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El Salado de Colonia Yucatán – IV

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Colonia Yucatán

Ángel Augusto Segura Moguel, alias El Salado, continúa relatándome sus remembranzas en la Colonia Yucatán. Recordó cuando vino a vivir a Mérida, desempeñando diversos oficios; decidió ir a Uxmal por calor de su primo Jorge Moguel, el Cazón, que era electricista allá, trabajaba en el Luz y Sonido. Cuando se le menciona que en la Colonia decían que era a  él al que le reventaban el cocoyol en su cabeza, sólo sonríe. “Jaa Ramiro Carrillo (+) lo decía,” dice sonriendo.

¿Que qué recuerdo de los carnavales? ¡Maaaree! Era de mucho disfraz. ¡No, hombre, estaba buenísimo el ambiente! Nunca fui rey feo. Me acuerdo de uno, hasta la foto tengo: están Puguita –Hilario- y Mario Díaz, la Reina era Susi Navarro, de la Sierra. En esa época hicimos la comparsa «A bailar diablo cha cha cha, a la cola,»dice moviendo los brazos con armonía y tarareando la canción. Fuimos hasta la Sierra, estaba de moda Mike Laure, recuerda alegre y nostálgico. Ahora ya no es así, todo eso se acabó cuando tronó la fábrica.

Entre las cosas malas que me pasaron en la Colonia, un día fuimos a las ruinas a sacar jade Telmo, Verdugo y yo, al salir de la chamba. Nos entró la noche en el monte y empezamos a buscar el camino para regresar; caminamos y caminamos, pero solo estábamos dándole vueltas al cerrito de las ruinas donde se supone que íbamos a sacar el jade. Se me acordó una cosa que hacían mis tíos: clavamos maderas como señal y nos dimos cuenta que estábamos dando vueltas al cerrito. Verdugo quería llorar, ya estaba desesperado; en fin, seguimos caminando hasta que salimos por el camino a Kantunilkin. Oímos ladridos de perro y vimos  a un señor que nos señaló el camino a la Sierra. Cuando llegamos allá  ya era muy noche. Oíamos el pito de la fábrica: ya nos estaban buscando. Era como las dos de la madrugada. Total que no buscamos nada de jade, jodida buscamos.

En otra ocasión, por poco y me mato en mi bicicleta. Fui a la Sierra a acompañar a Manuel Rosado a su visita, ya que ahí vivía una muchachita que era secretaria de don Arturo Orozco que me gustaba. Y ahí nos vamos. Ya era tarde, faltaban como quince minutos para entrar a mi turno, agarré mi bicicleta y ¡zaz! me voy pedaleando rápido a la Colonia. No sé quién tendió una soga a lo largo del camino cuando a la altura de la gasolinera sentí el tirón y caí de la bicicleta. Como pude me levanté y fui a pedir ayuda. El papá de Lauro Arce, don Prudencio, me ayudó. Cuando llegamos no vimos la soga, sólo la bicicleta: estaba tirada lejos de donde caí. No me pasó nada, solamente un tirón en el pecho y el porrazo que me llevé. ¡Si la soga hubiera estado un poco más arriba, me mataba!

Fui al Cuyo una vez con los cuates. Estaba decepcionado porque me había cortado la muchachita que trabajaba con don Arturo y me puse a mamar con la bola de cuates. Me dice Rach Gamboa: ¿Te quieres matar, cabrón? Me llevó a la playa y me empezó a hundir. Estábamos pedos y ahí me dejaron tirado. Cuando desperté, fui al centro del Cuyo y no los vi; en eso me encontré con mis primas, que habían rentado una camionetita, y me llevaron de regreso a la Colonia, amarrado en las redilas en la parte de atrás porque no había lugar para mí. Así llegué a la Colonia.

De verdad que al platicar con el inconfundible Salado no quisiera uno que se acabe el tiempo, su plática de lo que vivió, hizo y le pasó en ese rincón del oriente del estado que fundara el Ing. Medina Vidiella, que mucha gente todavía recuerda con cariño, nostalgia y emoción, hace realmente válido el sentido de pertenencia de los que orgullosamente somos de la Colonia Yucatán.

“¿Vas a visitar a más gente de la Colonia? Cuando vayas llámame, ¡coño! Pa’ que yo converse también con ellos…”, concluye el inolvidable Salado.

L.C.C. VICENTE ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelote63@gmail.com

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