Teatro Yucateco
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ACTO TERCERO
La misma decoración del acto segundo.
ESCENA VI
Dichos, SAMUEL y GIL.
ANDREA: ¡Oh, padre! ¡padre!
Otra vez me asalta el terror impío…
Vuelve a su rostro sombrío
esa mortal palidez.
SAMUEL: ¡Ay, hija mía querida!
¡Cómo mi amparo reclamas!
¡Cuanto sufres, cuanto le amas!
ANDREA: A su alma mi alma asida
sueña con su amor profundo;
mi ser de su ser va en pos
déjanos, padre, a los dos
Surcar los mares del mundo.
Mira si sola ha quedado (a GIL)
la calle.
ANDREA: ¡Y no se despierta!
GIL: Está la plaza desierta.
SAMUEL: (Va desde ahora exaltándose gradualmente hasta llegar, cuando lo indica el verso, al extremo del delirio)
¡Oh momento deseado!
¡Cuán gozoso el pecho alcanza
a respirar nueva vida,
cuando hemos visto perdida
la estrella de la esperanza!
Sopló furibundo el noto.
la mar se encrespa bramando,
y contra la mar luchando,
lleva el timón el piloto…
¡Pobre marinero! fuerte
ve llegar la tempestad…
ANDREA: ¡Piedad, señor!
GIL: (A SAMUEL) ¡Por piedad!
SAMUEL: (Señalándo a GARCÍA)
¡No temáis que se despierte!
(Se abstrae de nuevo.)
-¡Pobre marinero!… Eleva
al cielo humilde plegaria,
que en su barca solitaria
todo cuanto tiene lleva.
Es su hogar su dulce hogar
aquel madero que flota,
y la tormenta lo azota
y él se cansa de luchar.
¡Lucha horrible, lucha ingrata:
Una ola se alza violenta,
y al furor de la tormenta
a su esposa le arrebata!
Llora los tristes despojos
que robaron su alegría,
y de llorar noche y día
pierde la luz de sus ojos.
En las tinieblas, más fuerte
retruena la tempestad.
ANDREA: ¡Piedad, padre!
GIL: (A SAMUEL) ¡Por piedad!
SAMUEL: ¡No temáis que se despierte!
¡Horrible fue la batalla!
A la mar su suerte entrega
y hasta una ribera llega….
y allí su bajel encalla.
Busca perlas, busca flores,
y guarda en su hogar querido,
como la alondra en su nido,
la prenda de sus amores.
Y allí la siente crecer,
como siente árbol robusto,
desarrollarse el arbusto
que fue a su sombra a nacer.
Blanca como nieve pura,
negros los ojos lucientes,
perlas menudas los dientes,
palma gentil la cintura;
de su mirada amorosa,
Plácida aurora el destello
noche que desciende umbrosa
el espléndido cabello…
Así también, también era
fascinadora, hechicera,
blanca y gentil su hermosura;
y también la noche oscura
flotaba en su cabellera.
¡Era mía, sólo mía!
Entonces en mi mirada
el fuego del sol ardía,
y su imagen relucía
en mis ojos retratada.
ANDREA: ¡Padre!
GIL: (A SAMUEL, aterrorizado.)
Ese ronco estertor,
¿Es de una espantosa muerte
preludio horrible?
ANDREA: ¡Favor!
¡Piedad!
GIL: ¡Por ella, señor! (A SAMUEL)
SAMUEL: ¡No temáis que se despierte!
¿Dónde está? ¿Dónde? A su lado
llévame al punto, hija mía,
que si tu frente ha manchado…
GIL: Mas…
SAMUEL: ¡Dejó mi hogar un día! (A GIL.)
Llévame tú. Sin cuidado
palpite tu corazón.
(SAMUEL como indistintamente se ha ido acercando en su delirio al sofá en que se halla el CONDE, hasta que logra tocarlo sin inspirar recelo)
El suyo a mis pies palpita.
(Separando la mano del pecho del CONDE y como horrorizado de sí mismo, en un relámpago de lucidez)
¡Dios, Dios mío, mi razón
liberta de esta maldita
y cruel fascinación!
ANDREA: ¡Padre mío, padre mío!
GIL: Débil es; vos sois el fuerte.
SAMUEL: Comprendéis mi desvarío,
y tembláis, y yo me rio
del dolor ante la muerte..!
(SAMUEL deja escapar del pecho una comprimida carcajada, y volviendo los ojos en derredor suyo, continúa presa del delirio)
¡Pobre marinero! Ostenta
su azul el cielo sereno…
Él, domina a la tormenta,
el rayo a sus pies revienta
rueda a sus plantas el trueno.
El iris de la esperanza
brilla hermoso en lontananza,
luce el porvenir incierto,
y al consumar su venganza…
ESCENA VII
Dichos y COLLAZOS que entra por la puerta secreta y exclama:
COLLAZOS: ¡Oh Dios!… ¿Qué veo?… ¡está muerto!
¡Conde! ¡Conde!… ¡Oh rabia, oh ira!
¿Por qué tan tarde acudí?
Desde que SAMUEL oye la voz de COLLAZOS, se estremece: pero al escuchar las palabras anteriores, que deben decirse con cierto énfasis, exclama en el colmo del delirio…
SAMUEL: Mentira, padre, mentira….
No ha muerto este hombre, respira,
y a matarle vengo aquí!
(COLLAZOS y los demás, espantados ante el furor del delirio, de cuyos conocidos accesos no temen daño alguno, retroceden mientras SAMUEL continúa.)
¡Atrás el infame, atrás!
Uno, padre, está de más…
No hay piedad, no hay esperanza;
¡Que se cumpla mi venganza!
(Luego como respondiendo.)
¿No? ¿Perdón? ¡Jamás!… ¡Jamás!…
(Al decir el primer ¡jamás!, entierra un puñal en el pecho de DON GARCÍA)
GARCÍA: (Incorporándose.) ¡Ah!
COLLAZOS: (Que ha acudido precipitadamente en su auxilio.) ¡Señor!
ANDREA: (En el colmo del espanto.) ¡Padre! ¿Qué has hecho?
GIL: ¡Horror!
COLLAZOS: (Sosteniendo a DON GARCÍA)
¡Infame! ¡Mi espada
he de mirar empapada
en la sangre de tu pecho!
GARCÍA: ¡No, Collazos, no, detente!
COLLAZOS: ¡Guardias!
GARCÍA: ¡Calla! ¡Oh duelo mío!
¡Triunfaste al cabo, judío!…
¡Tocó tu mano mi frente!…
¡Así a mi destino plugo!
Al acatar su sentencia,
libertaré tu existencia
de las manos del verdugo.
Cebar quisiste en mí
de tu raza el fiero encono…
Vive… vive… te perdono,
porque ella lo quiere así.
Disfrazado entré en tu hogar
que no en vano se atropella;
te juro, al morir por ella,
que no la quise ultrajar.
Justo es…, aunque mi enemigo,
que sus ojos por ti clamen:
Las lágrimas que derramen
serán, Samuel, tu castigo…
(Se vuelve a ANDREA y mirándola con reconcentrada ternura, dice:)
Y tú, infeliz, que suspiras
acongojada, anhelante….
Sufre, si fuiste un instante
el juguete de sus iras.
Esa imagen que allí ves,
es la de mi madre triste…
Si de ella celos tuviste,
arrodíllate a sus pies.
Ave fue mi amor ardiente,
cortó el destino sus alas….
Esas joyas y esas galas
(Señalando el cofre que está en la mesa)
se hicieron para tu frente.
¡La duda horrible y cruel
te hirió con su dardo impío!
Ven, que tu cariño es mío…
No quiero morir sin él.
ANDREA: (Sollozando.) ¡García!
GARCÍA: ¡Dame la mano!
ANDREA: ¡García!
GARCÍA: ¡Mi apoyo sea!
¡Adiós, para siempre, Andrea!
¡Dios perdone al inhumano!
(Señalando a SAMUEL que habrá caído en un sillón con el sopor que solía producirle su delirio. La escena muda de GIL, se deja a la inteligencia del actor.)
Dadme esa luz… ante mí
la eternidad está abierta.
(COLLAZOS le acerca la luz que tomara de la mesa.)
El mundo por esa puerta
vendrá mañana hasta aquí.
(Señalando al fondo.)
No nos hallará a los dos;
que allá en el cielo he de verte…
(Apaga la luz y haciendo un esfuerzo, dice:)
¡Cubrid, tinieblas, mi muerte!
Me basta un testigo… ¡Dios!
Telón.
Compilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…