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El poeta moderno

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Letras

Carlos Duarte Moreno

(Especial para el Diario del Sureste)

Hace rato que, por la necesidad que tiene el mundo de luchar por la resolución de sus problemas, desterramos de nuestra estimación a ese poeta sensiblero eterno, llorón y cobarde que los autores de sainetes hicieron muy bien en ridiculizar desde el tablado de la farsa. Hace ya buen tiempo que comprendimos que era un escarnio para la humanidad soportar a esa casta que hizo de la melena una heráldica y de los zapatos y de la corbata sucia un blasón de gloria. No es la primera vez que lo decimos. Ese poeta así es una mancha, constituye un contrasentido en la batalla que siempre han librado las generaciones por libertarse de sus opresiones y de sus malezas y de sus virus. No es honrado estar embebido en la contemplación de una puesta de sol si bajo ese mismo crepúsculo hay unos ojos que segar, una boca de moribundo que necesita agua, un niño que demanda consejo, una injusticia que deshacer…

Los poetas de ahora hemos vuelto la cara a la realidad. Con ese derecho de recogimiento que tienen hasta las fieras en el claro de los bosques, besamos los labios de la mujer amada y escribimos madrigales a sus ojos y componemos elegías por nuestros cariños desaparecidos y cincelamos sonetos en gracia y homenaje de las cosas, pero esto lo hacemos después de volver de la lucha, después de desagarrarnos los sentidos en todas las trifulcas gloriosas a que tenemos que entrar para la conquista de nuestros panes; los panes del cuerpo y los panes del alma. De modo que es una transición, un oasis en nuestra vida, un remanso en nuestra lucha, una quietud entre nuestras inquietudes, un poco, el necesario, de paz, para volver a la brega, sin dilación, sin titubeo, sin desánimo. Si apoyamos la frente en el seno de aquella mujer con quien compartimos esperanzas y desasosiegos, y soñamos, no nos limitamos a ver con los ojos del ensueño los paraísos a que quiere ascender nuestra orfandad de felicidad, sino que entramos en las arenas caldeadas de la lucha de todos los días, y con hombres y con circunstancias empeñamos la lid para ver si arrancamos a la suerte las escalas que nos lleven al goce de lo que forjamos soñando. Soñar, soñar…; soñar en vano, esperando que bajen de la altura bienes y lauros, tal vez sea digno hasta de levantar piedad o de imponer silencio, por su éxtasis, pero qué infecundo, qué inútil, qué engañador… En cambio, señor, con el bien, con la felicidad, con la paz, con esa parte de ventura a que hasta el hombre más mísero tiene derecho, y marchar a los campos de la brega en que bregan todos los hombres por su ventura y traer, entre el hueco tembloroso de las manos, la conquista que permite edificar, materializar el sueño, mientras nuestros ojos se abrillantan de satisfacción y nuestros labios entonan un canto a la esperanza, eso tiene el poder de obligar nuestros respetos y de hacer florecer simpatías superiores.

¡Qué lejos caminan de la contextura del poeta moderno los que quieren confundirlo con el tipo a ratos maloliente que hacía versos como única ocupación, y que se dejaba crecer el pelo, ennegrecer las uñas y empolvar la corbata hecha con un retazo de cortina fúnebre! El poeta de hoy, que sueña y que después de soñar lucha para conseguir lo que antes alcanzó con las alas de la fantasía, se ajusta perfectamente a la definición ajena: “Un poeta es un hombre que puede hacer todo lo que hacen los demás hombres; y, además, versos”.

Mérida, Yucatán.

 

Diario del Sureste. Mérida, 26 de mayo de 1935, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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