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El Humorismo en Yucatán (XX)

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José D. Duarte, conocido ampliamente como el Chato Duarte en nuestro mundo literario, fue un escritor festivo bastante fecundo que laboró en el primer cuarto de la centuria, y cuyas producciones llegaron a ver la luz pública en buen número de folletos, algunos referentes a asuntos históricos recientes, entre los que mencionaremos los siguientes: Boladas y Chistes, la Caída de Zamarripa, La salida del Gobernador y Fatalismo (referentes a la precipitada salida de Mérida del Gobernador Felipe Carrillo Puerto al propagarse a Yucatán la asonada delahuertista en diciembre de 1923); El hombre pavo, La mondonguera, Amor fatal, la Tamalera, El Médico charlatán, Buscando novia, Fotógrafo mala-pata, Nodriza improvisada, y un Almanaque Festivo que dio a la luz pública en unión y un bien conocido escritor jocoso Luis Ceballos, que usaba el seudónimo de Yury.

A continuación, ofrecemos un epigrama del autor que nos ocupa:

Preguntaba ayer Cerezo

al señor Manuel Hurtado

si para ser diputado

hay que ser hombre de peso,

y le replicó Bernal

un joven muy avispado:

cuando lo ha sido un Quintal,

debe ser uno pesado.

El Chato produjo este poemilla a propósito de que en la Cámara local de Diputados de entonces uno de los legisladores era de apellido Quintal.

Al ofrecérsele en una canoa, durante uno de sus viajes, frecuentes en aquellos lejanos días, una galleta bastante vieja, produjo el Chato el siguiente bocadillo poético:

Si me ofrecen no armar treta

y también no disgustarse,

diré por qué esta galleta

desde hoy podría casarse…

¿Casarse?, exclamó Bolaños

con justa curiosidad…

Casarse, sí, por su edad,

Pues hoy cumple quince años.

Como reflejo de su dedicación al magisterio –fue maestro de primaria en Yucatán y durante algún tiempo en Tabasco– el Chato Duarte produjo algunos poemas de sabor pedagógico, como su apólogo intitulado “El Niño Mimado”, que reproducimos luego:

Yo conocí una señora

que, por ser muy consecuente,

pasóle un caso ocurrente

que a referir voy ahora.

Un sobrino ella tenía,

apenas de corta edad,

a quien tanto consentía

que era una calamidad.

Estaba en su cuarto un santo,

muy adorado en su nicho

y el rapaz tuvo el capricho

que era su “apá” Crisanto.

Quiso tener la herejía

de volverlo papagayo

y tan veloz como el rayo

fue a pedírselo a su tía.

“Telo judal el letlato

que soble el altal está;

y me ite mi amá

te tú me lo les un lato”.

–¿Qué yo te lo de?, jamás;

ni que tu madre lo diga,

de repente y me castiga

el señor San Nicolás.

“Judal el letlato telo”:

volvió a insistir el rapaz,

“si ahuita no me lo dás,

boto la olla del puchelo”.

La imagen al fin le dio

la vieja consentidora

y al cabo de media hora

el chamaco regresó

–“Ya ite mi papadayito

y me ice mi mamá

te tu me des el clavito,

te colgaba el letlatito

de mi telido apá”.

–Tu terquedad sobrepasa,

ya más no puedo aguantar,

¿no sabes que no hay tenaza

con que ese clavo zafar?

“El te no haya no me impolta,”

dijo, rugiendo el rapaz,

“si auita no me lo das,

velás tu espejo una tolta”.

Temiendo que el muy ladino

tal amenaza cumpliera,

safólo con la tijera

y el clavo dióle al sobrino.

Al rato volvió el chiquito

y en su terquedad impía

¿qué crees tú que pedía?

Pues nada más que el hoyito

en donde estaba el clavito

que colgaba el retratito

de su querido papá…

Conrado Menéndez Díaz

Continuará la próxima semana…

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