Perspectiva – Desde Canadá
XLV
Ahora que tengo unos momentos para escribir, suspendo la remembranza de mi viaje a Mérida del pasado diciembre para comentar lo que desde mi ventana canadiense observo del mundo y, sobre todo, de mi país.
¿Quién puede permanecer impasible ante la invasión, que eso es, de las tropas rusas a la soberana nación de Ucrania? ¿Quién no admira la resistencia de los ciudadanos ucranianos ante la supuesta gran maquinaria de guerra de Putin? ¿Cuántos en verdad creen los argumentos de “desnazificación” emitidos por el dirigente ruso, cuando es evidente que está actuando justo como lo hizo Hitler al invadir Polonia y a los países vecinos de la Alemania nazi que presidía?
Francamente no entiendo por qué algunos escritores piden que “ambos” países cesen sus acciones de guerra, cuando los roles de invasor y de invadido son prístinos, no dejan lugar a dudas. Rusia invadió Ucrania y mientras no abandone ese país, Putin sea juzgado, asumiendo las consecuencias de su locura, cada ucraniano defenderá su país hasta las últimas consecuencias, teniendo muy en claro que rendirse ante el invasor no es una opción.
El mundo observa con horror los bombardeos rusos, la destrucción y muerte que causan, y el doloroso éxodo de muchos civiles ucranianos a otros países –en su mayoría mujeres y niños– mientras los que han asumido la defensa, dirigidos por su admirable presidente desde las trincheras, se apertrechan y oponen resistencia.
Las bajas en ambos lados crecen, todo para satisfacer el ego de un dirigente que se ostenta omnipotente pero que, con cada día que pasa, va perdiendo peso, apoyos y presencia internacional. La juventud rusa, siguiendo órdenes de un megalomaníaco, derrama su sangre en una guerra que no entiende, engañada por el discurso alimentado por la desinformación controlada desde los aparatos de gobierno.
El ejercicio bélico de los rusos con cada día que transcurre se convierte en el fracaso más ruidoso en la historia de sus campañas. Ojalá regrese la cordura a Putin, suspenda su invasión, e intente recuperar algo del respeto de su pueblo, porque el nuestro desde hace varios años lo perdió.
Algunos cuestionan que ahora se le dé más atención a esta guerra que a otros conflictos armados igual de oprobiosos, en Medio Oriente, en África, muchos de ellos involucrando a otras superpotencias. Tienen razón hasta cierto punto. Tal vez apoyaran los esfuerzos de paz si consideraran que este es un buen inicio: con la atención del mundo volcada sobre Ucrania, cuando finalice este conflicto acaso pudieran entonces dirigir nuestra mirada a los otros, condenándolos y exigiendo su finalización.
Aquellos que piensan que lo que sucede en esa remota parte del mundo no tiene repercusiones en México tan solo tienen que asomarse al galopante precio de la gasolina, que pronto repercutirá en los precios de los alimentos que requieren transporte, y en el próximo aumento del costo de las harinas con las que se hace el pan.
Lo más alarmante es que Putin controla armas nucleares y, siendo tan soberbio, en un arranque de locura causado por la inminente derrota, pudiera utilizarlas, lo que acarrearía represalias del mismo talante, con funestas consecuencias para todos los habitantes del mundo.
Ahora dirijo la mirada a mi atribulado país.
Llamó mi atención el sentido agradecimiento hace unos días en una de sus opiniones de uno de nuestros colaboradores a Morena y al presidente en turno. Mencionó que él y los cercanos a él reciben apoyo económico de la administración actual, algo que no sucedió en el pasado, que finalmente se le está haciendo justicia a los de Abajo, que por primera vez los beneficiados no fueron los opresores de tantos años.
Sus letras expresan la opinión de muchos que reciben esos beneficios, algunos de ellos muy cercanos a mí. Desdeñados por años por lo que ahora muchos llaman “neoliberalismo”, es lógico su sentir al recibir beneficios en metálico.
Vale la pena aclarar algunas cosas que tal vez se estén perdiendo de vista.
El dinero que reciben él y muchos de esos olvidados por las administraciones anteriores no viene del presidente, ni es gracias al partido en el poder, sino de los impuestos que muchos otros mexicanos pagan, a veces de mala gana u obligados ante lo que reciben a cambio de quien los recolecta, ese sí: el gobierno.
Todo el que paga impuestos lo hace esperando, a cambio, recibir buenos servicios, mejores condiciones de vida, seguridad y, sobre todo, la posibilidad de un porvenir mucho más venturoso, justamente el que les prometió el presidente en turno durante su campaña a todos los mexicanos.
Estoy seguro de que muchos de esos beneficiados conocen a alguien cercano a ellos que ha perdido su empleo, no ha encontrado otro, y está pasando penurias en su afán de mantener a su familia. Podría asegurar que los que ahora reciben esos beneficios no los pueden usar al 100% en ellos, sino que deben compartirlos con aquellos menos afortunados, muchas veces miembros de su propia familia.
La dura realidad es que la dirección económica de nuestro país ha generado pingües beneficios a los militares (que resultaron los todólogos de esta administración), y a las empresas beneficiadas por adjudicaciones directas de los magnos proyectos cuatroteístas.
En vez de impulsar la economía del país a través de la inversión pública, generando trabajos y, por lo tanto, ingresos a la clase trabajadora, la estrategia del presidente en turno solo ha generado beneficios a unos pocos, penosamente los de siempre, los mismos de administraciones pasadas, entre escándalos de corrupción, sobreprecios, presupuestos que nunca se cumplen, asignaciones a modo, en fin, lo mismo que se hizo en los períodos “neoliberales”.
Peor aún es que no se ve la menor intención de reactivar la economía, ni por acciones de la administración ni por incentivos fiscales a las empresas. «Que cierre el que tenga que cerrar». ¿Y los empleados? ¿Y sus familias?
Pero no solo ahí es evidente la pérdida de dirección del presidente y su gabinete.
¿Ha mejorado la seguridad nacional y el Sector Salud?
Las noticias se encargan un día sí y el otro también de mostrarnos con sangrientas evidencias que la estrategia de “abrazos, no balazos” de esta administración es un rotundo fracaso; como consecuencia, la inseguridad crece en todo el país, más negocios cierran, se pierden más empleos, y se sigue tirando dinero en proyectos caprichosos cuyos beneficios aún están en duda (v.g. el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Cuatro Bocas, el Tren Maya), pero que los expertos nacionales e internacionales descalifican basados en datos duros.
En cuanto a la atención médica proveniente del Sector Salud, todos tenemos a un conocido o familiar que falleció debido a complicaciones del Covid, ese mal que “cuando mucho” causaría sesenta mil decesos y lleva más de seiscientos mil, según las cifras oficiales, cuando en realidad superan por mucho el millón; o alguno que no ha recibido completo su cuadro de medicamentos desde hace muchos meses, que no ha recibido tratamiento oncológico o intervenciones quirúrgicas debido a faltantes.
Es desgastante escuchar todas las mañanas la misma cantaleta culpando a los de antes, alimentando el odio, en vez de escuchar de inversiones, de aumentos en la base laboral, de consignados por actos comprobados de corrupción, de detenidos por actividades delictivas.
Apoyarse en «otros datos» sin mostrarlos es equivalente por completo al «porque lo digo yo» de un padre que impone su «juicio» apoyado en su autoridad.
Más de una década el actual mandatario presumió que él sería la solución a todos nuestros problemas; en cambio, desde hace más de tres años escuchamos diariamente de sus labios la muleta “es de que esto es culpa de los gobiernos neoliberales.”
Ajá, le concedemos la razón al presidente en que los gobiernos de antaño causaron mucho daño. Sin embargo, hay que exigirle presente y aplique las soluciones que pregonó tener. Es urgente.
Hay que exigirle a él y a su administración que se dediquen a trabajar en vez de hablar, hablar, y seguir hablando. La verborrea no ayuda para nada a aquellos que menos tienen.
Sueño con escuchar de la boca del presidente palabras que nos unan en vez de dividirnos, algún asomo de humildad, de madurez, aceptando errores y anunciando cambios de estrategia. Sueño guajiro, sueño de opio.
Solo queda esperar que en el 2024 alguien que tenga la capacidad y los deseos de ser un buen mexicano aparezca y, ahora sí, emprenda la verdadera reconstrucción del México que está destruyendo aún más el iluminado tabasqueño día a día.
Desde esta perspectiva, Putin y nuestro presidente comparten muchos rasgos, ninguno positivo, a decir verdad: la megalomanía los ofusca y los endiosa, se rodean de lambiscones y, el peor de los pecados, cierran los ojos a la realidad que los rodea.
Este es el penoso estado que guardan nuestro mundo y nuestro México.
S. Alvarado D.