Ichthyostega
Manuel Tejada Loría
Estaba dispuesto a escribir en torno a las publicaciones digitales y su impacto en nuestra cultura escrita y literaria; pero hoy, como en cada uno de los últimos días, han incrementado considerablemente los casos de contagio por Covid-19, mientras el número de fallecimientos es fluctuante, pero sigue ocurriendo. Y es algo que no se puede dejar pasar.
Hago, entonces, este necesario paréntesis, siempre reflexivo, aunque ahora sobre nuestra vida social vulnerada por la pandemia.
Lo veíamos tan lejano. Incluso, como algo que nunca sucedería. Al menos era imposible para nuestra generación. Nos salvaría lo poco que dura una vida humana en comparación al gran tiempo que se mide en siglos y milenios. Y no lo vimos venir.
Nos tomó por sorpresa haciendo lo de siempre: mirando indiferentes las estaciones del año, derrochando nuestro orgullo, el ego excedido, siendo indolentes ante la pobreza y el hambre de otros seres humanos, negándonos, sobre todo, a cualquier cambio, a cualquier conversión. Y se nos acabó el tiempo. Estamos en la antesala del fin del mundo. Y no tenemos la menor idea de lo que realmente debemos hacer.
Por el contrario, seguimos ensimismados, sin comprender que vivimos quizás los prolegómenos del fin de una era. La indiferencia es el signo de este convulso siglo de contradicciones.
¿De verdad estamos en el tiempo del fin?
Varias religiones interpretan señales apocalípticas en el comportamiento esquivo de la humanidad. Este río que somos marcha sobre un caudal desbordado, y hace tiempo que el humanismo sucumbió ante la seducción individualista.
En estos momentos, cuando debe emerger la inteligencia humana, se impone la altiva estupidez del hombre fragmentado. Antes que protegernos a nosotros mismos, atacamos a los demás, arropados en nuestras insensatas creencias.
¿Cuánto personal médico ha sido vilipendiando y agredido en los últimos meses? ¿Qué tiene que existir en nuestro espíritu para reaccionar de tal modo?
En este tenor, ante la pandemia, los crímenes de la narcoviolencia en otros estados del país no han disminuido; por el contrario, sus índices son cada vez más alarmantes. Tampoco cesan los feminicidios y las agresiones de género en todo México. Durante el confinamiento, se ha agravado aún más la situación de violencia contra la mujer.
Insisto: se actúa de manera contraria en el momento que tenemos que ser más congruentes. Por eso distintas religiones interpretan estos síntomas de degradación social como señales de fin del mundo.
¿De verdad estamos en el tiempo del fin?
Lo cierto es que no estamos conscientes del peligro que acecha a la humanidad. Ya sea que superemos positivamente esta pandemia o no, en cada estrato de nuestra sociedad se yerguen irresponsabilidades que contribuirán a un futuro colapso: los gobiernos, en cada uno de sus niveles, más preocupados en hacer redituable el manejo de cualquier contingencia en vez de en un beneficio real y colectivo; la sociedad, incapaz de pensar y actuar conjuntamente; y los individuos, sumidos en la más paradójica de nuestra inconciencia.
¿Qué nos queda por hacer? ¿Cómo debemos enfrentar estos días de intensificación de contagios, de muertes inminentes y dolor? ¿Hasta cuándo los gobiernos darán más importancia a la vida y salud de los ciudadanos? ¿Por qué como individuos somos incapaces de cuidarnos a nosotros y a los demás?
Seguimos sin respuestas.