Letras
XXXI
Tantos años pensando en un hombre, tantos. Desde que salí de la preparatoria y lo perdí de vista, no he dejado de pensar en él. Muchos hombres han pasado por mi vida, pero ninguno como él. Todo este tiempo he pensado que nadie se le iguala, que nadie está a su altura. Claro que lo he idealizado, ahora me doy cuenta cuando lo veo ahí sentado a la mesa con sus camarillas de siempre, en esta reunión de generación que pretende por dos días hacernos recordar todo lo que yo no he dejado de pensar.
Lo veo y mi corazón le da rienda suelta a las sensaciones y los recuerdos. Sólo seis meses fue mi novio, los más maravillosos de mi vida, cuando empezaba a explorar mi sexualidad y mis manos perdieron su virginidad en su sexo. Solía recordarlo como un hombre perfecto, amoroso y gentil. Después de él, sólo patanes llegaron a mi vida que lo único que querían era un buen faje y hasta ahí, lo que siempre me dejó un grado de insatisfacción que fue creciendo. Mis compañeras se empezaron a casar cuando salieron de la facultad y yo me quedé esperando encontrarme con Daniel a la vuelta de la esquina.
Antes de atreverme a ir a su mesa, prefiero dar vueltas por el salón al aire libre del hotel. Hasta ahora no ha habido ningún valiente que se meta a la piscina y todos lucen sus mejores galas para este encuentro “nostálgico”, como lo anunciaron las organizadoras. Mis amigas, las inseparables, ya están en una mesa y me hacen señas con las manos. Me acerco y las beso como si fuera la primera vez que nos vemos en años, aunque no hemos dejado de frecuentarnos. No me siento, prefiero seguir dando vueltas por las mesas para saludar a los que se perdieron en el tiempo y que abrazo efusivamente.
A pesar de haber criticado esta reunión esnob con pretensiones de gran clase y realidades de preparatoria popular, estoy contenta de ver a todo mundo y decir “qué viejo te ves”, lo que le digo a todos mis compañeros por igual, aunque sé que yo misma he abusado de los años.
Regreso a la mesa de Daniel y sin más lo abrazo con el gusto de verlo. Me sorprende que me tenga en mente y que no dude de mi nombre, lo que me da tanto gusto. Nos sentamos y me cuenta acerca de su interesante vida en el hospital de perros que puso con otros colegas, deteniéndose en detalles de operaciones y animales deprimidos. Yo lo que quiero que me cuente es que ha pasado con su vida todos esos años, aunque en realidad supe que se había casado y divorciado hacía algún tiempo. Habla poco de él y mucho de su profesión. Cuando puedo le cuento de mí, de mi trabajo como arquitecta en el despacho que fundamos mis compañeras de la Universidad y yo, en un ataque de autoempleo cuando nadie nos quería contratar recién salidas de la escuela. Poco preguntó de mi vida íntima, pero me apresuré a contarle que no me he casado y que tampoco tengo hijos, porque –mentí– no he tenido tiempo.
Yo estoy tan emocionada de tenerlo nuevamente a mi lado que dejé a un lado su calvicie y su vientre un poco prominente que ocultaba con su saco. Para mí sigue siendo ese muchacho atlético, interesante y apuesto que me enamoró cuando la hacía de celestina para que se enamorara de mi amiga, quien después de eso dejó de hablarme, esa sí para siempre, y a quien no he visto en la fiesta.
Le prometo regresar en un rato más para ir a contarles a mis ex compañeras que vi a Daniel, quienes seguramente ya lo comentan en la mesa. Antes de ir a verlas platico un poco con otro grupo de amigos que trajeron a la fiesta esas fotos viejas que recuerdan nuestros viajes de la prepa. Me río tanto al reconocerme con ese atuendo ochentero y esos pelos que no sé cómo lograba mantener en pie. En una fotografía me veo besándome con Daniel. No lo puedo creer, pues ni siquiera yo tengo una foto así con él. Sorpresivamente, me la regalan y quiero ir a mostrársela para ver cuál será su reacción, pero antes, paso por la mesa de las muchachas que están igual de emocionadas que yo, y casi me dicen que de una vez me quite la espinita y lo seduzca esta noche, total. La idea me hace cosquillas en el vientre, pero no sé si me atreveré
Regreso a la mesa de Daniel y me hacen un espacio junto a él. Le muestro la foto y se ríe también de su atuendo con combinaciones increíbles. Recordamos entonces anécdotas de ese tiempo y siento nuevamente que tenemos algo muy fuerte, algo que nos ha unido siempre. El mesero va y viene con caballitos de tequila; para salvarme de la borrachera, voy a hacer escala a la mesa de mis amigas con quienes brindo con refresco y cerveza. Todas me aconsejan que me vaya a su cuarto, que me atreva y exorcice el fantasma de Daniel. No sé si lo logre, pero con nuevos bríos regreso a su mesa.
No logro saber nada de su vida, ya que es bastante misterioso. Pero sí logro que me invite a su habitación, donde encuentro su ropa aún en la maleta y una cama medio revuelta. Vamos sólo por una botella de reserva especial, dice, aunque yo tengo otras esperanzas. Mientras busca la botella, me siento en la cama y me cuenta que sabe mucho de tequilas. Cuando la encuentra se sienta a mi lado y me dice que no me ha olvidado. No esperaba oír eso, pero dejo que todos mis viejos sentimientos se regocijen con sus palabras. Deja la botella a un lado, me abraza y me besa con una fuerza que me hace daño. Mete su mano en mi blusa y oprime mis senos. Se sube arriba de mí y me levanta la falda, tratando de quitarme mi pantaleta. Entre sorprendida y excitada, no sé qué hacer hasta que siento su miembro entre mis piernas. Trato de empujarlo porque no quiero que sea tan rápido, pero es inútil porque ya lucha por entrar en mí. No pasa mucho tiempo cuando siento su semen caliente que invade mi vagina. No sé si estoy contenta o no, pero lo único que veo es a este hombre tan pesado que trato de hacer a un lado mientras comienza a dormitar.
Me quedo un rato acostada tratando de procesar lo que pasó, pero no logro hacerlo. Me levanto tratando de no hacer ruido.
Recupero mi ropa interior y me la pongo. Tomo la botella de tequila y salgo de la habitación donde dejo al hombre de mi vida como dejé a tantos otros; me voy con ese sentimiento de asco y desilusión.
En la piscina ya hay algunos que perdieron la etiqueta y se fueron a buscar un short para meterse a nadar. No quiero regresar con mis amigas, no tengo nada que contarles. Me siento a la orilla de la alberca y meto los pies al agua. Abro la botella de tequila y un mesero me alcanza un vaso. Quiero brindar por todos esos años que perdí el tiempo, enamorada de alguien que no existe. Estoy tan enojada conmigo misma, pero creo que es lo que me hacía falta para por fin olvidarlo.
Una chica con pantalones de pescador se sienta a mi lado. Lleva una blusa escotada sin mangas y una gargantilla de jade. Su pelo es corto, rebelde y despeinado a la moda. Me pregunta si le puedo invitar un traguito de tequila y me extiende un vaso desechable. La veo de frente y trato de reconocerla, pero no lo logro. Se ríe de mi intento vano de buscarla en mis recuerdos y se adelanta a decir que es Samantha, estuvimos juntas en tercer y cuarto semestre. Entonces llega a mí el recuerdo de esta chica rara con rezagos de hippie. No era de mi grupo de amigas, pero recuerdo que se corrían muchos rumores de ella, los que consideraba infundados porque éramos entonces unas jovencitas.
Samantha me cuenta de su vida como escritora y fotógrafa de guías de viajero. Escucho encantada lo que cuenta de sus viajes mientras veo su cabello que nace en su nuca y se va a conquistar el espacio. Me encantan sus hombros desnudos y el movimiento de sus manos cuando habla. Me sonrojo viendo sus labios moverse sensuales. Es curioso que no la recuerde así, ha cambiado tanto; y mientras hablo de mí, me doy cuenta de yo también he cambiado mucho. Ya no soy la misma jovencita enamorada del primer amor, ahora soy una mujer que aún lleva entre las piernas los últimos recuerdos, pero que ve con otros ojos nuevas rutas.
Bebemos la mitad de la botella. Mis amigas vienen a despedirse porque se van a la cama y prometo desayunar con ellas. Aún no quiero irme mientras Samantha esté aquí conmigo. Seguimos conversando hasta que nuestros pies se arrugan por el agua y tenemos frío, entonces me invita a su habitación para mostrarme sus fotos. Voy gustosa tras ella en el laberinto del hotel, pensando que ni siquiera sabía en este momento donde está mi propia habitación.
Me maravillan sus fotos y me muestra los libros que ha hecho. Apenas les pongo atención porque me pierdo en el escote de su espalda. Ella sonríe dándose cuenta de mi mirada y toma mi mano para ponerla en su pecho que late al mismo ritmo que el mío. Baja mi mano y siento el nacimiento de sus senos, después sus pequeños pezones. Quiero detenerme, pero ya no es posible, mis manos son independientes y, exploradoras, salen de mi control. Entonces se le suman mis labios que comienzan a besar su cuello, a aspirar su pelo. Despojo a Samantha de su blusa, soltando el nudo que tiene tras la espalda y veo su torso blanco y suave. Apenas puedo reaccionar cuando ella ya está quitándome la blusa mientras busca mi cuello entre mi pelo. Se quita el pantalón y yo dejo caer mi falda.
Samantha me besa y me abraza mientras le sigo los pasos. Mis manos buscan su sexo y las desconozco, pero se sienten libres por fin, se sienten plenas al sentir el tibio cuerpo de una mujer que añoraron siempre, mientras mi corazón masoquista lamentaba un amor perdido.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…