Perspectiva – Desde Canadá
XIX
En noviembre del año pasado corrí mi última carrera “oficial”: la carrera Megamedia, en su quinta edición, medio maratón para el cual me preparé, no como hubiera sido ideal, pero sí con una rutina que mi Coach Alondra me alentó a seguir. No hice el tiempo que esperaba, y vaya que los últimos 10 km me costaron después de la lluvia matutina de ese domingo, con el sol ya haciendo acto de presencia, pero cumplí mi cometido.
En esos días, mi futuro laboral estaba prácticamente definido y, la verdad, mi mente estaba mucho más ocupada con lo que en un par de meses estaría enfrentando, con las preparaciones para irme con la menor cantidad posible de pendientes. En consecuencia, mi rutina de carreras, todo lo que había avanzado, se fue a la fruta. No volví a correr sino hasta el 2020.
Durante el proceso de inducción a la organización, en los postreros días de enero, corrí 5 km en el gimnasio del hotel en el que me hospedé, e hice el mejor tiempo en esa distancia en mi vida. Con ese buen y alentador resultado, me convencí de que no sería difícil regresar a las carreras. Los que saben de estas cosas saben que me estaba engañando.
Al ser recibido por las temperaturas bajo cero del invierno canadiense, y con la espada de Damocles que representaba la obligatoria obtención de la certificación del sistema de calidad en la auditoría programada para los primeros días de marzo, correr se volvió la menor de mis preocupaciones. Pasaron dos meses más.
Al mismo tiempo, leía con envidia cómo mis compañeros de carreras aún participaban en las de Mérida, sus entrenamientos, y admiraba su entusiasmo, su continuidad.
A principios de marzo, con muchos remordimientos de conciencia por mi inactividad, me volví a convencer de reactivarme deportivamente: al mudarme a la casa donde actualmente habito, comenzaría a correr. Me compré unos pantalones térmicos, guantes, y me dije que correría cuando la temperatura superara un dígito, o sea, 10 grados centígrados o más.
Y entonces sucedió que el Covid-19 apareció en nuestras vidas, y tampoco la temperatura subía; y salir parecía jugar a la ruleta rusa. Presionado por mi peso (con casi cinco kilos más desde noviembre), comencé haciendo lo que mucha gente a mis alrededores hace regularmente: caminar.
Vivo junto al río St. Lawrence, luego entonces pensé que la altitud no jugaría un rol al iniciar el retorno al ejercicio. ¡Vaya que estaba equivocado!
La altitud de Long Sault es de 76 metros sobre el nivel medio del mar, y vaya que la sentí la primera vez que recorrí la periferia del pueblo, cuatro kilómetros: regresé a casa viendo chispas, con el pulso acelerado, y me tuve que sentar a esperar que mi cuerpo regresara a sus niveles normales. Así de grave.
Si tan solo caminar me causó tal efecto, ¿cuándo regresaría a la rutina adquirida en aquellos días previos a las carreras en el sur del estado, a correr ese medio maratón nuevamente?
Un buen día, en los albores de la pandemia, de aquellos en los que trabajaba desde casa, pensando que podría correr sin problemas la periferia de Long Sault, horrorizado me detuve cuando apenas había recorrido poco menos de 3 km: pensé que el corazón me iba a salir del pecho, y que me iba a desmayar, con el consiguiente oso y posibles complicaciones.
En el 2004, preocupado por mi salud, decidí correr regularmente; salía por las madrugadas por las calles del norte, la avenida que lleva al SAT, luego la avenida de Villas del Sol hasta desembocar en la prolongación de Paseo de Montejo, luego comencé a correr sobre esa prolongación hasta llegar a la avenida del Campestre, todo de manera progresiva, hasta que lo convertí en un hábito que me acompaña hasta ahora.
Inicialmente, con menos de un kilómetro recorrido, regresaba a casa agotado, pero satisfecho por estar haciendo algo en mi beneficio; poco a poco fui aumentando distancia y resistencia, hasta hacer poco más de cinco kilómetros diariamente. Bajé de peso, elevé mi autoestima, y lidié en esas madrugadas con algunos fantasmas y problemas que me agobiaban en aquellos tiempos.
Al recordar ese trayecto, rescaté eso de la tenacidad y la paciencia, y decidí que haría algo similar en esta ocasión. Me tuve entonces que “terapear” y convencerme de que ese incremento gradual en distancia y resistencia me iba a llevar tiempo, que no me desesperara, que fuera paciente conmigo y, sobre todo, que no tirara la toalla.
Les seguiré platicando de este lento regreso la próxima semana.
Mientras tanto, cuídense mucho.
S. Alvarado D.