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El Presidente Electo

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A veces no puedo evitar pensar demasiado en las cosas. En esos momentos simplemente divago y lo que parece un pensamiento al azar se convierte en una idea concreta que me deja despierto por horas, aun cuando no es gran cosa, de vital importancia o información que valga la pena retener.

Mientras veo las noticias en la televisión, sucede nuevamente. La interrogante que mi cerebro se hace esta vez tiene que ver con lo que vi hace un momento, más bien lo que creo que vi.

Es el discurso presidencial de toma de poder. Cuatro años más de presidencia y, a diferencia de todos los idiotas que dramatizan, no será ni peor ni mejor, solo lo mismo que hemos visto durante las últimas dos décadas.

Realmente no hay una buena razón para atestiguar esto, al menos no para mí. Es de esas cosas que uno se fuerza a observar porque supuestamente es un “momento histórico”, pero solo lo recuerdas cuando alguien más lo menciona, y entonces ya has olvidado la mayoría de los detalles.

Lo único que me mantiene con los ojos fijos en el enorme televisor plano –eso sí: con decente sonido– es la deliciosa pizza que hace que me olvide del mundo por un momento.

Es justo en la última porción del discurso que lo detecto.

El presidente electo está de pie detrás del atril, con su clásica presencia que hace a algunos sentirse más patrióticos que nunca, y a otros más radicales que de costumbre. Idiotas todos: es solo un hombre de edad avanzada al que todas las bases regadas en el mundo y las centenas de bombas atómicas en su poder cambian la forma de su rostro, reflejado lo que le ha afectado ser responsable de la vida de todo un país casi al punto de derrumbarse.

Mientras me pregunto qué convence a un hombre de lidiar con semejante carga, aparece en mi visión.

En el lado derecho, justo en el espacio que separa el auditorio donde está hablando y la reja cuidada por guardias que mantiene a la muchedumbre a su espalda, vitoreándolo, se ve una figura extraña.

Es una silueta. Literalmente es solo una silueta. Un figura de sombras y oscuridad. Apenas se puede notar su forma humanoide, y carece por completo de rasgos. Bueno, no por completo, ya que encima de su cabeza y en su rostro parecían elevarse algo que puede ser la silueta de cables, serpientes o gusanos, agitándose sin control.

Nadie parece notar la extraña figura, ni cuando pasa a solo centímetros de los guardias de rostro áspero; nadie parece ver al intruso de bruma negra.

Solo por curiosidad –y porque tengo mi celular a mi alcance– reviso en internet la transmisión en vivo del evento y, ante mi sorpresa, la cosa no está ahí.

Es extraño, en verdad. La sensación de incomodidad aumenta conforme más transmisiones busco que no parecen mostrar a la misma figura.

En la pantalla, observo la silueta ahora junto al nuevo presidente del país. Prácticamente están codo a codo; en ningún momento su enérgico discurso parece bajar de tono. Cuando pronuncia la frase “Cuatro años más”, el público rompe en aplausos y vítores. La figura negra se mantiene quieta por un momento y luego, tan misteriosamente como llegó, desaparece.

Miro mi plato, aun asimilando lo que he visto, y me doy cuenta de que he dejado de comer. Mi estómago me lo recuerda con un retumbar de tripas. Doy un gran mordisco y paso el bocado con un vaso de refresco helado.

¿Qué fue lo que vi? ¿Fue real o no? ¿Puede ser real pero explicable? Termino rindiéndome ante el hecho de que simplemente estoy cansado y hambriento: cualquier falla de la pantalla de plasma parecería un espectro monstruoso.

La conclusión me calma por un momento. Escucho al comentarista hablar mientras la cámara muestra una toma abierta de la multitud reunida y, atrás, los bosques y montañas, los Montes Apalaches para ser exactos, las montañas más antiguas de Estados Unidos y posiblemente de todo el continente.

Como dije, una idea lleva a otra. Los pensamientos empiezan a fluir.

Pienso en los dioses de los indios nativos de ese lugar, a los que rendían culto y tributo. Pienso en cómo su veneración era la fuente de vida de estos dioses, en cómo dependían de esta para sobrevivir.

Pienso entonces en el nuevo presidente, en lo delirante que fue el viaje para llegar a este punto, en la cantidad absurda de excesos a los que la gente llegó con tal de ver a su candidato ganar.

Estos eventos palidecen ante lo que sus contrincantes hicieron. Locura y fanatismo no alcanzan a describirlo, pero dan una idea por dónde empezar: Gente cantando por horas en público, quemando efigies en público, gesticulando “mal de ojos” y “magia” para la mala suerte, quemando negocios y estatuas de figuras históricas, creando digitalmente imágenes de sus difuntos seres queridos para recordarles votar en su contra, adoctrinando a sus hijos de apenas doce años o menos a reconocer a ese hombre como su enemigo. Y, también, gente matando a todos aquellos que no comparten sus creencias.

Con todo eso en cuenta, uno no puede evitar pensar que, en cierta manera, todo lo anterior no es sino una versión torcida de lo que nuestros ancestros hacían hace mucho tiempo: matar, matarse, mutilarse, quitarse la piel, sacrificar niños y quemar bebes en honor a una deidad benévola o demonio cruel. Las mismas prácticas; diferentes formas de ponerlas en marcha.

Todas esas voluntades, toda esa intención, todos esos tributos y sacrificios… demasiada atención y energía que un solo hombre es incapaz de soportar, sin importar lo influyente y popular que fuera…

Pero justo lo que un dios, uno antiguo y cansado que deseara recuperar esa influencia y poder perdidos en las arenas del tiempo, aquilataría. Para él esto sería mucho mejor porque esta vez no sería la veneración de una tribu, sino de cientos de miles de personas en el país, en el mundo.

Se ahogaría en ella, nadaría en todo ese afecto sin distinguir amor y odio, tomando en cuenta que ellos saben de su existencia y al final eso es todo lo que un dios quieres…ser recordado por siempre…ser eterno.

En la pantalla confirmo que las noticias ya hablan de otra cosa. Mi plato está vacío.

Me levanto perezosamente de mi lugar y apago el televisor. Los pensamientos siguen chapoteando en el pozo de mi mente.

Me acuesto e intento dormir; intento olvidar que en realidad vi algo.

En mis sueños pienso en los dioses que han muerto y la gente cuya avaricia los trae de vuelta.

Ellos esperan. Esperarán todo lo que sea necesario.

HUGO PAT

yorickjoker@gmail.com

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