Teatro Yucateco
Santos Gabriel Pisté Canché
El quejido de un venado los asusta a todos. Aterrados, oyen las coces del animal que se dirigen hacia ellos.
CHILÁM BALÁM: ¿Oyeron? El venado corre hacia aquí.
NIÑO 1: Quizá nos siguieron.
NIÑO 2: Estamos perdidos, son los dzules.
NIÑO 3: No son los barbados. No se oyen los perros.
CHILÁM BALAM: No importa, entremos al cenote, ¡pronto! (Corren a esconderse)
Entra un venado asustado; se detiene; no sabe que camino seguir. Se oye el ruido de un jaguar. El venado reanuda su loca carrera. Aparece el felino, olfatea su rastro, ruge y lo sigue. Silencio. Se oye el canto de la lechuza, la rana y los grillos. Los Niños y el CHILÁM BALAM salen de la cueva, armados.
CHILÁM BALAM: Era mi hermano el balám que cazaba su comida. Si fuera un Dzul…. (Blandiendo su macana) lo hubiera despedazado. (Golpea el suelo con furia.)
NIÑO 3: No me hubiese quitado mi presa, mi lanza le iba a atravesar la garganta. NIÑO 2: Quizá mis flechas ya lo hubiesen asaeteado.
NIÑO 1: Mi onda, antes que ustedes, lo tendría inmóvil. (Se miran, ríen entre sí como un desahogo del susto pasado.)
CHILÁM BALÁM: Somos un ejército, no cabe duda.
NIÑO 3: Seremos un ejército Chilám Balám, no lo dudes.
NIÑO 1: Tiemblo, hermano, al recordar el día en que los Dzules nos atraparon. Nuestro nacóm había peleado muchas veces al mando del ejército, no conocía el miedo.
NIÑO 3: Cuando los comedores de anona entraron a nuestro pueblo, hicieron prisionero a nuestro padre, con engaños. Tarde se dieron cuenta los principales señores. Los encerraron a todos en la casa principal.
NIÑO 2: Nuestro nacóm, con veinte guerreros fieles, nos sacó del pueblo y huimos arrastrándonos entre la maleza.
NIÑO 1: Mi madre, mi pobre madre, no quiso huir, no quiso dejar solo a mi padre. NIÑO 3: Mi padre dió la orden al nacóm para que sus cuatro hijos, los cuatro herederos, no murieran y no se acabara su linaje.
NIÑO 1: El nacóm iba triste… dejaba a su familia.
NIÑO 3: Era su deber. Nosotros somos Príncipes herederos, ¡no lo olvides!
NIÑO 2: Estuvimos huyendo durante varios kines, durante varios uinales… perdimos la cuenta del tiempo.
NIÑO 3: Hace unos días nos atraparon. Habían muerto nuestros hombres, sólo nuestro nacóm peleaba ayudado por su brazo derecho y su brazo izquierdo, cada uno blandía su macana.
NIÑO 2: Salimos de nuestro escondite para arrojar piedras al que lo guerreaba, fue cuando nos descubrieron.
NIÑO 3: -¡No los maten!-, gritó, arremetiendo con más fuerza con sus macanas. Su brazo izquierdo cayó, de un tajo, arrancado por la vara de un dzul. Su otro brazo fue arrancado por la vara de papaya que disparó su trueno. -¡No los maten, son príncipes herederos de la casa de Cocom!-
NIÑO 2: Una bestia lo aplastó. Bailó sobre él su danza de la muerte. Se paró en sus dos patas traseras, las otras las agitaba en el aire… al bajarlas, regó los sesos de nuestro nacóm per el suelo. Asi murió,
CHILÁM BALAM: Se lo llevaron los Oxlahuntikú, los trece señores del cielo. Los guerreros que así mueren, suben a las ramas del yaax ché, la ceiba verde, que está en el centro de la tierra.
NIÑO 3: Los barbados nos ataron de las manos y la garganta, nos juntaron a otros hombres, llevándonos a un lugar que no conozco. Ahí estaba mi padre.
NIÑO 2: Decían que valíamos oro, por eso no nos mataron. Al saber su capitán que éramos Cocomes, mandó a llamar a nuestro Halach Uinic, nuestro padre. NIÑO 1: Él nos abrazó y acarició nuestras cabezas, pero lo apartaron a patadas, era de noche y todos los hombres estaban encerrados.
Niño 3: El capitán tuvo miedo de que los hombres se revelaran, mandó soltar a los perros y los hombres rodearon la casa, armados con su vara de papaya.
NIÑO 2: Entonces, dijo a mi padre: -Decidles que no alboroten o mando a incendiar la casa, para que de una vez se vayan al infierno, ¡bestias malditas! Mi padre tuvo que hacerlo.
NIÑO 3: El capitán dijo y un Xiú tradujo: -Verdaderamente sois príncipes, habéis alborotado a estas bestias con vuestra presencia y veo que verdaderamente os quiere vuestro padre-. (Pausa) -¡Encerrad en una sola jaula a estos cinco! Tenéis hasta mañana para decirme dónde está el oro, si no, señor Cocom, quemaré uno a uno vuestros hijos, hasta que obtenga el oro-.
NIÑO 2: Uno de los que portan el palo santo de madera, quiso intervenir, pidiendo bautizarnos, pero el capitán lo alejó con la vara que corta, diciéndole que no se meta en las cosas del Rey.
NIÑO 3: Mi padre dijo que él no tenía oro, pero que sabía dónde sacarlo.
NIÑO 1: Lo golpearon porque antes le habían torturado y no dijo nada.
NIÑO 2: El capitán pensó que se trataba de un truco, cuando mi padre dijo que había que caminar cinco días de ida y cinco días de vuelta.
NIÑO 3: Llamó a cinco de sus hombres. Escogió a tres de nuestro linaje y dijo a mi padre: -Explícales a ellos dónde está la mina. Si no regresan con oro, tú y tus hijos serán quemados en aceite hasta que mueran y sean echados a los perros-
NIÑO 2: Mi padre los mandó a explorar Lol Tún, donde dijo que había oro en sus grutas.
NIÑO 3: Los Xiú, nuestros odiados enemigos, acompañaron a los soldados.
CHILÁM BALAM: ¡Esos perros traidores! ¡Siempre fueron traidores! Por culpa de ellos mataron al nacóm de los Itzáes. Fuimos reducidos a pedazos de hombres, huimos unos pocos por diversos caminos y nos perseguían para rematarnos. Hemos de borrar de la faz de la tierra su linaje.
NIÑO 3: Serán reducidos a esclavos, serán vasallos de los Cocomes y de los Itzáes.
NIÑO 2: Porque sabrás que en la encomienda se han unido todas las familias. Serán los Cocomes y los Itzáes quienes encabecen. Seremos sus nacomes.
NIÑO 1: Los Xiues decían que no había oro en Lol Tún, pero mi padre convenció al capitán, alegando que siempre había sacado oro de ahí.
NIÑO 2: Nos encerraron en la jaula. Nuestro padre nos hablaba en lenguaje figurado todo el tiempo. A los tres días nos pasaron con las demás familias.
NIÑO 1: Algunos que fueron Batabes nos preguntaron por sus hijos, sus esposas… no sabíamos. Todos estaban desesperados.
NIÑO 3: Ahí comenzaron a planear, a tejer nuestra huida y la de ellos. Un Batab dijo a nuestro padre de tu existencia. Nos explicaron cómo debíamos hablarte. Ya estás informado, prepárate.
NIÑO 1: De aquí en adelante tú eres nuestro guía.
NIÑO 3: Deberás enseñarnos a leer nuestra historia en los libros sagrados, a manejar el Tzolkin, el calendario sagrado, y el Haab, nuestro calendario civil. Hemos de aprender de prisa.
NIÑO 1: Debería estar jugando con arcos y flechas a mi edad, pero tengo que aprender las cosas de los grandes.
NIÑO 2: Creciste rápido hermanito, porque los dzules nos comen nuestro tiempo.
NIÑO 3: Enséñanos los libros Balám, mientras esperamos.
NIÑO 2: Dijeron que detrás de nosotros huirían. Quisieron sacarnos antes para no perecer en la batalla de la huida.
NIÑO 1: Pero los perros nos olfatearon, a pesar que nuestro padre nos dió un amuleto de Ixchel para defendernos de los señores de la oscuridad.
NIÑO 2: De los Bolomtikú, los señores del inframundo y los traviesos aluxes.
NIÑO 3: Tuvimos que sobreponernos al miedo de caminar por la noche, porque Ixchel, la diosa luna, no hizo su recorrido tranquila, a veces se ocultaba.
CHILÁM BALÁM: Hemos roto nuestra forma de vida. Las noches eran para dormir, descansar y guardarnos de los señores del inframundo. El día era para vivir y disfrutar de la bondad de los dioses, ahora el día es para escondernos en los subterráneos o entre la maleza. La noche es para vivir huyendo de nuestros enemigos. Se ha convertido en nuestra aliada. (Pausa.) Busquen madera seca y hagan una fogata con tres piedras, voy en busca de nuestro libro sagrado.
Los NIÑOS buscan lo pedido sin soltar su arma. Prenden la fogata. El CHILÁM BALAM trae varios códices. Estos están envueltos en una tela fina con bordados de colores rojo, verde, azul, amarillo y negro. Queman incienso y el oloroso copal.
CHILÁM BALÁM: Sentémonos alrededor del fuego. Reguemos los sesos del cielo (Hecha incienso a la fogata) para que su humo llegue a nuestros dioses y éstos nos miren y nosotros podamos mirarlos. (Pausa.) Esta es la primera relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio, en reposo, todo inmóvil, callada y la extensión del cielo. (Música que fondea.) No había todavía un hombre ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaba el mar en calma y el cielo en toda su extensión. No había nada junto que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, que se agitara ni hiciera ruido en el cielo. No había nada que estuviera en pie, sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo, No había nada dotado de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu y Gucumatz, los progenitores estaban en el cielo rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules. Se dispuso la creación en las tinieblas de la noche, en común acuerdo con el Corazón del Cielo que se llama Huracán. El cual así se manifiesta: el primero en manifestarse se llama Caculhá Huracán, el segundo Chipi Caculhá y el tercero Raxá Caculhá, estos tres son el corazón del cielo. (Pausa) Conferenciaron sobre la vida y la claridad. De cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será que produzca el alimento y el sustento. Entonces fue que se manifestaron Tepeu y Gucumatz.
Compilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…