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El recuerdo de los románticos

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Eliézer Trejo Cámara

Por Carlos Duarte Moreno

Especial para el Diario del Sureste

 

Al doctor Avelino Ruiz Sansores, hermano espiritual del poeta muerto

 

Sobre el polvo del camino nos hemos puesto a recordar, de pronto, al bardo amigo embarcado primero que nosotros en el esquife negro de la muerte… Lo recordamos con el temblor de sus sueños, de sus esperanzas, de sus versos… Y hablamos de él, de su vida irremediable, de su suicidio lento, de su fuga paulatina, de su enfermedad, con la desilusión y con el deseo de ser feliz.

Eliézer Trejo Cámara era de la casta espiritual de los inconformes; provenía de la suprema e indestructible aristocracia de los dilectos del espíritu, y su existencia –soñadora, atormentada, ahijada del pecado y de la gloria– no fue otra cosa que una protesta que cantaba lirismos encantadores sobre los pedregales de su época ahíta de cheques, de libranzas y de billetes de banco. Se burló del Destino, sin sarcasmos, y lo miró frente a frente con la tranquila actitud de un yogui que ve avanzar hacia su corazón a una serpiente a quien sabe que puede encontrar hasta inmovilizarla… Amó con toda la intensidad de su alma romántica y encendió sobre su frente flaca y lúcida la estrella de un amor tocado de lejanía y de imposible.

Nosotros sus hermanos andantes sabemos de ese ensueño casto que gozó y sufrió; ensueño puro, de madurez de vida, manso y albo como un cordero, tranquilo y arrullador como un lago dormido. La ciudad era su cerco. Su alma estaba hecha para la amplitud, para el paisaje abierto. Preparado intrínsecamente para el olor de los campos, respiró humo de gasolina en las rúas de los centros de población. Estructurado para percibir sinfonías de selva, arrullos de palmas, murmuraciones de mar, escuchó en las ciudades el ruido de los motores, la pauta de los silbatos, el repique de los timbres…

Vivimos el tiempo inicuo en que la lira se rompe contra el alfanje. Palpamos la degollación de las alondras por los gavilanes, la muerte de los ruiseñores por los búhos que cabalgan en la noche. Las brujas siniestras de la Envidia queman azufre infernal para que se ahoguen las palomas del Bien. En los calderos malignos del Ultraje, los enanos de la Maldad  queman, malditos, el valer de muchos hombres. Las hornazas se abren a los cuatro caminos de la Vida y hay que andar alerta para no meter en ellas las manos que se adelantan queriendo aprisionar a la Verdad, a la Justicia, a la Belleza…

Todas estas verdades ensordecieron el alma del poeta y corrieron sobre ella cortinajes de neblina, desde la gris del fastidio del medio hasta la enlutada de la desesperación que es hermana de la Muerte.

Por eso, muchas veces, con el abandono de su vida incurable, al paso de la felicidad fugitiva –su amada- sin bajarse el embozo como el héroe de Rubén, llenó la copa de licor y con el licor se bebió sus lágrimas… ¡Las incomparables lágrimas que pasan del corazón a la boca sin salir a los ojos! ¡Las lágrimas con que llora el alma, sin mostrarse a los demás, cuando sabe que se irá de la tierra sin arribar a la tierra prometida!

Eliézer Trejo Cámara no fue él solamente; fueron muchos –antes, en su época, después de su vida– los que vivieron en su carne, los que se expresaron con su espíritu, los que escribieron sus versos, los que sorbieron su vino… Fue caballero y arquetipo de una casta que no pesa sobre nada ni sobre nadie porque tiene alas. Vio pasar a los ropavejeros de la Estrofa coronados de aedas, sonrió con su alma tranquila de vanidad y serena de codicia, y cantó entusiasmado y sentimental con la maravilla de un pájaro que se posa en la rama de la ilusión que avanza sobre el abismo del tiempo que no quiere comprender…

Polvo se estarán volviendo ya sus huesos en el oscuro y crujiente de su tumba sorda de tierra y de cal. Su corazón estará deshecho, abierto, desapareciendo… Los gusanos que lo devoran deben ser gusanos de luz a fuerza de morder esa entraña amasada con astros…

Novia espiritual del poeta muerto, a quien yo conozco y que fuiste fanal en sus tribulaciones, siempre superiores, por él, por ti, por el amor limpio de pecado que te profesó; por tu nombre que estuvo en sus labios y en su alma minutos antes de morir, acoge estas líneas sin prestigio que yo escribo por el hermano caído en la jornada, mientras caigo también, sin saber si alguien escribirá mi tragedia de ensueño, de deseo de felicidad y de amor que llevo a cuestas…

Mérida, Yucatán.

 

Diario del Sureste. Mérida, 28 de abril de 1935, p. 3.

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