Letras
José Juan Cervera
Un aspecto poco atendido de la obra de Antonio Mediz Bolio se refiere a las fuentes de contenido esotérico[1] que nutrieron en parte su pensamiento como creador literario y estudioso de la cultura maya. Es un hecho que, por sí mismo, no resulta sorprendente, pues tampoco constituyó un caso aislado en el mundo intelectual y artístico de los primeros años de la Revolución mexicana en curso de institucionalizarse. En el proceso de construcción de una identidad colectiva de tintes nacionalistas, fueron muchas las tendencias que contribuyeron a definirla. Esta amalgama, que en mayor o menor medida trae implícita toda elaboración cultural, asimiló tradiciones regionales, creencias alternativas y concepciones espirituales exóticas, al igual que los productos de una antropología profesional incipiente que denotaba una profunda influencia de los trabajos emprendidos en ese campo por investigadores extranjeros.[2]
Existen indicios del interés que Antonio Mediz Bolio manifestó por las interpretaciones esotéricas de la historia vernácula más remota, tendencia especialmente perceptible en los años que coincidieron con el gobierno de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán quien, como se sabe, impulsó una perspectiva revitalizadora del pasado maya como uno de los puntales de su proyecto político.[3] Los sangrientos sucesos que pusieron fin a su régimen de manera prematura desarticularon también un conjunto de esfuerzos emprendidos por educadores, artistas, ideólogos y promotores culturales que hallaron en el tiempo que duró esa administración una atmósfera propicia para sustentar una visión del mundo dinámica y receptiva a experiencias afines y a nociones novedosas provenientes de otras latitudes, a la vez que volcaron su atención al poder movilizador de los valores autóctonos.
El conocimiento de la antigüedad indígena no se circunscribió a los círculos académicos que desarrollaron una actividad particularmente intensa en esos días. También propendieron a él varios escritores que apreciaron el fondo de identidad colectiva implícito en esos contenidos y nociones. Aunque sus objetivos no fuesen exactamente los mismos, unos y otros sentaron las bases para ampliar su perspectiva partiendo de la coincidencia en la búsqueda animada de un peculiar sentido histórico.
La civilización maya prehispánica tuvo componentes simbólicos restringidos a la comprensión de algunos sectores privilegiados en la estructura jerárquica de su sociedad, como lo permite apreciar el llamado lenguaje de Zuyua,[4] descrito en el Chilam Balam de Chumayel, libro tradicional que fue traducido en una de sus versiones al español por Antonio Mediz Bolio.[5] En otros casos, los contenidos culturales de referencia autóctona se afianzaron en el dominio popular, dando como consecuencia una superposición de órdenes de significado que regularon el vínculo de estos grupos étnicos con su medio natural, del mismo modo como funcionaron en sus relaciones sociales. En este contexto, las representaciones mitológicas cumplieron un papel relevante que ciertos agentes políticos y culturales se propusieron reformular en otras circunstancias: las de la sociedad yucateca de las primeras décadas del siglo XX.
Era reciente la fundación de las primeras logias teosóficas en Yucatán,[6] que obraron como la expresión local de un movimiento internacional organizado en torno a una mezcla de creencias de origen cristiano e Indostánico y que entre sus objetivos concedió una singular importancia al estudio comparado de los sistemas culturales y religiosos de diversos lugares y épocas.[7] Uno de sus temas más recurrentes fue el de los continentes perdidos que, según tradiciones que refirieron autores como Platón y Plutarco, influyeron decisivamente en el desarrollo de la civilización universal, con el añadido de un presunto efecto en las sociedades americanas anteriores a la conquista europea.
Aunque no se dispone de pruebas que indiquen la afiliación formal de Mediz Bolio a esta clase de asociaciones, sí las hay en lo que concierne a otros personajes ligados a la vida intelectual de ese entonces, como Manuel Amábilis Domínguez,[8] Santiago Herrera Castillo,[9] Francisco Gómez Rul,[10] Manuel Domínguez Zubieta,[11] Arturo Cosgaya[12] y Lauro Franco,[13] entre otros.[14] Bajo ese influjo ideológico, imbuido en el ambiente cultural, Mediz Bolio asimiló elementos de dicho cuerpo de doctrina para integrarlos a su obra, contenidos que han sido identificados y comentados por otros autores, como Alfonso Reyes[15] y Ricardo Mimenza Castillo.[16]
El ejemplo más notable de la presencia de nociones esotéricas en la obra de Mediz Bolio puede encontrarse en la Tierra del faisán y del venado, cuya primera edición apareció en Buenos Aires en 1922. En este libro, el autor yucateco alude a la desaparición de la Atlántida y a su repercusión en el florecimiento del pueblo maya, referencia incluida en la sección que denominó “El Principio”,[17] acerca del hundimiento de la tierra de “los hombres rojos”.[18] De modo semejante, el relato acerca del príncipe Nazul asienta que su madre tenía un origen insular, “esa isla era el resto de la gran tierra que el agua devoró.”[19] Fueron pasajes como éstos los que motivaron la asociación explícita que sobre ellos formuló Alfonso Reyes en torno a las creencias teosóficas, en el prólogo que suscribió.[20] El autor de Visión de Anáhuac reveló que Mediz Bolio se propuso exponer “una estilización” del espíritu de los mayas, “del concepto que tienen todavía los indios”.[21] Aunque él mismo afirmara “haber pensado el libro en maya” para plasmarlo luego al castellano,[22] el hecho de entrañar un producto predominantemente literario más que un estudio propiamente etnológico o etnohistórico, lo relevó del compromiso de sustentar, con apego a las fuentes disponibles, el sustrato conceptual que le sirviera de base para esa “estilización”.
El escritor yucateco desplegó concepciones análogas en otras intervenciones suyas registradas en publicaciones periódicas. En ellas contribuyó a propagar la creencia de que los mayas son descendientes de los atlantes, del mismo modo que lo hicieron, en otros momentos, autores como Ricardo Mimenza Castillo,[23] José Castillo Torre[24] e incluso José Vasconcelos[25] en un plano que trasciende lo estrictamente regional. Mediz hizo suya esa tesis al dictar una conferencia sobre la antigüedad nativa, durante una pausa en sus encomiendas diplomáticas, en una de las veladas culturales que semanalmente organizaba Edmundo Bolio Ontiveros por encargo de Felipe Carrillo Puerto, exposición que fue transcrita posteriormente en el primer número del boletín del Departamento Cultural de la Liga Central del Partido Socialista del Sureste, fechado en enero de 1923.[26] En julio del mismo año, el dramaturgo y poeta yucateco ratificó su convicción sobre el tema señalado en un artículo que publicó en la revista Tierra,[27] valiosa fuente de información de esa época.
Es significativo el cambio de posición que Mediz Bolio mostró sobre tales concepciones dos décadas después, cuando prologó un libro del arquitecto Manuel Amábilis,[28] teósofo yucateco que tuvo una destacada participación en los procesos artísticos y educativos vinculados con las primeras administraciones revolucionarias en la región. En su texto de presentación se condujo con cautela, tomando distancia de sus entusiasmos iniciales por la Atlántida y glosando, en cambio, las ideas que Amábilis había mantenido al respecto con el paso de los años. Parecía incomodarle la más leve sospecha que los lectores de esas líneas pudiesen abrigar sobre la lejana adopción que hizo de aquellas ideas en escritos realizados con propósitos de divulgación histórica más que con intenciones estéticas, lo que se observa en el caso de la conferencia y del artículo citados, aunque no pueda decirse lo mismo de la más conocida de sus obras.
La fidelidad de Manuel Amábilis a las nociones esotéricas se gestó, por supuesto, en experiencias que Mediz Bolio no tendría por qué haber reivindicado, por seguir cauces distintos en sus respectivas trayectorias. El reconocido arquitecto yucateco sostuvo con ardor las enseñanzas que la Sociedad Teosófica transmitió a sus adeptos, en un derrotero que recorrió convencido y que logró combinar con su desempeño profesional. No pareció importarle que se juzgara su calidad académica y su producción editorial como pruebas de un eclecticismo que afectase las pretensiones científicas de su pensamiento sino que, al contrario, defendió la aplicación de conceptos esotéricos a los estudios de esa índole.[29] Simplemente fijó un principio de compatibilidad entre dos grandes esferas de su conciencia del mundo que, desde tal perspectiva, sólo podrían remontar ataduras al disolver las fronteras de sus respectivas competencias disciplinarias.
La alusión a la trayectoria de Amábilis permite ilustrar hasta cierto punto el modo como se organizaron las relaciones entre los integrantes del medio intelectual del Yucatán de las primeras décadas del siglo pasado, especialmente en condiciones de renovación política. Si el distinguido arquitecto enarboló las ideas apuntadas fue porque hubo un ambiente cultural propicio para suscribirlas y desarrollarlas, ya que para ello existieron canales de interlocución lo suficientemente fluidos para extenderse fuera del ámbito regional. Los teósofos lograron hacer una propaganda eficaz de sus creencias, como lo demuestran las publicaciones periódicas que editaron para cumplir ese cometido.[30] Además tuvieron la habilidad suficiente para enlazar el contenido de sus creencias con la creación artística y sus expresiones públicas.[31] Como consecuencia de todo ello fueron objeto de animadversión y escarnio de parte de los representantes de la religión tradicional[32] y de los librepensadores.[33]
Otro factor que contribuyó a enriquecer esta atmósfera fue la serie de acciones que desplegó la masonería en el estado. Para ampliar el impacto de su caudal simbólico, los miembros de dicha fraternidad realizaron ceremonias especiales en las principales zonas arqueológicas de Yucatán,[34] tal como lo hicieron en otras del territorio nacional.[35] En la misma época se anunció la exploración de vestigios prehispánicos en otras partes de la república, con la intención de hallar en ellos los rastros de la Atlántida,[36] aparte de las investigaciones que con énfasis profesional se orientaron al estudio del pasado indígena, como las que coordinó Manuel Gamio en el Valle de Teotihuacán[37] y las que el Instituto Carnegie efectuó en Chichén Itzá.[38] Por los mismos años, los rosacruces interpretaban a su modo la tradición nativa para enlazarla con sus doctrinas, tendencia ostensible en el centro de México con la participación de prominentes figuras de la vida pública.[39]
Fueron estas mismas condiciones las que favorecieron la impetuosa incursión de Mediz Bolio en los meandros del pensamiento esotérico, aunque más tarde evidenciara un paulatino alejamiento hasta tomar distancia definitiva e impersonal ante los postulados sincréticos de las innovaciones espirituales en boga. No obstante, estas fluctuaciones representan un genuino producto de su albedrío intelectual, y pese al quebrantamiento de proyectos culturales y políticos de largo aliento, al descrédito posterior de múltiples enfoques ideológicos y al calor de contingencias históricas desconcertantes, aquellas nociones de talante hermético evocan ingredientes significativos de una obra que fundó en su horizonte creativo la sustancia de la perdurabilidad.
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[1] Dichas fuentes sugieren claves que remiten a conocimientos al alcance restringido de iniciados que con su acción se proponen dar cauce a un desarrollo equilibrado y armónico de la humanidad.
[2] La corriente del culturalismo estadunidense influyó, por medio de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, en los iniciadores de la antropología profesional en nuestro país, entre los que destacó Manuel Gamio, quien a su vez tuvo influencia en Edmundo Bolio Ontiveros, funcionario público durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto que propuso instalar una “Exhibición Regional” para representar las etapas del desarrollo cultural de Yucatán; esta iniciativa se inspiró en los trabajos que Gamio coordinó durante los trabajos de exploración en Teotihuacán mediante un enfoque integral y multidisciplinario. Cfr. Edmundo Bolio. “Nuestro Museo Arqueológico”, Diario Oficial del Gobierno Socialista del Estado Libre y Soberano de Yucatán, núm. 7774, 16 de febrero de 1923, pp. 1-2.
[3] Así lo sintetizaba, por ejemplo, una máxima de la Liga Central de Resistencia del Partido Socialista del Sureste, insertada en su órgano de difusión en el mismo número en que informaba de las festividades que acompañaron la inauguración de la carretera a Chichén Itzá: “Que el resurgimiento de las grandezas de tu raza sea la mayor esperanza que te anime.” Cfr. “Pensamientos”, Tierra. Órgano de la Liga Central de Resistencia, Mérida, época III, número 13, 22 de julio de 1923, p. 10.
[4] Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón, El libro de los libros de Chilam Balam, México, FCE, 1948, p. 205.
[5] Libro de Chilam Balam de Chumayel, traducido del maya al castellano por Antonio Mediz Bolio, San José, Costa Rica, Ediciones del Repertorio Americano, 1930.
De modo semejante, La tierra del faisán y del venado contiene una alegoría, en su libro primero, de la distinción de saberes entre distintos grupos sociales en un pasado remoto de la tierra del Mayab. Cfr. Antonio Mediz Bolio. Obras selectas. Tomo II. Narrativa y artículos periodísticos. Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 2006, pp. 28-30.
[6] La primera de ellas fue la logia “Mayab”, que se estableció en Mérida en 1914. Cfr. Estatutos de la Sociedad Teosófica y Reglamento Interno de la Logia “Mayab”, Mérida, Imprenta “El Porvenir”, 1914, p. 9.
[7] Este propósito aparece enunciado en el artículo segundo de la Sociedad Teosófica, fundada en Nueva York en 1875. Ibid., p. 3.
[8] Arquitecto yucateco, colaborador del general Salvador Alvarado y de Felipe Carrillo Puerto, durante sus respectivas administraciones; constructor de importantes obras inspirados en los principios arquitectónicos de la civilización maya. Cfr. “Amábilis Domínguez, Manuel”, en Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, tomo VII, México, INEHRM-Secretaría de Gobernación, 1992, pp. 554-555.
[9] Distinguido profesor yucateco, fundador de la escuela Nueva Ariel, y del Cuerpo de Exploradores de Yucatán de dicho plantel, en 1930. Cfr. “Escuela Nueva Ariel” [anuncio], Frente Pedagógico. Revista Mensual de Educación Socialista, Mérida, año I, núm. 1, julio de 1936, tercera de forros; Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado y arzobispado de Yucatán. Siglos XIX y XX. Tomo III, Mérida, Fondo Editorial del Estado, 1981, pp. 1279-1280.
[10] (1869-1926). Sus datos biográficos figuran en una nota necrológica firmada por el profesor Santiago Herrera Castillo. Cfr. “Don Francisco Gómez Rul. Breves apuntes biográficos”, en Teosofía en Yucatán. Órgano del Grupo de Trabajo de las Logias Teosóficas en Yucatán, Mérida, núm. 7, mayo y junio de 1926, pp. 2-6.
[11] Profesor yucateco, fundador de la Academia Comercial Marden. Cfr. Rodolfo Ruz Menéndez, Ensayos yucatanenses, Mérida, Ediciones de la Universidad de Yucatán, 1976, pp. 163-167; “Academia Comercial Marden” [anuncio], El Popular, Mérida, núm. 78, 14 de enero de 1922, p. 4
[12] Músico yucateco, reconocido por sus obras de contenido nacionalista, regional e indigenista. Cfr. “Cosgaya Ceballos, Arturo”, en Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, tomo VII, México, INEHRM-Secretaría de Gobernación, 1999, pp. 625-627.
[13] Editor yucateco, propietario de la imprenta El Porvenir, promotor de la alimentación vegetariana. Cfr. Gyan, Revista Teosófica Mensual, núm. 18, septiembre de 1921, cuarta de forros.
[14] “Miembros de la Sociedad Teosófica en Yucatán” [pie de foto], Teosofía en Yucatán, Mérida, año I, núm. 2, julio y agosto de 1925, s. n. p.
[15] El escritor regiomontano lo expresa así en el prólogo que elaboró para La tierra del faisán y del venado, de su colega yucateco.
[16] Ricardo Mimenza Castillo, “Comentando a Mr. Morley”, El Popular, Mérida, año II, núm. 430, 7 de marzo de 1923, p.1.
[17] Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, Buenos Aires, Contreras y Sanz Editores, 1922, pp. 27-48.
[18] La quinta de las partes que componen el Chilam Balam de Chumayel se refiere a los orígenes de la “Raza Roja”. Cfr. Libro de Chilam Balam de Chumayel, op. cit., p. 11.
[19] Antonio Mediz Bolio, Obras selectas. Tomo II. Narrativa y artículos periodísticos. Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, p. 52.
[20] Alfonso Reyes, “Prólogo”, en Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, Buenos Aires, Contreras y Sanz Editores, 1922.
[21] Ibid., pp. IV-V.
[22] Ibid.
[23] Ricardo Mimenza Castillo, op. cit.
[24] José Castillo Torre, El país que no se parece a otro, México, 1934, pp. 9-39.
[25] Alude a la civilización atlante en el marco de su exposición sobre los procesos de mestizaje que conformaron la fisonomía étnica del continente americano. También comenta los rastros que a su juicio dicha sociedad dejó en Chichén Itzá, entre otros sitios. Cfr. José Vasconcelos, La raza cósmica. Misión de las razas iberoamericanas, México, Asociación Nacional de Libreros, 1983, pp. 12-13.
[26] Antonio Mediz Bolio, “Las ciudades muertas de los antiguos mayas”. Los Lunes Rojos, Mérida, tomo I, núm. 1, enero de 1923, pp. 35-37.
[27] Antonio Mediz Bolio, “Chichén Itzá”, Tierra. Órgano de la Liga Central de Resistencia, Mérida, núm. 12, 15 de julio de 1923, pp. 23-24.
[28] Antonio Mediz Bolio, “Este libro y su autor”, en Manuel Amábilis, La arquitectura precolombina en México, México, Editorial Orión, 1956, p. 25.
[29] Manuel Amábilis Domínguez, Los atlantes en Yucatán, México, Editorial Orión, 1963, p. 32.
[30] Con ese propósito circularon las revistas Mayab. Revista Teosófica de la Logia de su Nombre (1914, 1917), El Heraldo. Órgano de la Orden de la Estrella de Oriente en la Península de Yucatán (1915), Gyan. Revista Teosófica Mensual (Mérida 1920, 1921, 1941) y Teosofía en Yucatán. Órgano del Grupo de Trabajo de las Logias Teosóficas en Yucatán (Mérida 1925-1927).
[31] “Sala de conciertos. Local del ex-Congreso”, La Revista de Yucatán, Mérida, núm. 1160, 7 de mayo de 1919, p. 3.
[32] “Algo de teosofía. Teosofía y cristianismo”, Hoja Parroquial, Mérida, año 1, núm. 30, 27 de julio de 1930, p. 1; “Suénate las narices, teósofo”, Hoja Parroquial, Mérida, año 1, núm. 9, 17 de abril de 1931, p. 5.
[33] [Sin título, esquela satírica], Hoja de Parra. Semanario Pro-Verdad, Mérida, año II, núm. 43, 27 de marzo de 1932, p. 3.
[34] “Correo de la Península. Los del compás y la escuadra en Chichén”, La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2763, 26 de septiembre de 1923, p. 5.
[35] “Una ceremonia masónica en las pirámides de San Juan”, La Revista de Yucatán, año VIII, núm. 2800, 2 de noviembre de 1923, p. 1.
[36] “Carlota Cameron estudiará las ruinas de México”, La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2807, 9 de noviembre de 1923, p. 1.
[37] Eduardo Matos Moctezuma, “Introducción”, en Manuel Gamio, Arqueología e indigenismo, México, INI, 1986, p. 12.
[38] “Los trabajos de exploración, excavación y conservación de las ruinas de Chichén Itzá”, La Revista de Yucatán, Mérida, año VIII, núm. 2690, 15 de julio de 1923, p. 1.
[39] Raquel Tibol, “¡Apareció la serpiente! Diego Rivera y los rosacruces”, Proceso, México, núm. 701, 9 de abril de 1990, pp. 50-53.