Eventualmente se convirtió un secreto entre los alumnos, tanto para evitar que los maestros lo supieran como para que solo ellos pudieran beneficiarse; para ser más exactos, los cuatro alumnos de la Clase 2A.
Se encontraba en una bodega del conserje, prácticamente junto a los baños más alejados del edificio. Cómo llegó ahí fue algo que nadie supo.
Era lo primero que veías al abrir la puerta, no había manera de ignorarlo. El cuarto había dejado de ser usado por los conserjes hacía mucho tiempo, siendo ahora el gran almacén junto a la sala de descanso para todos los trapeadores, limpiadores y demás. La bodega también almacenaba algunas viejas sillas, escritorios; sus estantes estaban llenos de botellas vacías, cajas vacías de gises, borradores de pizarra gastados y los sobrantes de todos los clubes, que incluían proyectos y esquemas que nunca volverían a ver a sus dueños.
Estaba dibujado en la pared del fondo, apenas iluminado por la luz blanca de la única bombilla que aún se encendía. Emulaba un par de cuernos de toro, erguidos de tal forma que se doblaban en medio, haciéndolo parecer las dos puntas de cada extremo de un tridente. En medio, un gran ojo, un óvalo y un punto negro, con color negro, sobresaliendo en la pared gris.
Al examinar, uno de los estudiantes que lo encontró primero notó que el símbolo del ojo parecía más reciente pues, mientras los cuernos habían sido dibujados por algo que parecía pintura –o brea–, el ojo estaba dibujado con marcador negro.
Las decenas de nombres escritos alrededor de este símbolo llamaron la atención de los estudiantes: cada uno estaba escrito con letra diferente, y con diferentes instrumentos. Había letras manuscritas hechas con bolígrafos, gruesas letras con marcador negro, otras con letras pequeñas y muy separadas con algo que podía ser barniz de uñas.
Los numerosos nombres iban desde los locales hasta los extranjeros. Alguien notó que los nombres no se repetían, que la mayoría de ellos no se utilizaban desde hace años, desde los ochenta y setenta. Tomando en cuenta la antigüedad de la escuela, esto no resultaba extraño, mas el símbolo sí.
Había pintura seca y vieja esparcida por todo el suelo; en una inspección más cercana resultó obvio que esta alguna vez estuvo en la pared donde estaba el símbolo, pero se había empezado a descarapelar. Quien quiera que lo haya hecho, debió haber utilizado una pintura muy barata porque apenas había percudido la pared, sirviéndole más como una capa protectora que eventualmente empezó a caerse.
Cuatro alumnos, de los originales diez que encontraron la bodega, se quedaron a mirar más de cerca el símbolo; algunos se fueron simplemente porque no parecía gran cosa, mientras que otros se fueron porque el símbolo les daba “mala espina”, algo acentuado por los rumores sobre la escuela desde su fundación. Se decía que fue construida sobre los cimientos de las ruinas de una iglesia destruida que – según la leyenda – se derrumbó porque los clérigos habían vendido su alma al diablo y ese había sido su castigo, etcétera. No había nada de original o diferente a historias similares que se inventaban para poner a los niños en raya.
¿Cuál fue la razón que llevó a uno de ellos a escribir en la pared, con el plumón que llevaba siempre a mano, el nombre de uno de sus compañeros de clase? El “estuvo aquí” estaba de más y tenía que ver con una broma privada entre los chicos, una burla a espaldas del dueño del nombre. Pero al final lo único que importaba era que el nombre fue escrito.
La siguiente semana el chico cuyo nombre fue escrito fue declarado como desaparecido. Su ausencia se había hecho notar por sus compañeros de clase unos días antes, pero no fue considerado nada extraño hasta que la policía vino a hacer algunas preguntas a la dirección de la escuela, a unos maestros y a algunos alumnos.
Muchos días después de que la policía viniera, uno de los chicos contó lo que había hecho a los otros tres. Al principio no pensó que tuviera que ver con la desaparición de su compañero; mientras más lo pensaba, no podía ignorar el hecho.
Sus compañeros atribuyeron todo a la coincidencia y bromearon diciendo que si fuera cierto que él lo hizo se lo agradecían, ya que el desaparecido era un cretino.
Los dos chicos y el par de chicas que conformaban el grupo decidieron volver a la bodega.
La primera vez que entraron había sido por la curiosidad y la terquedad de uno de los chicos de que era posible abrir el candado de la puerta; ahora parecían ser atraídos al lugar.
Fue una de las chicas quien escribió el segundo nombre, sin considerar que todo el asunto fuera real. Escribió en grandes y legibles letras el nombre de una de sus compañeras de clase a la que tenía mala sangre desde hacía meses. Al salir del lugar, con el ojo mirándolos irse, parte de ella deseaba que ocurriera algo.
A la mañana siguiente la policía estaba en la escuela. La madre de la chica había reportado su desaparición después de que no volviera a casa. Esta vez la policía se quedó más tiempo; finalmente los estudiantes fueron enviados a casa. Los cuatro chicos estaban extasiados, sin contener su emoción.
La chica que había escrito el nombre estaba encantada; no paraba de decir que lo había hecho ella, que ella había hecho desaparecer a la “zorra” de su vida. Nadie se lo discutía. Aún más importante, los chicos pasaron toda la tarde en el parque, pensando qué iban a hacer con lo que sabían. Cualquiera pensaría que estarían horrorizados por la desaparición de una persona causado por quién sabe qué, pero el descubrimiento de la magia real suele mitigar dichas preocupaciones, en especial si la mayoría de la gente te parece molesta e inservible.
Pasaron un par de días hasta que la escuela permitió a los alumnos regresar. Para entonces los cuatro chicos tenían un plan.
No iba a ser difícil resguardar el lugar: nadie iba a esa parte de la escuela y el candado era más que suficiente para evitar que alguien entrara. Se tomaron la molestia, eso sí, de traer una pared falsa, de las que se usan en obras, que una de las chicas sacó del teatro donde trabajaba como staff. La pintaron y acomodaron en el lugar para que pareciera que el espacio era más pequeño de lo que fuera, cubriendo la vista por completo de la pared donde estaba el símbolo. Cuando llegaban solo tenían que mover dos estantes y la pared falsa para empezar con los negocios.
Fueron bastante precavidos. Se dieron cuenta de que había un margen de tiempo entre el momento en que el nombre se escribía y la desaparición de la persona. No podían arriesgarse a no venir a la escuela, a que fuera cerrada por la policía hasta nuevo aviso ante más desapariciones, así que decidieron que por el momento no valía la pena desaparecer a nadie de la escuela.
Empezaron con blancos personales, personas que conocían bastante bien incluso cuando no lo quisieran. Padres, vecinos, amigos – o más bien examigos – de la infancia, antiguos novios, prospectos de novias que los habían rechazado… La lista continuó. Se aseguraron de que las desapariciones ocurrieran entre largos periodos de tiempo, para que las autoridades no sospecharan. Fue sorprendente ver la rapidez con que se llenaba el muro de nombres, como pequeños epitafios de personas que nunca más serían vistas en este mundo.
Cuando todas las vendettas personales se cumplieron, no fue sorpresa que no pararan ahí. Empezaron a desaparecer gente que nunca los había molestado, pero que estaban en el momento y lugares equivocados, es decir, entre los chicos y sus deseos.
Pronto, personas que manejaban tiendas o puestos varios desaparecieron justo cuando estaban en su turno, o cuando eran los encargados del lugar. Los chicos pudieron sin problema entrar y tomar lo que querían en ese momento de los establecimientos, sin nadie que lo impidiera.
Uno de los chicos, el que había escrito el primer nombre, se preguntó qué tan lejos estaban llegando las cosas. La primera bandera roja fue cuando descubrió que el otro chico del grupo estaba saliendo con una chica que estaba en duelo por la pérdida de su novio, al parecer extraviado durante una excursión de escuela. Descubrió el nombre del novio en la pared.
Luego las chicas empezaron a comportarse de manera alarmante: al igual que el chico, habían limpiado a toda la “competencia” para ser las únicas chicas disponibles en estos lugares, se las habían arreglado para expandir el rumor de que “cosas malas” ocurrían a la gente que no aceptaba sus favores, usando como ejemplo a muchos de los que habían desaparecido.
Las pláticas entre ellos se volvieron delirantes. Ya no se hablaba de tener cuidado con sus acciones o de mantener el secreto del símbolo. De hecho, ya no se referían a él de esa manera sino como a un integrante más del grupo al que se dirigían como “Él”, aquel que les dio todo lo que tenían y más, su dios de la venganza.
“¿Qué creen que quiera?” preguntó una chica. “Tal vez que lo alaben,” contestó la otra. “Tal vez un altar,” dijo el otro chico. “Si es el diablo, tal vez quiera que hagamos una orgía,” dijo una, la otra estallando en risas mientras el chico sonreía nerviosamente.
“Tal vez más sacrificios,” dijo la otra chica, en un tono más lúgubre, seguido de más risas, risas que no sonaban más joviales sino más siniestras.
Había sido suficiente. El chico ya no se sentía parte del grupo. Decidió entonces que tenía que detener todo esto. A pesar de su edad, sabía que nada iba a cambiar lo que ya estaba hecho, pero tal vez pudiera evitar que empeorara. Tenía miedo de que, si fallaba, los demás escribieran su nombre en la pared, algo que él, aunque también pudiera, estaba decidido a no hacer.
Leyó y navegó por todo internet, buscando cualquier cosa que le ayudara. No deseaba preguntar a extraños, debido a la naturaleza de lo que hablaba y su relación con las desapariciones, así que confió en sus habilidades de búsqueda. Finalmente dio con algo.
Revisó las fuentes varias veces, confirmando con varias personas que sabían algo al respecto, aunque sin revelar su identidad o para qué lo quería usar. Cuando estuvo completamente seguro se decidió: el día siguiente llegaría más temprano que los demás y lo haría.
Varios pensamientos surcaban la mente del chico mientras miraba en la pantalla un símbolo similar al de los cuernos –sin el ojo–, mucho más antiguo. Junto al símbolo, una palabra: Moloch. Al fin supo el nombre de la cosa en la bodega.
Era de madrugada cuando entró a la escuela. Habían robado las llaves del conserje luego de que una de las chicas lo hiciera desaparecer, por “haberla visto con malas intenciones”.
Se dirigió sin prisa hacia la bodega. La escuela había sido construida encima de las ruinas de un templo, pero no cristiano y no era exactamente a Satán al que se veneraba. Porqué la cosa estaba aquí era difícil saberlo, quién o por qué la dejaron. Ya no importaba. Pronto todo terminaría.
Abrió la cerradura y entró a la bodega. Ni siquiera se tomaban la molestia de taparlo.
Ahí estaba: el ojo entre los dos cuernos mirándolo directamente, esperando.
Encendió la luz. Apenas iluminó el cuarto, algo que nunca había pasado. Al acercarse, sintió opresión, como si el aire se volviera de repente más pesado. Se dio cuenta de que estaba sudando en frío.
Estaba a solo unas pulgadas de la pared y el símbolo. Sin perder más tiempo, sacó su navaja.
Se cortó la palma de la mano, sintiendo el contacto de la hoja con su piel. Luego humedeció el dedo índice de su otra mano en sangre, aprestándose a escribir. En el instante en que tocó la pared, la luz de la bodega empezó a parpadear.
Actuó con rapidez; le habían dicho que esto pasaría y no debía mirar lo que había a su alrededor mientras lo hacía.
El tiempo que tardó en escribir cada letra fue acompañado de la terrible presencia de algo a sus espaldas, así como del abrazador calor que aumentaba a cada segundo, proveniente de un fuego invisible que lo envolvía todo. No se atrevió a mirar al símbolo, pero sabía que el ojo lo estaba mirando directamente.
Finalmente, con un último movimiento, la antigua palabra cananea fue escrita. Al instante, todo quedó en silencio… seguido del ruido de algo rompiéndose.
Le tomó un momento registrar que la pared frente a él se rompía. Cuando las sombras lo envolvieron, entendió que aún faltaba una persona por desaparecer.
***
Las autoridades nunca estuvieron más ocupadas que ese día.
El primer cuerpo fue encontrado en el parque. Los testigos dijeron que la chica se había “prendido en llamas” de la nada, apenas dándole tiempo de gritar o reaccionar. El segundo fue un chico en una fiesta: un gran número de personas contemplaron cuando su cuerpo fue envuelto en llamas, cayendo muerto en medio de la pista de baile. Los últimos cuerpos fueron el de una chica con otro hombre, al parecer mientras estaban teniendo relaciones sexuales; la chica estalló en una lluvia de fuego, según atestiguó uno de los vecinos del edificio adjunto desde su ventana.
Los bomberos apagaron las llamas y las ambulancias trataron a los pocos heridos. La policía fue llamada a la escuela una última vez.
Al parecer alguien había entrado a la escuela usando copias de las llaves de las entradas y había allanado una bodega. No se supo quién entró y nada indicaba que el intruso se hubiera robado algo. Pero eso no fue por lo que la dirección de la escuela había contactado a la policía.
La pared del fondo de la bodega había sido derribada. Si esto fue obra del intruso es algo que aún no se sabe, salvo que él fue quien abrió la puerta del cuarto.
En medio de la bodega, tirado en el piso, junto al montón de piedras y escombros, se encontró un cuerpo, completamente disecado y negro. El forense reportó que había sido “quemado”; había ocurrido mientras estaba vivo.
La escuela cerró indefinidamente. Los estudiantes se fueron a sus casas para abrazar a sus seres queridos un poco más fuerte de lo usual. Algunos adultos hicieron lo mismo, mientras pensaban en la vida, la muerte, y los sacrificios que se hacen.
Y por aquellos que algunas veces aplican a nosotros.
HUGO PAT