Algunas experiencias en la vida son tan bonitas que puede pasar mucho tiempo y no se olvidan. Recientemente tuve una de las más increíbles: durante varios días visité un asilo de ancianos llamado “El Abuelo Feliz”, abierto todos los días, las veinticuatro horas.
Ahí trabajan tres chicas: una enfermera, una cocinera y una asistente, que también se encarga de asear, cuidar y darles sus medicinas a las personas de la tercera edad que ahí viven. Las tres sólo trabajan de mañana; cuando terminan sus turnos son sustituidas por otras tres personas del turno nocturno, de las cuales una se queda toda la noche.
En el asilo, que se mantiene gracias a los pagos mensuales que hacen los parientes, viven dieciocho personas adultas-mayores (algunos con Alzheimer), y sus familiares pueden visitarlos de diez de la mañana a cinco de la tarde, de lunes a domingo.
Para ingresar a una persona, el asilo pide, entre otras cosas, copia de credencial de elector del familiar encargado. Los internos solo pueden salir con sus parientes, de hecho, el asilo tiene candado por todos lados para que no puedan salir y sufrir algún percance, o incluso perderse; además, solamente los que no están enfermos pueden salir a dar un paseo, acompañados de las mujeres que los cuidad.
Platicando con Anabel, una de las encargadas, me comentó que las actividades de los ancianitos comienzan a las siete de la mañana; luego de veinte minutos ella, junto con las otras dos chicas, los asean; a las ocho y media desayunan, luego tienen tiempo libre y pueden ver televisión, descansar, caminar o escuchar radio; a las once de la mañana les dan una pequeña merienda, que mayormente son galletas con un vaso de agua fresca. Pasado el mediodía les sirven el almuerzo, pudiendo comer cualquier tipo de comida.
A las cuatro de la tarde les dan otra pequeña colación, y a las seis de la tarde cenan. La hora de dormir varía mucho, ya que algunas veces, cuando están muy alterados, los acuestan más temprano, es decir, a las ocho de la noche.
A Anabel le gusta convivir con ellos, aunque no cualquiera puede trabajar en un asilo de ancianos. Aquellos que se interesen necesitan saber enfermería, además de tener mucha paciencia.
Algo triste que me comentó la chica es que lamentablemente han fallecido viejitos en el asilo, el último hace un mes, siendo ella quien lo encontró en su cuarto; le tocó informar a los familiares para que realizaran los trámites y velarlo en el asilo.
Observar lo que ahí sucede me resultó muy útil y realmente me sorprendieron muchas cosas; una de ellas es que ninguno de los dieciocho huéspedes convive con los otros, los que están saludables de vez en cuando platican e inclusive se ayudan.
Las tres muchachas que están en el turno de la mañana realmente se la pasan bien, sobre todo la enfermera, quien platica, mima y bromea con ellos, siendo notable que realmente los aprecia a todos. Fue la que más me sorprendió.
Disfruté platicar con algunos de los viejitos, como con el ex cocinero don Gabriel, a quien le gusta estar en la terraza del asilo tomando aire, escuchando su radio, e incluso haciendo ejercicio en su hamaca a las cinco de la mañana, siendo huésped del asilo desde hace dos meses y medio. Me dijo que lo tratan bien, pero espera con ansias cada dos semanas salir y estar con su familia, aunque sea sólo dos días; también le gusta bailar, le festejaron sus cumpleaños hace poco en el albergue.
También charlé con don Jorge quien, con 97 años, continúa muy risueño y alegre. Asegura que tuvo una vida increíble, ya que fue cazador de cocodrilos, oficio por el que ganó su buen dinero. Lamentablemente ya no se puede parar, ni sentar, solo podía mover los brazos.
Congenié con doña María del Pilar, amante del deporte (como yo), ella le va al “América” (yo a los Pumas). Ella es licenciada en Educación Especial y le gustaba ejercer su profesión.
Conocí a doña Guillermina, que no me dijo su edad. Me platicó que toca el piano y le gusta hacer las actividades del asilo, lleva apenas un mes y una semana en aquel lugar. Me enseñó la libreta donde tenía canciones que sabía tocar, e incluso las tarareó.
Platiqué con muchas otras personas, cada una de ellas me sorprendió muchísimo.
Visitar el asilo fue una experiencia muy bonita, estar con ellos te hace sentir muy especial, sobre todo al momento de despedirse. Estar ahí me enseñó que se debe cuidar a las personas adultas, se les tiene que querer, que se les necesita mucha paciencia pues todavía tienen sentimientos.
Muchos piensan que ingresar a una persona de la tercera edad a un asilo significa que sus familiares no lo quieren, pero la verdad, como me dijo Gabriel, a veces es la necesidad, pues los miembros de su familia no pueden cuidarlos, llevándolos a un asilo en donde personas como Anabel y las otras chicas los atenderán, prodigándoles cariño.
Entendí que las personas de la tercera edad son muy amables, cariñosas, increíbles, te hacen sentir especial.
Hay que aplaudir a todas aquellas que, como Anabel, los cuidan, pues no todos tienen la vocación para convivir con ellos. Eso lo considero admirable de todos, hay que darles mucho reconocimiento por cuidarlos, por estar pendiente de sus medicinas, de la hora de comer, de calmarlos cuando se alteran.
Fue una gran experiencia.
EDUARDO ALEJANDRO XOOL CASTILLO
alejandroxoolcarrillo@gmail.com