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El Wi’it

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CAPÍTULO VI

Jadea, corre por la angosta brecha que atraviesa el monte, agitado, sudoroso, sigue veloz deseando llegar a tiempo y encontrar a su reina. No importa que los años y sobre todo el sufrimiento, hayan dejado algunas marcas en su rostro; María Uicab es y será siempre la santa y hermosa patrona, la que con su nombre recuerda el sabor y aroma del alimento que nos obsequia generosa la sagrada Xunáan k’aab. Es necesario encontrarla: los sembradíos han sido arrasados por los waaches, falta la calabaza, el frijol y la santa gracia con que fuimos creados. Han huído el venado, el pavo de monte y hasta las garzas, que asustadas, escuchan los estallidos que brotan de las armas, corren espantados al ver caer una lluvia de aves muertas sobre Chunyaxché que se ha teñido de rojo. María, nuestra reina abeja, heredera de nuestra diosa Ix k’uj Kaab, la que desciende de los cielos en nuestra sagrada Zamá, seguramente procuraría alimentarnos en estos días aciagos. Necesita verla, pedirle su consejo; que transmita a los demás las órdenes de la Santísima.

Imox es su nombre. Él era un wi’it, maya indómito que recordaba a María como la niña testaruda que contravenía casi siempre las advertencias de su madre y abuela; a la que gustaba subirse a los árboles y desde ahí imitar el canto de los pájaros. En su mente sigue fija la cara de esa chiquilla que presumía su fortaleza y que hacía enfurecer a los niños de Muyil cuando, en rápida carrera por un sendero, llegaba primero que todos a la puerta donde comienza el cielo. Cuando se alejaba de todos y no la encontraban decían a gritos: “¡María! ¡María! ¿En dónde estás, María? ¡Ven, no te ocultes de nosotros!”

Imox podía jurar que los pequeños pies de María no dejaban huellas en la brecha por donde corrían hasta llegar a la orilla de la gran laguna. Escucha todavía su risa, ésa que contagiaba cuando, juguetona, escondida entre las nubes, se burlaba de ellos. En su agitada caminata, el wi’it platicaba todo esto con el monte:

–Debo advertirle sobre el peligro que viene; debo informarle que se acerca el ejército, los waaches están macheteando los sembradíos, disparando contra nuestros hermanos, quemándolos vivos dentro de sus casas, están destruyendo todo.

“Hemos vivido terribles años en esta guerra, muchas muertes, incluso por traiciones entre nuestros mismos jefes. Nuestra reina y sacerdotisa, la representante de la divinidad en esta tierra, nos advirtió hace tiempo que el final de los cruzo’ob ocurriría por sus faltas y como resultado de traiciones. Pero también nos prometió que, si esto llegara a suceder, llegaría el día en que renacería para nosotros y que con ella al frente, reiniciaríamos nuestra lucha. Nos dijo que no perderíamos la guerra en esta tierra, porque esta tierra volverá a nacer.

“La última vez que la vimos y la escuchamos atentos, ordenó que debíamos resistir, fingir el olvido, mantener escondidos y encubiertos nuestros conocimientos y espiritualidad dentro de aquellas imágenes que para los ts’ulo’ob son sagradas; que lo hiciéramos así hasta que llegue el día en que el mundo, que hoy está de cabeza, regrese a su lugar y encuentre su centro.

El cansancio le afectaba: ha corrido casi toda la mañana pues debe aprovechar la luz del sol. Le afecta la fatiga y sigue diciendo:

–Soy un wíinik que se alimenta de los frutos que nos obsequia nuestra madre la tierra, a la que ahora incendian los waaches. Soy nieto de los wi’ites, de aquéllos que en las milpas, lejos de miradas ajenas, ofrendamos a los dioses lo mejor de nuestras cosechas, y les agradecemos el habernos concedido sus frutos. Soy de los wi’ites que, por cientos de años, hemos vivido entre la selva y el mar y agradecemos todos los días al Ajaw Creador los alimentos que nos dan fuerza, el aire que respiramos. Amamos a la santa patrona, a quien vemos sentada junto al Ajaw en medio de los cuatro bacabes que sostienen el cielo.

Exhausto, el wi’it se imagina que le habla a su reina:

–Nada te consuela, María, luego de la muerte de tu marido el santo patrón Ignacio. Por primera vez tu voz se escucha como el sonido de las ramas de los árboles al quebrarse por el viento durante la canícula. Don Ignacio Chablé era muy temido por los invasores, se sorprendieron aún más cuando vieron cómo las balas penetraban su cuerpo y aun así él, casi desfalleciendo, seguía cortando el viento, matando a quienes se le enfrentaban. Así envió a muchos ts’ulo’ob a ese infierno en el que creen. Al morir, su espíritu se convirtió en colibrí para acompañar cada salida del sol y, con los valientes guerreros que lucharon hasta el final a su lado, vienen de vez en cuando a mantener en nosotros la esperanza, hablándonos bajito al oído para decirnos en nuestros sueños que vale la pena resistir y cultivar la libertad en nuestras semillas.

“Pero, María, mi santa patrona, ¿en dónde estás? Tengo que encontrarte, advertirte que el ejército se acerca, que ha caído Santa Cruz X Báalam Naj, que la gente de Muyil y de Xmabén sigue luchando, que algunos traidores huyeron o se rindieron. Debo decirte que los que resisten gritan en el combate que nunca firmarán la paz y exaltados por el cadencioso sonido de la maayapax gritan más fuerte que resistirán y que renacerán si los matan. Están luchando y lo harán hasta gastar la última de sus fuerzas; lo hacen para gozar después un mejor tiempo: el tiempo de los mayas.

“Debo llegar a ti, María, acompañarte junto con mi gente para proteger tu regreso por aquel camino que recorrimos cuando fuimos a esconder tu sagrada semilla en aquel pueblo llamado Tekal, aquélla que crece e inundará luego con sus frutos esta tierra, para que nuestro pueblo florezca nuevamente y ocupe el lugar que le corresponde.

Imox cayó desfallecido al darse cuenta de que entró la noche, miró la obscuridad cuando la luna se escondía detrás de las nubes, sintió que sus pies sangraban, se vió a sí mismo: su cuerpo tirado entre la hierba. Sintió la boca seca, gritó, pero no logró escuchar su voz:

–¡Mi reina, estás detrás de las nubes! Ya te veo y escucho de nuevo tu risa que se confunde entre el hermoso canto de aves, ¿amanece entonces? Me gana el cansancio, me vence, me niego a morir. Tus brazos levantan mi cuerpo exhausto, lastimado. Al verte y sentirte, sonrío: te he encontrado.

Georgina Rosado – Carlos Chablé

Continuará la próxima semana…

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