada mientras Mayté seguía anolando la pepita.

-Te quedó de-li-cio-so.

-Entonces, ¿crees que la gente de Mérida lo compre?

– Sin exagerar -dijo profética-, te lo van a arrebatar.

Camila quedó parada, sonriendo satisfecha olvidándose por un rato del verdadero motivo que la había llevado ahí y que era pedirle consejo a su amiga para resolver el problema que tenía desde días atrás; se estrujaba las manos nerviosa por no tener palabras para comenzar.

-Te preocupa algo, ¿verdad? -dijo Mayté mientras peinaba su largo pelo.

Camila suspiró y al fin sus palabras salieron en tropel.

-Es sobre Nacho, fíjate que se le metió en la cabeza eso de irse a trabajar a un hotel de Playa del Carmen junto con sus amigos; pasó a verme anoche, bien borracho, y sólo repetía «Me voy, me voy»; así que estoy triste, no porque quiera irse del pueblo como casi todos para trabajar a Quintana Roo sino por el hecho de que haya empezado a tomar con sus amigos.

Las lágrimas la traicionaron y comenzaron a correr por sus mejillas, pero no se preocupó de limpiarlas ni dejó de hablar, -porque- prosiguió- demasiada dura es la vida aquí en el pueblo para ganarse los centavos como para aumentar la carga tirándolo en el vicio del alcohol.

– Es cierto -asintió Mayté mientras le ofrecía un pañuelo, y añadió:

-Basta con pasar una tarde de domingo en el pueblo por la calle principal y ver a los jóvenes que trabajan en Mérida y vienen los fines de semana botados en el suelo y vencidos por el aguardiente, otros peleándose entre ellos o, perdida la vergüenza, haciendo sus necesidades a la vista y paciencia de todo el pueblo ¿De qué les sirve ganar buen dinero en Mérida sobándose el lomo como albañiles, meseros o jardineros si en lugar de vivir tranquilos lo gastan en guaro? Pero dime… Agregó interrumpiendo su acalorada exposición.

-¿Qué piensas hacer?

– Por eso vine a verte- murmuró Camila despacito mientras se limpiaba la cara y trataba de sonreír. Mayté se le quedó viendo reflexiva mientras se preparaba para abrir su despacho de pan. Dijo al fin: Habla con él y dile lo mismo que me dijiste a mí, porque casarse no sólo es compartir la hamaca y traer chiquitos al mundo, sino también compartir los sueños y las esperanzas de un futuro mejor. Su mirada se perdió en el inmenso patio con árboles frutales de su casa y al fin fue a abrir la puerta del despacho debido a los insistentes toques de los clientes puntuales que venían por el pan para tomar su chocolate.

Camila se despidió y salió a la calle entrando a su casa por la puerta del frente, sorprendiendo a sus padres que al verla suspendieron confundidos su conversación. -Segurito que hablaron de mí- Pensó risueña mientras jalaba un cubo de agua del pozo para bañarse.

Esa noche oyó el chiflido de Nacho y presurosa salió a reunirse con él; se veía un poco apenado por la noche anterior, pero se mostró efusivo cuando abrazó y besó a Camila. La muchacha le tomó de la mano y dijo seria: Vamos al parque, quiero hablar contigo.

Y hacia allá se encaminaron saludando a la gente que se cruzaba con ellos o a las señoras que tomaban el fresco sentadas en la puerta de sus casas. El parque estaba desierto y los grandes laureles se agitaban con la brisa nocturna que venía de la costa; en el centro del parque, había una fuente abandonada en forma de tazón invertido con una mestiza de bronce con los brazos en alto bailando jarana. Se sentaron junto a los destartalados juegos infantiles, herrumbrosos por la falta de mantenimiento, en una banca que tenía grabado en el respaldo: «H. Ayuntamiento, Box Ok, Yuc., Méx.»

-Antes de que empieces, escúchame -dijo atropelladamente el muchacho-. Ya estoy decidido a irme y no voy a echarme para atrás, pues me comprometí con mis amigos. Hizo una pausa esperando una reacción violenta de la muchacha ya que la conocía bien, según él, pero al ver que tal cosa no sucedió trató de ser persuasivo. -Mira, es por nuestro bien, mi amor, en un año volveré trayendo buen dinero y nos casaremos en la mejor boda del pueblo, invitando a todo el mundo a comer y beber brindando por nosotros. Se interrumpió intrigado por la fría pasividad de la muchacha; respiró fuertemente para tomar aire, se pasó nervioso la mano por el pelo y se entretuvo viendo a la gente que bajaba del bus de las ocho a Tizimín que acababa de llegar. Pasó un rato, el camión y la gente se fueron a sus destinos y ellos estaban sin hablar. De pronto Camila le soltó la mano; el muchacho se puso rígido, como si quedara desamparado y sus ojos se encontraron confusos. Estaba tan tenso que brincó como si le hubiera picado una víbora; cuando sintió en la mano el paquetito que le puso Camila, lo miró desconcertado: era dinero que con tanto esfuerzo y sacrificio habían juntado para su casamiento. Entonces oyó la voz de Camila que se esforzaba por sonar clara y tranquila:

– Puedes contarlo y llévatelo porque te puede hacer falta, pero antes tienes que oírme. Sonaba su voz triste más no molesta.

– No tengo nada en contra de la gente del pueblo que se va a trabajar a Mérida, Cancún o cualquier lugar del Caribe, porque veo la triste situación en que  quedaron en el pueblo los hombres después de ser liquidados como ejidatarios henequeneros. Para mí es preferible que emigren y no que se queden en sus casas a pasar penurias o, peor aún, que estén botados por las calles del pueblo bien mamados, porque rompe el corazón ver como son arrastrados a sus hogares por sus esposas ayudados por sus pequeños hijos. Lo que me molesta es verlos dejados, sin ánimo, comportándose como huérfanos. Me pregunto: ¿Por qué no fomentan nuevas fuentes de trabajo? ¿Por qué no se dedican a otras actividades en vez de llorar en las cantinas por tiempos felices en que el gobierno los mantenía? ¿Dónde se acabó el entusiasmo? ¿Dónde? Ahí estás tú y tus amigos, jóvenes idealistas; al terminar sus estudios secundarios acordaron quedarse a trabajar en el pueblo hace tres años. Es cierto: al principio les fue bien, porque trabajaban en la cosecha y después en el mantenimiento del naranjal de don Elías. Le fue bien un año, pero después se desplomó la venta de la naranja por exceso de oferta y carencia de demanda. Este fenómeno se da aquí en Yucatán porque nosotros los yucatecos creemos ser muy «vivos». La triste realidad es que carecemos de imaginación; mira, si eres una persona emprendedora y pones un puesto de panuchos en la puerta de tu casa y te va bien, de pronto notarás que la calle se va llenando de puestos de fiambres, ya que todos tus vecinos sacan sus mesas, anafres y comales y en corto tiempo la competencia acaba con el negocio, se «chotea», como decimos nosotros. Tomó aire y alzó la mano para evitar que Nacho la interrumpiera.

– Así pasó con las chinas. Todo Yucatán sembró chinas y se saturó el mercado local, ya que, por ignorancia o lo que sea, no se procuraron mercados para la fruta. Ve a los israelíes: están sembrando tomate en la Península financiados por la SARH; ni siquiera arriesgan su capital, pero esto se debe a que los judíos tienen un buen mercado entre sus compatriotas gringos que pagan en dólares.

Nacho aprovechó la breve pausa de la muchacha que con tanto ardor exponía sus pensamientos y dijo: Eres injusta al juzgarme así a la ligera, recuerda que, en estos tres años, mis amigos y yo hemos sido citri, flori, horticultores y últimamente, milperos. ¿Qué nos pasó cuando sembramos tomate? Y sin esperar respuesta se contestó él mismo: Que nos arruinó la mosquita blanca, sembramos flores y ya íbamos a levantar la primera cosecha y «zas» cayó una granizada de miedo; aun así no nos desanimamos y entre los seis tumbamos monte, lo quemamos durante el tradicional y ancestral ciclo de siembras y sembramos los granos de maíz. Todo fue bien, excepto que las lluvias no llegaron. Aconsejados por los ancianos, fuimos con el H’men para que realizáramos en el monte la ceremonia del Cha’a-Chac (8) y pedirle a los dioses que mandaran el agua; recuerda que por poco nos excomulga el padre Castro por herejes y por practicar, según él, ritos ajenos al cristianismo.

A pesar de todo, debido quizás a la desesperación del último recurso, lo hicimos, entonces ¡Oh milagro! Llovió. Lo malo es que no dejó de llover en tres semanas y se arruinaron las siembras. Ahora dime: Tres años aquí en el pueblo y todos nuestros ahorros son éstos. Desenvolvió el pañuelo anudado que le diera su novia y contó los arrugados billetes.

-Dos mil nuevos pesos, dijo con amargura mientras los estrujaba.

-Con este dinero no nos alcanza para casarnos.

– No quiero un hombre que me dé lujos -dijo Mayté acalorada-, porque no aspiro a una boda ostentosa donde gastaríamos el poco dinero que tenemos en música y tragos para satisfacción de los borrachos del pueblo; pienso más bien en una boda sencilla durante una misa ordinaria de gallo celebrada por el padre Castro. Con mi sencillo huipil blanco, porque yo quiero un hombre que comparta mis sueños, que el dinero que tengamos lo usemos para fomentar el futuro nuestro y de los hijos que engendremos…

-Otra vez con tus sueños locos de la cooperativa.

-Son sueños, sí, pero no locos.

-Mira tenemos tres años de novios, así que esta relación no vamos a terminarla en un día -dijo Nacho- Te propongo esto, debo ir a Motul esta semana porque me llamó tío Roque, el albañil, para que yo le ayude a colar unos techos del nuevo mercado, así que volveré el sábado ya que el domingo pasará Chumín Poot con su camioneta para llevar a los muchachos al hotel de Playa del Carmen donde les ofrecen trabajo. Así que guarda el dinero hasta entonces. La miró a los ojos mientras se levantaba de la banca; el parque se veía desierto ya que el reloj del Ayuntamiento marcaba las 11:40, y juntos caminaron en silencio hasta la casa de Camila donde, por primera vez en años de noviazgo, se despidieron fríamente. Camila entró a su casi redonda casa de paja con paredes de bajareque y barro encalado; de los palos colgaban las hamacas, en medio estaban sus hermanitos, en un extremo sus padres y el xtup y en el otro su hamaca junto a la mesa con la Santa Cruz alumbrada por una veladora. Vio la nota que su hermanito Luis le dejaba recordándole que pasado mañana aprovecharían que no había clases para ir a cosechar una mata de ciricote cundida en la abandonada hacienda Xtul, según le había contado un pajarero que hasta ahí iba a pescar mariposos, chinchibacales y cardenales. Se acostó en la hamaca y casi al instante se durmió profundamente.

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1 Bó (Bob): Unos tallos largos como cañas que le crecen al maguey. Flor de henequén.

2 China-lima: Injerto de naranja dulce y limón; como resultado tiene unos frutos como limones persas, pero dulces y de sabor exótico.

3 Getzmek: El brazo en que se pone la cosa a horcajadas sobre la cintura. Llevar a horcajadas.

4 Chuchú: Senos, pecho de mujer.

5 Mata de ramón: Árbol cuyas hojas se ramonean para criar bestias y que por esto se llama ramón. Árbol forrajero.

6 Yuca-Makal: Raíces y corteza comestible.

7 Anolando: Saborear un dulce o semilla (pepita) con las paredes interiores de la mejilla, pasándolo de un lado a otro con la lengua; así, se dice: “Está anolando huayas” o cocoyol.

8 Ch’a-Chac: Ceremonia del culto milpero que tiene por objeto hacer que llueva.

Miguel Caamal

Continuará la próxima semana…

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