José Juan Cervera
No hay medios aceptables para enlistar las obras de mérito literario confinadas en el limbo de las creaciones escritas que no llegaron a la imprenta. En homenaje de todas ellas, las que corrieron con mejor ventura dignifican la ausencia de aquellas que por circunstancias diversas –muchas veces agravadas por la muerte de sus autores y la pérdida definitiva de sus textos– no serán apreciadas en la medida de sus cualidades intrínsecas.
Entre los libros que desafiaron un destino oscuro para llegar a sus lectores figura La tremenda aventura: Samuelito y Toporat (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2020). Su creador, Oswaldo Baqueiro López (1932-2005), lo concibió para un público infantil, pero bien se sabe hasta qué punto las historias que disfrutan los niños guardan misterios en los cuales también los adultos descubren que en el mundo florecen caminos infinitos, prometiendo recorridos que no caducan al paso de ninguna edad.
Del conjunto de rasgos biográficos del autor cabe destacar que dirigió el Diario del Sureste, uno de los periódicos más importantes que circularon en la península y en el que las mejores plumas de Yucatán dejaron su rúbrica; tal fue el caso de Ermilo Abreu Gómez, Ricardo Mimenza Castillo, Carlos Duarte Moreno, Antonio Magaña Esquivel y muchos más entre los que es justo mencionar a Serapio Baqueiro Barrera y a Oswaldo Baqueiro Anduze, abuelo y padre, respectivamente, de Oswaldo Baqueiro López, quienes infundieron singular vitalidad a la cultura de esta región con títulos que merecen volver a leerse en los días presentes.
La obra narra las sorpresas que un niño de la ciudad va encontrando tras emprender un viaje a una antigua hacienda, con jornadas de aprendizaje que le permiten mirar de frente la fuerza secular de las tradiciones de sus antepasados, atestigua las consecuencias de viejas rivalidades de amor que resuenan entre los ecos de la Guerra de Castas y conoce a un pequeño animal silvestre con el que dialoga, el cual se muestra ocurrente y travieso, pero de igual modo hace gala de una lealtad inquebrantable pues no en vano se define a sí mismo como “un espíritu libre”, en los precisos términos con que cumple los designios de Itzamná.
Esta animada historia trae a la luz, como las fábulas clásicas, las virtudes y los defectos del ser humano reflejados en el comportamiento de los animales, y mueve a valorar los principios éticos que se identifican con la amistad, la compasión, la empatía, la solidaridad y la defensa de la naturaleza. Además, persuade a mirar de una forma fresca y desprejuiciada a personajes que, como a la Xtabay, se les atribuye una pesada carga de malevolencia que en el contexto narrado se hace más ligera. De la misma forma, los sapos que comúnmente son considerados criaturas repulsivas entonan, con fervor y recogimiento, un bellísimo himno a la luna que conmueve y arrebata.
Las ilustraciones de Oswaldo Baqueiro Brito, hijo del autor, contribuyen a fijar nociones significativas que se desprenden del texto, en tanto que el prólogo del maestro Roldán Peniche Barrera pone a circular los recuerdos de una generación cuya suma de experiencias es fundamento para comprender las transiciones que arrastra la rueda del devenir colectivo.
El escritor Baqueiro López hace valer determinadas figuras simbólicas para transmitir contenidos de fondo, como las contradicciones y transvases de las culturas que se encontraron a partir de la acción de los conquistadores europeos, tal como lo representan la espada y el machete atesorados como reliquias y la misma sangre derramada y mezclada en el combate. Otro tanto aporta la huerta reverdecida que al renovar su lozanía exalta con sutileza el milagro de la vida, sellando un final abierto en el propósito de sugerir rutas imprevistas en el continente de la imaginación, y de satisfacer aspiraciones legítimas en el placer de la lectura.