Letras
Jorge Pacheco Zavala
He vivido largos y tormentosos años bajo la condena de este sino. A pesar de que en los últimos meses solo he dormido un par de horas durante las noches, sigo vivo por alguna extraña y desconocida razón.
Si los sentidos alterados o extendidos nos ayudan a ver de mejor manera las otras realidades, yo califico para tal estado de inconsciencia, puesto que mis delirantes insomnios han condicionado gravemente mi inteligencia.
Mis estados reflexivos me llevan siempre a conclusiones que se interconectan irremediablemente con mi sino; y, sin embargo, debo reconocer que este sino carece de claridad ante mis ojos cansados. Lo he visto arrastrarse hasta mis pies mientras pretendo dormir, lo he visto aparecer en lugares inusuales mientras dedico instantes placenteros a una adicción antigua, tan antigua como sus fieles sirvientes. Pero siempre, sin importar cuándo, cómo o dónde se me aparezca, el sino muestra una línea clara que define mi existencia. Es la línea inconfundible del sino que me fue asignado antes de los tiempos y que yo, en oposición a su designio, busco las respuestas que aún no me han sido reveladas.
Lo trágico del sino radica en la verdad irrefutable de su estigma: el portador no puede «vivir”, si acaso existir, pues lo hace como una extensión de sucesivos actos de una misericordia inmerecida. Cada segundo, cada minuto y cada hora del día están supeditadas al cumplimiento que incuba el sino cuando, desde tiempos inmemoriales, todo portador ha sucumbido a su tenaz e inquebrantable propósito.
En mi incesante búsqueda, me he extraviado. Muchas veces, en la profundidad de las noches silenciosas, he mirado detenidamente transcurrir el tiempo, el lento caminar del segundero mientras me busco, y tan solo atino a encontrar trazas de lo que alguna vez fui; he llegado a pensar, definitivamente, que estoy parado frente al final de mi existencia… porque, junto al sino, me fue dada una convicción que me aprisiona hasta asfixiarme, ahogando al otro ser que me solía habitar.
Es mi sino una pálida luz que me adormece, que tiernamente me acompaña para que no pierda la cordura, pero justamente en mi debilidad termino por nunca encontrar el camino.
Ahora mismo experimento este cansancio inusual. Me encuentro frente al umbral inmenso, rodeado de sombras; entre la bruma, de nuevo aparece el fino filo de luz que me alienta, que me inmoviliza…
Y sí, al fin puedo ver completo el plan maestro. Al fin puedo descubrir tras el velo lo que era preciso conocer, el camino por el que debía andar.
Al fin lo conozco, el sino frente a mí, pese a que el otro que me habitaba vuelva a vivir, mientras yo muero en este mismo instante…