Teatro Yucateco
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ACTO SEGUNDO
ESCENA IV
D. GARCÍA: (Solo, después de una pausa.)
¡Pobre mujer! La piedad
cuantas veces te ha perdido…
¡Cuántas a la humanidad!
¡Pobre mujer! Todo ha sido
en ella debilidad.
Debilidad el favor,
debilidad los placeres,
debilidad el dolor…
Sabiendo lo débil que eres,
¿cómo temer tu rigor?
¡Tu barca rota se estrella!
Más con los despojos de ella
vendrás a buscar abrigo
contra la mar, y conmigo
a querellar tu querella.
Ahora por débil suspiras
en honda ansiedad tirana,
porque piadosa deliras;
más si mañana me miras
a tus pies, ¿qué harás mañana?
Dar al olvido la pena
de ese compasivo ardor,
y de seducciones llena,
doblar la frente serena
bajo el yugo de mi amor.
ESCENA V
D. GARCÍA y el CAPITÁN
CAPITÁN: ¡Señor!
GARCÍA: ¿Qué quieres?
CAPITÁN: Un hombre
de vos solicita audiencia.
GARCÍA: A tal hora esta exigencia…
Capitán, ¿dijo su nombre?
CAPITÁN: No tal.
GARCÍA: ¿Le conoces?
CAPITÁN: Sí;
Sí, señor, es ese anciano
que en un paraje cercano
vive a una legua de aquí.
solo en el campo.
GARCÍA: Ahí
CAPITÁN: Le digo…
si consentís…
GARCÍA: Si, consiento
que pase él solo al momento,
porque ese anciano es mi amigo,
(Váse el CAPITÁN)
El cielo en su amparo acuda.
ESCENA VI
D. GARCÍA, SAMUEL y el CAPITÁN que trae a SAMUEL de la mano, y después de dejarle en el proscenio, se retira a una señal de GARCÍA
SAMUEL: (Escucha los pasos del CAPITÁN que se aleja, y al sentirse solo con D. GARCÍA, dice aparte)
¡Dios me tenga de su mano!
GARCÍA: Decid, ¿qué queréis, anciano?
SAMUEL: (Reconociéndole en la voz. Aparte.)
¡Su voz es, su voz, no hay duda!
Fácil es de comprender (A GARCÍA)
a lo que vine.
GARCÍA: Hablad luego.
SAMUEL: Si conocéis a un Don Diego…
GARCÍA: ¿Si conozco un mercader
a quien vos conocéis mucho?
Mas dejad vanos rodeos,
y decid, vuestros deseos
¿cuáles son?
SAMUEL: ¿Cuáles?
GARCÍA: Ya escucho…
SAMUEL: (Con gravedad.) Busco a mi hija.
GARCÍA: La tendréis
si escuchando mis razones…
SAMUEL: La quiero sin condiciones.
GARCÍA: Jamás, si así la queréis.
SAMUEL: Su padre soy.
GARCÍA: Soy su amante.
¡Y me lo dice el villano!
GARCÍA: (Con suavidad, tratando de calmarse.)
Templad la cólera, anciano;
ni una palabra infamante
deje escapar vuestra lengua.
Pensad que cual vos, la adoro
y el ultrajar mi decoro
ha de ser del vuestro en mengua.
SAMUEL: ¿Qué os da derecho?
GARCÍA: Su amor.
SAMUEL: ¿Su amor decís?
GARCÍA: Y es bastante,
porque del amor delante…
SAMUEL: Ha estado siempre el honor.
GARCÍA: ¡Y de ella duda!
SAMUEL: Se gasta
mi paciencia, y si he podido…
GARCÍA: Si a eso sólo habéis venido,
¡basta, por mi vida!
SAMUEL: ¡Basta! (Breve pausa.)
Le basta a un padre angustiado
en noche eterna y sombría
callar su melancolía,
poner al labio un candado;
verter el llanto a torrentes
Sin sólo un ser en el mundo
que enjugue el surco profundo
de sus lágrimas ardientes…
Y bajar ¡oh desventura!
sombrío y desesperado,
el escalón ignorado
de su negra sepultura,
sin la amorosa caricia
de su infeliz hija bella…
¡Devolvédmela, que ella
era mi única delicia!
Si comprendiérais, señor,
lo ardiente de mi delirio,
lo intenso de mi martirio,
¡lo horrible de mi dolor!
Mil veces –¡tanto me amaba!
Calmó mi acerba amargura
con una lágrima pura
que en mis mejillas dejaba.
Cuantas, señor, si doliente
a mi angustia sucumbía.
Su filial idolatría
¡un beso daba en mi frente!
Y era aquel beso el contento,
y era aquel beso el placer…
¿Qué he de hacer, qué voy a hacer
en las horas de tormento,
cuando las penas cuitado
mi razón cansada ofusquen,
cuando mis manos la busquen,
y no la encuentre a mi lado?…
Sin ella la lobreguez
de la vida me acobarda;
¡Si era el ángel de mi guarda!
¡Si era el sol de mi vejez! (Dobla la rodilla.)
Vedme humillado, señor,
tened compasión de mí
que para mirarme así,
¡cual no será mi dolor!
GARCÍA: Alzad del suelo ¡oh tormento!
Pues no debo permitiros….
(Levantándolo con energía.)
Alzad y oídme un momento.
¿Consentiréis si es que voy
como otras veces…?
SAMUEL: (Con gran sorpresa.) ¡Insiste!
GARCÍA: Si pasa la vida triste…
SAMUEL: No prosigáis, por quien soy.
GARCÍA: ¿Me abrís de vuestra morada
las puertas?
SAMUEL: No sé mentir.
¡No, nunca!
GARCÍA: Y ¿queréis partir
con ella?
SAMUEL: A tierra ignorada.
Allí donde tu pupila
jamás con su luz la hiera;
Allí donde oculta muera
con su deshonra tranquila.
Yo su error daré al olvido;
que mi amor todo lo vence,
y cuando no me avergüence…
GARCÍA: (Interrumpiéndole con decisión.) ¡Callad! que la habéis perdido.
SAMUEL: ¡D. García!
GARCÍA: ¡Sí, por Dios!
Pues que mártir la queréis,
nunca, Samuel, la tendréis:
Ella ha muerto para vos.
SAMUEL: ¡Señor Conde!
GARCÍA: Insensatez
fuera insistir, por mi vida.
SAMUEL: ¡Que esta para mí perdida!
GARCÍA: Oíd, por última vez…
Si de mi nombre al abrigo…
SAMUEL: ¡Mentís!
GARCÍA: Ese insulto doble.
SAMUEL: ¡Es judía!… ¡Vos sois noble! (Con ironía.)
GARCÍA: Amor la iguala conmigo.
SAMUEL: ¿Amor? ¿Y el nombre sagrado,
Conde, del amor invocas?
¿Y piensas que así sofocas
Mi indignación, desdichado?…
De la justicia a favor
dominara tu poder;
pero yo no quiero hacer
público tu deshonor.
Me has visto a tus pies de hinojos,
pues bien; si sólo un instante
la luz del sol centellante
iluminara mis ojos;
Si me miraras, ¡villano!
Desesperado, sin calma,
con la cólera en el alma,
con el acero en la mano
y no temblaras de miedo…
GARCÍA: ¿Miedo yo? ¡Por vida mía!
SAMUEL: ¿Lucharías?
GARCÍA: ¡Lucharía!
SAMUEL: ¡Justo Dios! ¿por qué no puedo
cuentas tomar de mi honor?
¡No me ultrajará a mansalva!
Oíd, Conde de Peñalva:
Ciego y anciano, al horror
de la adversidad sujeto,
más con mi justicia fuerte,
a un duelo espantoso… a muerte
en este lugar os reto.
¿Aceptáis?… ¿Decís que no?
¡Nobleza y valor invoco!
GARCÍA: Acepto. ¡Mísero loco!
(Con lastimoso desdén.)
¡Aceptó!… ¡Basta!… ¡Aceptó!…
(Busca la ventura mía
para respirar, espacio.)
¡Sacadme de este palacio!
(Llamando al CAPITÁN que aparece a su voz.)
CAPITÁN, sirve de guía.
Compilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…