Letras Mayas
VIII. El guardián de las palabras
¡Cuánta razón tenían los abuelos cuando nos decían: “Tu corazón es el guardián de las palabras, no su cueva; porque tus palabras no estarán ahí para alojarse eternamente…”!
Deja que en primavera los vientos de tu ánimo dispersen las palabras por los caminos, y se vistan con flores rojas, blancas, amarillas y azules, porque las flores son alegres palabras de los árboles, de las hierbas y de las enredaderas…
Deja que en verano las palabras se levanten en mariposas, porque ellas, como hijas de la lluvia, son las flores ambulantes de los caminos; deja, en ese tiempo de aguaceros, que en las milpas las mazorcas se ofrezcan, entre el humo del copal y la oración, como palabras de gratitud en las primicias…
Cuando llegue el otoño y los árboles desprendan sus hojas al vaivén del viento, deja que estas palabras besen con ternura la piel del suelo, porque nunca las palabras sobre la tierra han sido el sepulcro de los hombres…
Cuando llegue el invierno y sientas que te besa el aire frío de sus días, deja a la palabra arder en los leños, que su calor será el cobijo de tu cuerpo; pero si sientes que las palabras bullen, saltan, gritan, rugen y cantan en tus adentros, y este canto es parecido al trino del Sakpakal, paloma blanca. No lo ahogues en silencios. No temas, ¡ése es el lenguaje de tu alma!, ¡ésas son las palabras de tu espíritu!
No guardes, no escondas, no impidas la libertad a tus palabras, porque por tu palabra habrás de escribir para todas las edades y para todos los tiempos, que es uno solo y eterno, mientras haya vida sobre la tierra…
Ka’ síijil t’aan significa volver a nacer la palabra, renacer la voz. Este reencuentro del pasado con el presente; este volver de nuevo, que para nosotros los mayas era y es sagrada concepción del tiempo, es un hecho que se inicia con las voces y testimonios de los que hoy asumimos el compromiso de dejar constancia de lo que pervivió en la tradición oral, a través de textos literarios… pues nunca las palabras sobre la tierra han sido el sepulcro de los hombres.
Calkiní, Campeche, 1997
Jorge Miguel Cocom Pech
Continuará la próxima semana…