Teatro Yucateco
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ACTO SEGUNDO
ESCENA XI
ANDREA Y DON GARCIA
GARCÍA: (Deteniéndose en el fondo, por cuya puerta acaba de entrar)
¡Ella! -¿Tú tan pensativa?
¿Tan inquieta y recelosa?
ANDREA: ¿Pudiera ser más dichosa?
GARCÍA: ¿Tú, reservada y esquiva?
ANDREA: No es esquivez el temor
de perder en un instante
todo cuanto el pecho amante
soñó en placeres y amor.
GARCÍA: No me explico tus enojos.
ANDREA: Ni yo tan pronta mudanza.
GARCÍA: ¿Y puedes tú?…
ANDREA: Tanto alcanza
quien sabe leer en tus ojos.
GARCÍA: Espejos de mi alma son.
ANDREA: Verdad es para mi daño.
GARCÍA: Pues si es verdad, es extraño
que te oculten mi pasión.
ANDREA: El fuego en ellos ardía…
GARCÍA: Tanto fué, que aún estoy ciego.
ANDREA: Siguen las sombras al fuego
como la tiniebla al día;
y si intensa claridad
su luz a los ojos niega,
la vista se ofusca y ciega
perdida en la oscuridad.
Luz fué de espléndido día
aquel amor tan inmenso.
GARCÍA: ¿Y en eso pensabas?
ANDREA: Pienso
que es ya de noche, García.
Gusta el alma de la flor
que con blando movimiento,
en su tallo agita el viento
sutil y murmurador.
Sigue la vista en las ramas
al ave que va ligera
por el bosque y la pradera,
envuelta en plumas de llamas.
La mirada se fascina
Tras el pez ágil y vago
que dora el sol en el lago
entre el agua cristalina.
Mas, ¿qué te importa la rosa
que yace en los campos seca,
y en pálida sombra trueca
la color maravillosa?
¿Qué el ave junto a la flor
que perdió la vida breve,
al golpe del plomo aleve
de un astuto cazador?
¿Qué son sus plumas de llamas
de la intemperie a merced?
¿Qué son en la extensa red
del pez las ricas escamas?
¿Qué es ya la hermosa judía
de tus ensueños tesoro,
si presa en jaula de oro,
gime y llora tu falsía?
Ave a quien mató tu aliento,
pez en la red del dolor.
GARCÍA: ¡Andrea!
ANDREA: Pálida flor
que hizo pedazos el viento…
Basta, señor, basta a fe
de fingimientos y agravios:
Harto en la miel de esos labios
el desengaño apuré.
GARCÍA: Ya ves que todo lo dejo
por tu cariño.
ANDREA: ¡Ay de mí!
GARCÍA: Por ti, bien mío, por ti
dejé el salón del Consejo.
Mas basta ya de reproches;
torne a lucir la alegría
que allá en tu hogar, vida mía,
brilló en tu faz tantas noches.
Mi pecho sufre el pesar
de una secreta amargura,
y en tu amorosa ternura.
Dulce paz intento hallar.
Escucha, Andrea: -¿Por qué
un hondo presentimiento
asalta a cada momento
mi corazón? -No lo sé…
Tu súplica apasionada
tal vez…
ANDREA: (Con ansiedad y ternura.) Prosigue, García.
GARCIA: La imagen grave y sombría
de esa madre desdichada,
que fué a tus pies a rogar
hecho el corazón pedazos,
y ese imbécil de Collazos…
(Se acerca a la mesa y bebe del refresco, mientras ANDREA hace una exclamación de gozo.)
ANDREA: ¡Ah! ¿Le vas a perdonar?
GARCÍA: ¿No es por él por quien así
te miro a mi lado? Dime…
ANDREA: (El corazón se me oprime.)
Sí, por él me ves aquí.
GARCÍA: Al cruzar esos salones,
mil recuerdos me asaltaron,
y por mi mente cruzaron
extravagantes visiones.
Después, sin pensar en ello,
me fingió la fantasía,
de la noble madre mía
el rostro pálido y bello;
y al contemplarlo un instante,
miré rodar lentamente,
pura, una lágrima ardiente
por su severo semblante.
Fijé mi vista intranquila
en sus ojos, de tal suerte,
que vi una sombra de muerte
a través de su pupila.
Y temblé, temblé por ella,
soñando estar en sus brazos,
y me acordé de Collazos,
de la angustiosa querella
De su pobre madre triste.
y de la mía, y… sin calma,
en lo profundo del alma,
dolor que no se resiste
sentí, y una voz gritaba:
“Ten piedad, ten compasión.”
Y aquí tienes el perdón.
ANDREA: (Con arrebato de pasión.) ¡Oh! ¡García, así te amaba!
GARCIA: (Enjugándose una lágrima)
¡Calla, calla!… Ignoren
todos mi debilidad.
¿Entiendes?
ANDREA: (Loca de gozo) ¡Dios de bondad!
¡Que no sufran, que no lloren!… (Váse.)
ESCENA XII
ANDREA, GIL Y SAMUEL, que salen precipitadamente cuando aún no ha desaparecido GARCÍA
ANDREA: (Bajo)
¡Padre! me ama.
No es verdad.
SAMUEL: Dale ese filtro.
ANDREA: ¡Señor!
SAMUEL: ¡Confía en mí, ten valor
y conjura su maldad!
(Empujándola para que siga a DON GARCIA. Se va ANDREA con lentitud y con paso vacilante)
SAMUEL: (Después de una pausa y con profunda emoción) ¿Se fué?
GIL: Se fué. ¿Por qué en vano
alentáis sus esperanzas?
SAMUEL: (Con grande energía y cogiéndolo de un brazo, le dice al oído con voz hueca.) Gil, ¡el dios de las venganzas hoy nos tiene de su mano!
Fin del acto segundo
Recopilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…