Visitas: 0
XXVI
ELEGÍA
ESTE jardín en que el rosal abría
las urnas de sus flores,
–como mi poesía
sus estrofas de amores–
ya no tiene una flor, amada mía.
Discurro entre sus ruinas, indolente,
y miro sin asombro
la aguda zarza hiriente
como un hostil escombro
que erizara sus púas de repente.
Sobre el agrio peñón temblando brilla
el resplandor escaso
de la luz amarilla
de un espectral ocaso,
y un salmo dentro de mi alma se arrodilla.
Ni la lluvia del cielo generosa
ni los tibios fulgores
del alba luminosa,
negaron sus favores
al lirio muerto, a la marchita rosa.
Murieron en mi campo, amada mía,
¡ay! tal vez por lo mismo
que murió mi alegría…
Mentiroso espejismo
Fugaz que cautivó mi fantasía.
Huyeron como huyeron de mi lira
las frases deslumbrantes
del verso que suspira
en deliquios amantes…
¡del verso apasionado que delira!
Y no es que no te adore, ni me adores
hoy más intensamente
que ayer, cuando hubo flores…
Que aun ciño tu frente
con sartas de mis ósculos de amores.
Mas tornará otra vez la primavera
aquí donde hay despojos
y un crepúsculo impera…
Este campo de abrojos
ha de ser otra vez lo que antes era.
Florecerá otra vez mi poesía…
Te brindará en su copa
el néctar que tenía…
¡aún la lírica tropa
inquieta a la dormida fantasía!
Esta sombra, esta bruma, esta crudeza,
esta aridez helada,
no aumenten tu tristeza…
¡Aún la noche callada
tiene su melancólica belleza!
Vivamos de recuerdos… te lo imploro…
Era un canto muy bello
a tus dos trenzas de oro
y al mármol de tu cuello…
Y el tema suspiraba… “yo te adoro.”
Vivamos de recuerdos, vida mía…
El verbo, en explosiones
de pétalos, abría
su palio de canciones…
¡El jardín, cómo entonces, florecía!…
José Inés Novelo
Continuará la próxima semana…