Tiras una moneda, pides un deseo y se hace realidad. Así de simple. Siempre escuchas la misma historia, no importa dónde. A veces cambian los detalles –no es un pozo, sino una fuente, o no es una moneda sino una pieza de oro o plata – pero el resultado es el mismo: Tu deseo se hace realidad.
En esas historias los protagonistas nunca cuestionan estas reglas ni a quien las impuso. Era el resultado lo que contaba y la fantástica especulación sobre la existencia de cosas mágicas en este mundo que permitían obtener lo que se quería sin ningún esfuerzo.
Cuando Chico llegó al pozo no fue diferente. Fijó su completa atención mientras sostenía la moneda que tanto trabajo le había costado obtener. Miró dentro de la boca del pozo y vio el cielo nocturno reflejado en el fondo, tal como le habían dicho. Levantó la vista y comprobó que el sol de la mañana seguía encima de él.
Todo lo que le habían dicho era cierto. El pozo mágico era tan real como el día después de la noche. Estaba aquí y era el momento de poner a prueba hasta donde llegaba esa magia, de comprobar si era cierto lo que decían las leyendas.
Se plantó firmemente frente al pozo y recordó las palabras que debía decir. Las había memorizado y practicado cada día desde que la extraña señora, aquella que Chico insistía era una hechicera, le contó la historia.
Remojó sus labios y tragó saliva mientras recordaba las líneas una por una. Empezó a decirlas en voz alta y clara. Las palabras en sí no tenían sentido para él, debían ser de algún idioma extranjero que él no conocía. Después de un minuto de recitar el canto, arrojó la moneda al fondo del pozo.
Asomándose, vio claramente cómo la moneda se hundía entre las estrellas, pero no escuchó el sonido al atravesar el agua. Chico se quedó boquiabierto ante tal descubrimiento, y también confundido y expectante de lo que pasaría ahora.
Continuó mirando el fondo hasta que por fin el cielo emuló el contenido que se reflejaba en sus aguas. Chico se retiró en la quietud de la noche.
La mañana siguiente, mientras cortaba una figurilla de madera con su navaja, una chica se le acercó. Podría reconocer esas coletas rubias a kilómetros de distancia, así como ese rostro pecoso adornado con unos bellos ojos verdes. Cuando ella dijo su nombre, tuvo dificultad para responder; al final las palabras salieron y, con ellas, los sentimientos que se había estado reservando.
Pasaron tres noches en las que su mente estuvo ocupada atendiendo las necesidades de su nueva novia. En la cuarta noche, mientras miraba al techo de la habitación, lo supo: la magia era real y el pozo también.
***
Pasó medio año para que Chico volviera al pozo, más que nada para comprobar que no fuera una imaginación. Tuvo que esperar unos meses para que volviera a aparecer pues, según lo que le había dicho la hechicera, solo aparecía en días específicos del año. Y era cierto: cuando fue a revisar unos días después de su primer deseo, no se encontraba ahí. En su lugar había una colina de pasto verde, sin ninguna piedra a la vista.
Chico trajo esta vez una bolsa de monedas para arrojar, el trabajo de todos estos meses en un monto que podía caber en su puño. Literalmente era todo lo que tenía. La hechicera le había dicho que el pozo pedía cada vez más, por cada nuevo deseo el precio a pagar era mayor, mucho mayor.
Nuevamente, mientras miraba el fondo de estrellas luminosas, Chico dijo las palabras y arrojó una moneda a las aguas oscuras, luego otra hasta que, preocupado por nunca volver a tener una oportunidad similar, arrojó todo el contenido de la bolsa.
Abandonó el lugar mientras se preguntaba si lo que había hecho fue lo correcto. Si así fuera, lo que había entregado no sería nada comparado con lo que obtendría.
***
Regresó convencido de lo que debía dar. Quien viera la escena se extrañaría de ver a uno de los hombres más ricos de la ciudad solo, de noche y sin protección alguna yendo a un lugar tan desolado. Pero Chico sabía lo que hacía, o al menos eso pensaba.
Se asomó al fondo estrellado concentrado en lo que tenía que hacer.
En dos ocasiones seguidas el pozo se había negado a darle lo que le pedía. La primera vez le había arrojado el equivalente a cientos de dólares en monedas de oro, y la segunda el triple de eso. Ninguna de las monedas hizo ruido alguno al caer al fondo.
La primera vez supo que algo estaba mal cuando, transcurridas 24 horas, nada había sucedido, cuando usualmente el efecto del pozo ocurría al día siguiente de haber pedido el deseo. La vez que pidió riqueza de por vida, a la mañana siguiente se convirtió en el heredero de las pertenencias de un pariente que nunca había sabido que existía. Muchos meses estuvo preparando todo para ocupar su nueva posición y disfrutar de las nuevas comodidades, pero la verdadera felicidad venía de por fin darle a su nueva novia lo que él siempre quiso para ella.
Después de la primera decepción, Chico se preguntó qué había hecho mal, y concluyó que el pozo deseaba más de lo que le había dado, que tal vez el pozo sabía cuán rico se había vuelto –y vaya que era bastante– y se le pedía la parte que le pertenecía.
Con eso en mente, la segunda vez fue con mucho más de lo que era aconsejable para un hombre cargar en zonas tan alejadas de la civilización. Pero no pasó nada.
En los siguientes meses Chico sintió un miedo alarmante: aunque el dinero no era un problema, la idea de que la magia en su vida se había ido le aterró más que nada en el mundo.
Cuando regresó de nuevo, Chico no llevó nada. Se quedó viendo el fondo del pozo, pensando qué tenía que dar. De vuelta a su hogar, resignándose a intentar arrojando más dinero solo por si acaso, recordó algo.
El Canto. La hechicera le había dicho que todo respecto a la naturaleza del pozo se encontraba en el canto que se decía antes de arrojar una moneda a este. El significado de las palabras del canto nunca había significado nada para Chico, no eran más que palabras mágicas cuyo significado no le importaba ignorar mientras siguiera funcionando para él.
En un momento de curiosidad, Chico se preguntó el significado de las palabras. Un viejo anticuario le dijo que era un antiguo lenguaje celta y se lo tradujo. Chico leyó la traducción y una parte se grabó en su mente: “Da un poco de ti, para recibir algo de él. Que todo lo que tengas se derrame como lluvia en cascada en sus frías aguas.”
En su siguiente visita, Chico sacó su navaja. Se quedó viendo el filo, reluciendo a la luz del día. Sin más, la llevó a la palma de su mano e hizo un profundo corte. Cuando la hoja dividió su piel, no pudo evitar un leve grito de dolor.
Con la mano extendida hacia el pozo, apretó el puño con fuerza. La sangre fluyó y gotas carmesíes llegaron hasta el fondo. Para su sorpresa, ahora sí parecieron chocar con el agua debajo, aunque aún sin emitir sonido alguno.
Sosteniendo su mano, caminó hacia su hogar, rogando que lo que acababa de hacer funcionara. Luego, pensando en lo que le esperaría la mañana siguiente, se preguntó qué significaría si el deseo se hiciera realidad, sobre todo considerando lo que el canto indicaba.
Decidió entonces que no volvería a hacerlo. No valía la pena llevar las cosas más lejos, no si las siguientes partes del canto eran verdad, en especial la última.
***
Chico cojeaba. Cerró con llave detrás de sí la gran puerta de hierro, la única entrada a su lugar sagrado. El perímetro, kilómetros, estaba rodeado por un muro más grande que las prisiones de seguridad del estado. Cámaras de seguridad y guardias vigilaban la salida y entrada de todos aquellos que osaran acercarse, algo que nunca había pasado en todos estos años.
Nadie sabía qué era lo que se resguardaba detrás de las paredes, y a los empleados se les pagaba demasiado bien como para cuestionar la razón de su trabajo. Lo único que sabían era que solo el dueño del lugar, nadie más, podía entrar al lugar cada seis meses. Eso era todo.
Miró el pozo –El Pozo– con su único ojo bueno. Sostenía con dificultad un bulto envuelto en harapos con la única mano que le quedaba. El dolor empezó a apoderarse de él; los calmantes no servían. No había dinero en el mundo que pudiera calmarle el dolor, que hiciera cesar las pesadillas. Siempre atribuyó estas últimas al dolor y al estrés; con el tiempo se volvió obvio que tenían otro origen.
Había gastado todos sus otros medios de pago. Nunca pudo dejar de pedir, siempre había algo más que quería: Más riqueza para superar la de algún conocido, eliminar la competencia de una compañía rival, obtener los favores de la esposa de un amigo, hacer desaparecer a alguien que sabía sería imposible eliminar solo con un sicario, hacer que las elecciones favorecieran a su partido, hacer que el conflicto en algún país lejano comenzara para poder seguir vendiendo a ambos bandos. Siempre había algo.
A cambio había dado todo de él: Su sangre, su ojo, sus dientes, una mano, una pierna, un riñón, su hígado, su corazón – luego de trasplantarle otro, por supuesto. Luego de eso no había sido suficiente el pago, lo supo cuando no recibió nada de vuelta después de haberse castrado.
Hizo pruebas, experimentó, logró convencer a varias personas ingenuas: vagos, ladrones, drogadictos, gente que nadie extrañaría. No importaba cuánto lo hiciera: el Pozo no respondía a sus ofrendas. Entonces supo lo que debía hacer. Tenía que dar de aquellos a quienes tenía cerca.
Sabía que podría haber obtenido lo que quisiera si se hubiera esforzado más, en especial con la posición y ventajas que tenía, pero siempre escogió el atajo, siempre se dirigió hacia el Pozo, era más fácil dar un pedazo de él que gastar tiempo y dinero en algo en lo que existía la posibilidad de fracasar, y la derrota era algo que su orgullo no soportaba.
Ahora todo era un mal sueño.
Aún podía escuchar el grito de su amada mientras caía a las aguas oscuras y frías que reflejaban un cielo de tinieblas infinito. Se mintió tanto tiempo y aún ahora trataba de convencerse de que ella fue quien saltó. Las cicatrices en sus brazos y rostro causadas por sus uñas contaban la historia real. Al final su amor, el primer obsequio que le dio el Pozo, no había sido suficiente. Ni siquiera podía recordar ahora que había pedido a cambio, pero ya no tenía importancia.
Las pesadillas lo torturaban, así como el dolor que sus numerosas prótesis le causaban. Era impresionante la cantidad de medicamentos que tomaba. Lo peor era que no podía hablar de esto con nadie, por lo que no había manera de desahogarse o recibir ayuda de ningún lado.
Desesperado, tomó consigo lo único que tenía para dar. Se aseguró de sedarlo para que no estuviera despierto mientras lo hacía. Había aprendido de su error. Su hijo. Su único hijo legítimo, pensó, tratando de no recordar un deseo hacía mucho sobre cierta prostituta embarazada.
Alzó al pequeño envuelto en trapos encima del Pozo y entonó el canto, esta vez sabiendo exactamente qué decía, en especial la última parte: “Y darás todo aquello que es parte de ti.”
Justo en el momento que el dolor empezó a apoderarse de él, soltó el pequeño bulto con un pensamiento único en su cabeza: “Haz que termine.”
Abrió su ojo y contempló sus manos vacías.
Miró entonces hacia abajo y vio la negrura eterna del Pozo.
No.
Algo inusual, que nunca antes había visto… No estaba seguro… ¿acaso el agua del Pozo estaba aumentando de nivel?
Su boca se abrió por completo ante el terror.
Las aguas negras del Pozo tomaron formas indescriptibles que se prendieron de su ropa y miembros, arrastrándolo al fondo, para hacer compañía a todos sus regalos anteriores.
Cayó.
Dentro de la oscuridad del Pozo, los habitantes tomaron de él lo que les pertenecía, pieza por pieza, fragmento por fragmento, hasta que solo quedo una parte, la más importante, la única que realmente importaba.
La Oscuridad del Más Allá entonces tomó esa última parte resplandeciente y la colocó con las demás.
Quien se asomara desde arriba solo vería las Oscuridad del Más Allá como un charco de aguas negras, y las vidas de aquellos que había tomado como el reflejo de astros relucientes.
Con la llegada de la mañana, el Pozo desapareció de su lugar en la cima de la colina, reapareciendo multiplicado en otras más, listo para crear nuevas historias.
HUGO PAT