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DICOTOMÍA DE LO ESENCIAL
Entre la palabra y yo hay un pacto de confidencialidad. Ella se desborda en las noches de desvelo mientras mi alma cavila en sueños otra vida. Ella me busca en las madrugadas, cuando mi mente extraviada apenas atina a ser un poco menos que humana.
Pero somos y cohabitamos como dos buenos amigos que se conocen desde tiempos inmemoriales. Ella, lúcida y suspicaz; yo, temeroso de ser inferior a su inteligencia presentida en los aires. Ella existe y yo la persigo; ella juguetea y yo me entretengo planeando el siguiente arrebato.
Luego de la historia contada viene el silencio, el otro silencio, el que permanece a modo de misterio, ese vacío que permea los espacios entre los hombres y sus mentes. Es un silencio diferente al otro, al que buscamos como refugio creativo, como escondite fecundo y solitario. La cueva del escritor es un silencio provocado, es una ausencia de todo menos de imágenes e ideas que desfilan ante nuestros ojos y ante nuestra imaginación. Somos el resultado de ese silencio llamado invernadero, donde el hábitat se vuelve nuestro hogar, nuestra mayor necesidad.
Pero el otro silencio está del otro lado. Es el silencio del lector que nada dice, que todo lo calla; hace sentir al autor lo mismo que un ermitaño ignorado, olvidado. Sin lectores, las historias contadas no tendrían sentido más que para el que las concibe; sin embargo, en ese pacto de caballeros entre el autor y el lector el código sigue intacto: manifestar el efecto de lo leído con el fin de eternizar el ciclo.
Navegar en el mar silencioso cuyo dominio le pertenece al lector es prorrumpir en tierra virgen donde nada se sabe y todo lo que debiera saberse se ignora. Es caminar en la oscuridad al intentar avanzar con firmeza entre arenas movedizas. El lector tiene el poder, pero muchas veces se lo guarda para adormecerlo entre su oído y la almohada. El silencio es la forma del olvido que anticipa la evocación convertida en palabras…
El silencio y yo nos hemos acostumbrado a reír a carcajadas. Mientras tanto, otro mundo creado imagina el sonido de los pasos de un lector exigente que busca hace siglos las palabras extraviadas entre El Quijote y la Divina comedia…
JORGE PACHECO ZAVALA
Disfruto tanto este espacio, de manera sutil al leerte, voy leyendo mis propios pensamientos, excelente Jorge, como siempre.
Palabra y silencio danzan en armonía, una sin el otro no tiene el mismo sentido.
Buen soliloquio Jorge, como siempre