Letras
José Juan Cervera
Aunque un año sustituya a otro, las aguas no interrumpen el impulso de su ciclo primordial.
La medición del tiempo y los dones intuitivos rigen planos opuestos que sólo un tejido imperceptible equilibra cuando su choque es inminente.
El registro de los días parece marcar límites definitivos, pero el instante del conocimiento significativo escapa de sus redes.
El calendario sirve para justificar los apremios infructuosos en coronar ansias de gloria.
En su máxima potencia, los sentidos logran el cometido de apreciar el movimiento de las aguas profundas y la fecundidad que la experiencia deposita en manos providentes.
Al abrigo de colores tenues, el vigor y la savia se sustraen de los límites que instaura el artificio en sus pretensiones mundanas.
No hay hora fija que contenga las ondulaciones del viento. El reloj sólo enlaza rutinas como emblema de caducidad.
Los lazos espontáneos despejan el velo que el tiempo medido tiende displicente sobre angustias sin dirección.
Los elementos que afirman la composición de la vida simbolizan los orígenes que honran la armonía negada a miradas ansiosas.
En las fisuras del tiempo codificado retozan las vibraciones de la sensualidad luminiscente.