Teatro Yucateco
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ACTO TERCERO
La misma decoración del acto segundo.
ESCENA III
Dicho y ANDREA, que sale precitadamente.
ANDREA: ¡Ah, padre! ¿Ya estás aquí?
Gil lo ha mirado en su lecho:
Palpita apenas su pecho,
¿dime qué pretendes, di?
SAMUEL: Nada temas, si inerme
cayó a tus plantas desmayado: duerme.
ANDREA: ¡Ah! ¿Duerme, padre amado?
SAMUEL: En dulcísimo sueño reposado.
ANDREA: ¡Ay, Gil, tú lo has oído!
SAMUEL: Dice que está dormido.
ANDREA: ¡Esta dormido!
(Se asoma a ver a GARCIA, y vuelve, cambiando de tono)
No, padre… de tal suerte
la palidez le cubre de la muerte,
que agitada, anhelante,
quiero mirar la vida en su semblante.
SAMUEL: No temas y descuida;
él volverá como antes, a la vida.
Y ya verás, Andrea,
que en sólo amarte su existencia emplea.
GIL: Señor, en vuestro acento. (A SAMUEL.)
Algo hay terrible… Por piedad…
ANDREA: Tu intento,
padre, ¿cuál es? Escucha…
GIL: Calmad su pena. (A SAMUEL.)
ANDREA: Mi ansiedad es mucha.
SAMUEL: ¿Tú temes que se atreva?…
ANDREA: Él se acerca. (Viendo salir al CONDE.)
GIL: Señor…
SAMUEL: ¡Nadie se mueva!…
ESCENA IV
Dichos y el CONDE.
Sale el CONDE apoyándose en las paredes y en las sillas.
GARCÍA: Más aire… luz… ambiente…
Collazos ¿ya estas libre? Ten presente
que es su amor quien te abona…
Que es ella, que mi Andrea te perdona.
(Se sienta en el sillón.) Deja que duerma, vete. (Se duerme.
ANDREA: ¡Delira, padre! ¡suelta!… (Queriendo soltarse)
SAMUEL: No te inquiete. (Deteniéndola.)
(Ya todo se ha perdido)
Vamos, Gil, el destino lo ha querido.
ANDREA: ¿Te vas? Yo no quisiera…
En aquel aposento… allí me espera.
GIL: Pensad en el gentío.
Si nos vieran salir.
ANDREA: ¡Ve, padre mío!
SAMUEL Y GIL entran en la habitación de ANDREA, mientras ésta se acerca a GARCIA.
ESCENA V
ANDREA, GARCIA Y GIL que entra y se retira cuando el diálogo lo indica.
ANDREA: En su nevada frente
la sangre a circular ardiente;
torna la luz que me enloquece
otra vez en sus ojos aparece.
Alienta, Don García,
también alienta la esperanza mía.
GARCÍA: ¡Oh, dulce, oh dulce ensueño!
Y tú a mis pies en amoroso empeño,
si supieras, bien mío,
¡cual es de tu belleza el poderío…!
¿Por qué, por qué dormía?
¿Lo sabes tú, lo sabes?
ANDREA: ¡Don García!
GARCÍA: ¿Por qué me despertaste,
y a mi ensueño de amor me arrebataste?
Sed tengo… ¿Por qué lloras?
ANDREA: ¿No es verdad, Don García, que me adoras?
Háblame de una bella,
dama gentil, encantadora… y ella
¡me roba tu ternura…!
¿Y es el ardiente imán de su hermosura
el mágico incentivo
que hace que alientes de su amor cautivo?
GARCÍA: ¡Mentira! ¡Eso es mentira…!
¡Si eres tú, nada más, por quien suspira
mi pecho enamorado…!
¿Cuántas veces corrí desesperado
en busca de contento,
de paz, de dicha el corazón sediento!
Y en frívolos amores
gastó mi ardiente corazón sus flores.
Algunas le quedaban.
las más bellas quizás, las que buscaban
para vivir frescura
en tu sonrisa virginal y pura;
perfume en el aliento
que desborda en tu labio el sentimiento;
calor en tu pupila…
¡Ah! vive, vive con tu fe tranquila…
Lo juro, por los cielos,
que están burlando tus amargos celos.
ANDREA: ¡Burlando!… ¿Y es posible?
(Se dirige a la mesa en que esta el área.)
¡Ya verás!
GARCÍA: Esta sed inextinguible.
Gil se asoma con un vaso en la mano, lleno de agua, y se lo da a ANDREA.
ANDREA: ¡Ah!
GIL: (Dejando el vaso a ANDREA) ¡Toma! (Se retira.)
ANDREA: (Abriendo el arca y señalando el retrato.)
Hay una frente
que al pie de los altares impaciente…
GARCÍA: (Bebiendo el agua que ANDREA le presenta hasta apurar la mitad del contenido del vaso.) ¡Andrea!
ANDREA: Sí, perdona…
Sé de un velo nupcial y una corona.
Por eso el pecho inquieto…
GARCÍA: ¿También vendió Collazos mi secreto?
ANDREA: Tu secreto, García.
GARCÍA: ¡Y yo que perdonarlo prometía!
ANDREA: No, Collazos no ha sido…
Otro fue que en las sombras escondido
tu paso misterioso
siguió por donde quiera, y receloso
penetró en tu morada.
GARCÍA: ¡Su nombre…!
ANDREA: Qué te importa, si no hay nada
que devuelva a mi vida
la dulce calma, por mi mal perdida.
GARCÍA: Escucha y no te asombre:
Yo te oculté mi condición, mi nombre;
yo tu amor pretendía,
tu amor no más, Andrea; no quería
que el oro y la nobleza
rindieran a mis pies tanta belleza,
Y tú, tú que has sabido
exaltar tu virtud; tú que has podido
cariñosa y sincera
vencer mi condición altiva y fiera,
¿dudarás un momento?
¡Tuyo es mi corazón, mi pensamiento!
Si me viste, bien mío,
si aquí me viste reservado y frío,
probaba tu ternura.
De imaginarios celos la amargura
sentiste, y tus dolores
regaron mi cariño con las flores
de tu pasión ardiente…
Mas otra vez quemando esta mi frente
la sangre arrebatada;
otra vez se oscurece mi mirada…
Dame esa copa, Andrea.
ANDREA: No.
GARCÍA: Dámela.
ANDREA: ¡Jamás!
GARCÍA: ¿Por qué pasea
tu vista en torno inquieta…?
A la tierra mi planta está sujeta…
¡Cómo el alma te adora!
Una sed insaciable me devora…
¡Esa copa!… ¿Qué esperas?…
¡He de beber, Andrea, aunque no quieras!
(Hace un movimiento hacia la mesa y vacila.)
ANDREA: (Interponiéndose.) ¡Oh, nunca, nunca!…
GARCÍA: ¡Dame!
Y su dulce frescura en mi derrame.
Andrea, tengo frío,
el frío de la muerte…
ANDREA: (Con terror que quiere ocultar) No, bien mío.
GARCÍA: Su helada mano siento.
ANDREA: Te engañas.
GARCÍA: Este vértigo violento,
que al cielo me arrebata,
siento, adorada Andrea, que me mata.
ANDREA: No temas: él me dijo
que era por nuestro bien… mi amor bendijo.
GARCÍA: ¡El!… ¿Quién es?… Al momento…
ANDREA: Mi padre.
GARCEA: ¡Dios! ¿Qué dice? ¡Oh qué tormento!
¿Tu padre. Andrea?…
ANDREA: El mismo.
GARCÍA: ¡Y has abierto a mis plantas el abismo!
ANDREA: Un filtro milagroso
él me dió para ti…
GARCÍA: ¡Dios poderoso!
ANDREA: Y me amarás, García.
GARCÍA: ¡Y tú, desventurada! ¡Oh rabia impía!…
Tú ese filtro me diste,
y sus promesas escuchar pudiste!
Me ahogo, me sofoco…
¡Ay, de la muerte los umbrales toco!…
(Cae desplomado en un sofá.)
Recopilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…