Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán
LVII
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ESCENA IV
ANDREA, SAMUEL Y DON GARCÍA
SAMUEL: El cielo os dé su favor…
Si un rayo de luz brillante
iluminara un instante
vuestras pupilas, señor,
viérais el rico presente
que vuestra morada encierra;
Viérais al sol en la tierra
esplendoroso y luciente.
SAMUEL: ¡Pluguiera al cielo!
GARCÍA: Pluguiese
que la miraseis, al cielo!
¡Vano afán, mísero anhelo!
Mas mi deseo no es ese:
Todo mi anhelo es por ella.
Sepa yo que es venturosa…
Que hermosa… ha de ser hermosa
quien tuvo madre tan bella.
ANDREA: (Como evocando un recuerdo tierno) ¡Madre! ¡Madre!
SAMUEL: Te concibo
a ella. Andrea, parecida:
en el albor de tu vida
eras el trasunto vivo
de aquella infeliz mujer.
GARCÍA: ¿Tenéis su retrato?
SAMUEL: SI.
(Con viva ansiedad.)
¿En dónde?
SAMUEL: (Poniendo la mano sobre su corazón.)
Lo tengo aquí:
Sólo yo lo puedo ver.
GARCÍA: (Describiendo a ANDREA)
Blanca como nieve pura,
negros, los ojos lucientes,
perlas menudas tus dientes,
palma gentil la cintura,
plácida aurora el destello
de su mirada amorosa;
noche que desciende umbrosa
el espléndido cabello,
que completando el hechizo
de su seno virginal,
oculta en él la espiral
del ensortijado rizo.
SAMUEL: (Que ha estado escuchando con creciente emoción, dice, preparando el delirio.)
Así también, también era
fascinadora, hechicera,
blanca y gentil su hermosura;
y también la noche oscura
flotaba en su cabellera.
¡Era mía, sólo mía!
Entonces en mi mirada
el fuego del sol ardía,
y su imagen relucía
en mis ojos retratada.
¿Dónde estás; lazo de amor,
dónde, encanto peregrino,
dónde, prisma seductor…?
¡En la mitad del camino
os esperaba el dolor!
Serpiente hundida en el cieno,
serpiente de áureos colores
mordió mi seno… en mi seno
aun siento hervir el veneno
de sus malditos amores.
Entró en mi casa,
le di hidalga hospitalidad;
nada en cambio le pedí,
y entre sus manos perdí
mi eterna felicidad.
Era un noble, la miró;
no vi en sus ojos el fuego
vil que en su pupila ardió…
y entonces no estaba ciego!
(Exaltándose gradualmente y preparando el delirio)
¡No lo estaba entonces, no…! (Pausa.)
Era una noche… rendido
de cansancio, paz hallaba
en hondo sueño adormido…
Vibró en la estancia un gemido
salté del lecho en que estaba…
En su aposento a mi amor
busco, llamo; mas ninguna
voz contesta a mi clamor…
Dormía Andrea en la cuna
de una lámpara, al fulgor.
Voces oí, nadie escuchaba.
Corrí a la puerta… hasta allí
la desdicha me arrastraba.
¡Ella, Dios mío!… ¡Sí, sí!…
En un mar de sangre estaba,
pálido el rostro hechicero,
crispada la mano fría,
en el pecho, el duro acero
clavado, ¡el del caballero
que a honrar mi casa venía!
«Sara», grité «Sara», y ella,
mirando en mi faz la huella
de mi congoja profunda,
al rumor de mi querella,
así exclamó moribunda:
«Este es su puñal, este es….»
Lo arrancó de su cintura
Mi amor… tu honor… ya lo ves…
No dijo más, y a mis pies
exhaló el ánima pura… (Pausa pequeña.)
Pasó un año, tres en pos
pasaron también, y Dios,
Dios justo no permitía
que en su senda o en la mía
nos cruzáramos los dos.
Supe al fin en dónde hallar
al infame que el deber
ultrajó… le fuí a buscar
su sangre para beber;
y una noche entré en su hogar.
Llegué a su mismo aposento…
ví que en un lecho yacía
un hombre sin movimiento,
y contuve hasta el aliento:
Me pareció que dormía.
Llevé la mano a mi espada,
sobre el pecho alcé mi mano:
más la contuvo indignada
la sombra adusta y airada
de un severo franciscano.
«¡Padre! grité, ¿quién sois vos
para detenerme así?»
«Decid qué queréis de mí,
qué me queréis ¡vive Dios!
Por un muerto rezo aquí.»
Me contestó, y al instante
presa de horrible despecho,
(Comienza a delirar como si estuviese en casa del robador de su honra)
Vi a la luz agonizante
el descompuesto semblante
de un cadáver sobre el lecho…
Él, él era… ¡Oh rabia, oh ira!
¿Por qué tan tarde acudí?
Mentira, padre, mentira.
(Como si estuviese ante el franciscano.)
No ha muerto este hombre ¡respira
y a matarle vengo aquí!
-Atrás el infame, atrás…
-Uno, padre, está de más…
¡No hay piedad, no hay esperanza!
¡Que se cumpla mi venganza!
¿No?… ¿Perdón?… ¡Jamás, jamás!
(Cae desplomado en un sillón)
GARCÍA: (Dirigiéndose a socorro de SAMUEL.)
Andrea… Andrea… el dolor
le enloquece y le sofoca…
ANDREA: Espera… Nadie le toca.
Déjale solo…
GARCÍA: Señor.
ANDREA: Silencio, Diego… No acalla
el consuelo su honda pena.
¡Nada su furor enfrena
cuando su cólera estalla!
Vete….si despierta…
GARCÍA: Sí,
Volveré… (Váse DON GARCÍA.)
ANDREA: ¡Padre adorado!
Duerme, pues tan desdichado
hace un momento te vi.
Reposa, y la suerte pía.
Haga, padre, que halagueño
forje tu mente un ensueño
que durmiendo te sonría.
Si no te consuelan nada
los que en el mundo te adoran,
el ángel de los que lloran.
Te cubra con su mirada.
Llegue hasta el cielo la queja
de mi plegaria sencilla….
(Aparece GIL.)
Gil, la horrible pesadilla.
GIL: No le deja.
ANDREA: No le deja.
GARCÍA: Tal vez en él la provoca
esa pasión…
ANDREA: Sella el labio,
que tomaré por agravio
cuanto me diga tu boca.
Hoy tus cuidados reclama
mi padre, déjame a mí,
Que más feliz nunca fui. (Se va.)
GIL: ¡Nunca! dice…
¡Cuánto le ama!
Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…