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El reino de la imaginación

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Letras

José Juan Cervera

La vivencia del descubrimiento temprano del universo deja impresiones que persisten en el curso de los años, portadores tenaces de una cauda de responsabilidades y nuevos estados de vida. Junto con el recuerdo de hechos remotos, quedan huellas alojadas en las zonas fronterizas que el sueño visita, y que la capacidad de imaginar amolda en la suma de fragmentos y enigmas.

La imaginación es una facultad que toca el sentido profundo de los procesos vitales, porque sus alas rozan los matices en que aquellos se desenvuelven, con rumbo firme, hacia el punto de reconstituir lazos esenciales. Por ello, las intuiciones del arte se acercan a la espontaneidad que alienta en la mirada desprejuiciada de la infancia.

Algunos adultos participan de su mundo interior como seres transfigurados que, al conservar algo de sí en el reino de la imaginación, encauzan ciertos rasgos de su carácter para hacer brotar formas de clara lozanía, signos activos en un contexto que arroja destellos de su núcleo elemental, poniéndolos del lado en que se gesta el impulso creador, lúcido y unitario.

La fuerza imaginativa recorre, desde todos sus frentes, los cuentos que Raúl Renán (1928-2017) reúne en el libro Los niños de San Sebastián (Mérida, Consejo Editorial de Yucatán, 1986), textos que anticipan, en el plano temático, su novela El río de los años. Los pateadores de San Sebastián (2004), en que el protagonista explora los albores de su adolescencia. Entre una y otra obra se advierten conexiones y equivalencias, plasmadas con sutileza, e ingredientes extraídos de la vida del autor, dueño de una niñez difícil, acuciada por carencias afectivas y materiales.

Pese a su brevedad, los cuentos dejan ver las condiciones sociales y económicas desventajosas en que viven sus personajes: familias desintegradas, hijos encomendados con algún pariente o conocido, madres ocupadas en servicios domésticos, y hermanos que abandonan sus estudios para cubrir gastos urgentes. En ellos se mueven también esposos violentos y adultos abusadores, así como clérigos iracundos y lascivos. En síntesis, describen la realidad cuya crudeza corre paralela con los juegos de la imaginación que buscan mitigarla, por lo menos en su percepción subjetiva.

Si su madre no puede llevarlo al circo recién instalado en el barrio, el pequeño echa mano de su fantasía para convertirse en empresario, trapecista y figura central de los espectáculos que dispone a su gusto y medida. Con recursos parecidos, otro se erige en jefe de un ejército que toma las calles para perseguir monstruos invasores, cuando permanece recluido en casa mientras la autora de sus días sale a ganarse el sustento diario. O bien los delirios de la fiebre, durante enfermedades prolongadas, mezclan recuerdos dolorosos con amenazas que se disipan en la recuperación de la salud, acompañada de una forma distinta de percibir los rigores de la existencia.

Ya en esos caminos, la infancia puede ser una remembranza que brota en compañía del nieto, salpicada de remordimientos de escasa intensidad, o se estaciona en la mente de un joven adulto que acaba por entenderse con los niños del rumbo en la apropiación comunitaria del júbilo musical; en otro caso, llega como una referencia indispensable para que el sujeto de la oración, personificado en el salón de clase ante los ojos asombrados del profesor, asuma el deber de transmitir la llaneza de las acciones que ejecuta.

El barrio se hace presente en sus calles sin asfaltar, en esquinas como las de El Destino y El Roble, en puntos de confluencia vecinal y en el mártir que le da nombre, con quien se identifica sin reparos un niño castigado. Los objetos cotidianos y los elementos de la naturaleza cobran conciencia de poseer un alma y el don de expresar sentimientos, como el viento que da consuelo al abatido propietario de un papalote que se precipita sin remedio en el suelo: “Risueño, Aire, planeó en la tierra junto a Pablito, lo abrazó con dulzura y sobre su lomo lo levantó. Circundó la tarde y se enfiló hacia donde los vientos buenos se desenlazan para ir a alimentar la vida.

El libro compendia así los trazos en que actúan protagonistas de una infancia envuelta en valores radiantes que su creador, virtuoso de la palabra, fijó para hacerla perdurar en los ecos de la admiración lectora.

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