Por Carlos Duarte Moreno
(Especial para el Diario del Sureste)
El Quijote zoológico es el perro. Ni pobreza ni quebrantos, ni golpes ni desatenciones hacen mella en él. Figura y prototipo de la fidelidad, desprecia todo por su amo. Vivir, morir para él, si preciso fuere, tal es su sino, la voz ética de su subconsciencia animal. Si el hombre va sobre piedras, sobre espinas, sobre espinas y sobre piedras el perro va. No le importa la choza o el escarpado. Se acurrucará, vigilante, junto al límite de lo que su dueño tenga por hogar, por terreno, por destino. Su ladrido será clarín siempre para anunciar la proximidad del intruso, animal u hombre. Pelearía con lobos hasta desgarrarse las entrañas, defendiendo a los suyos. Las viejas llenas de símbolos y de leyendas dicen que el perro ve en la sombra la ronda de la muerte y que por eso aúlla, muchas veces, lastimeramente. La comida no es su dogal. Sabe ayunar si el dueño no tiene para darle de comer ¡o si se olvida de entregarle su ración! Y siempre, virtud que no sabemos aprovechar, está en perpetua alegría y, al primer llamado, meneará la cola, saltará, como una cabra, de júbilo. Muchos critican que el perro después de un ramal de azotes lama humildemente la mano que lo azota. Se le achaca olvidar que lo ofenden. ¿No será que el perro no sabe lo que es la ofensa? Es capaz de echarse al agua por salvar a su amo. Juega con los niños, corretea con ellos, les sirve de cabalgadura. Sabe encontrar los caminos, rastrea a las fieras. Sirve para transportar heridos. Lleva al cuello la cantimplora en que está el agua que alivia la sed de agonía de los moribundos. Por noble, presiente el alma de los hombres malos y, cuando los encuentra, los ladra de manera especial. Juega con el gato pero no se entiende con él porque el gato, ante los ayunos continuados, buscará nueva casa. Por eso son enemigos clásicos. Ni nieve ni viento detienen a un perro, recorriendo millas y millas en busca de su amo. A ratos, lo único que le falta al perro es hablar. Pero probablemente la naturaleza fue previsora. Si el perro hablase, qué de reproches al género humano, qué filosofías, qué jugosas consideraciones. Cuando comer y nada más que comer constituye la bandera de muchos hombres, y cuando de su comer posible o no extraen su doctrina, sería cosa de oír el razonar de un perro que sobrepone el sentimiento de su fidelidad al dolor de su estómago que pide pitanza. Pero parece que el hombre no entiende de estas cosas.
Hermano menor que diría Darío, como son hermanos los hombres, las estrellas, los gusanos, ni el látigo con que te azota el hombre en castigo de culpas que no alcanzas a comprender, ni su abandono de dejarte en noche helada al descubierto y sin restos de guisado, te hará variar, y, aún así, friolento, aterido, débil, ladrarás al intruso, ladrarás a la muerte y serías, y eres capaz, por fidelidad, de ir a morir de pena, de inmovilidad y de hambre sobre la tumba de tu amo.
¡Quijote de otro reino, ejemplo y emulación, cátedra y reflejo de conductas superiores, no mereces andar a cuatro patas!
Diario del Sureste. Mérida, 19 de mayo de 1935, p. 3.