Teatro Yucateco
LXIV
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
ACTO SEGUNDO
ESCENA X
SAMUEL, GIL, y ANDREA
SAMUEL: ¡Aquí a tu padre ves!….
De rodillas a mis pies. (ANDREA cae de rodillas.)
¡De rodillas! (Aparta a GIL.) Gil, el frío
de la muerte siento aquí.
Sostenme, que desfallezco…
Es tanto lo que padezco…
ANDREA: ¿Qué es lo que pasa por mí?
SAMUEL: (A GIL) ¿Está de rodillas?
GIL: Gime
a vuestras plantas, señor.
SAMUEL: Di, ¿qué has hecho de mi amor,
qué has hecho de mi honra? Dime,
contesta, si en tu garganta
aún no se hiela el aliento;
si concibes mi tormento
si ya mi dolor te espanta.
ANDREA: Padre, pues culpable fui,
calme un punto la piedad
tu augusta severidad.
Dime, ¿qué quieres de mí?
SAMUEL: Sígueme.
ANDREA: ¡Dios de bondad!
SAMUEL: ¡Desdichada!
ANDREA: ¿Y puede ser?
¿Es posible obedecerte?
SAMUEL: Al instante.
ANDREA: ¿Qué he de hacer?
SAMUEL: Aquí respiro la muerte.
ANDREA: ¡Me siento desfallecer!
SAMUEL: ¡Hija!
ANDREA: No, padre, ¡perdón!
Otra vez de mí te olvida.
Tu paternal compasión
calme el dolor de esta herida
que llevo en el corazón.
Sé que el hombre a quien amé
con ceguedad tan extraña,
y a quien mi vida entregué,
me engaña, padre, me engaña.
SAMUEL: ¡Ah!… ¡Ya lo sabes!
ANDREA: Lo sé;
más es como este dolor
inmensa mi idolatría,
siendo, a mi pesar, mayor,
hoy que dudo de su amor,
el amor que le tenía
GIL: (¡Oh rabia!)
SAMUEL: ¡Andrea! no más
tu acento hiera mi oído…
Mi maldición…
ANDREA: ¡Ah… ¡Jamás!
(Arrodillándose y abrazando las rodillas de padre)
¡Padre!… ¡Padre!
SAMUEL: (Como desesperado, a GIL.) ¿En dónde estás?
Gil, ya todo lo he perdido.
ANDREA: Puedes aún satisfecho
vivir, con que muera yo
Clava un puñal en mi pecho:
Para eso tienes derecho;
para que le olvide, no.
¡Mata y me podré salvar
del tormento de sufrir!
¡Mírame a tus pies llorar!…
SAMUEL: ¡Quita!
ANDREA: El valor de morir
me falta para olvidar.
¿Y qué hacer?
SAMUEL: ¡Llegó la hora!
ANDREA: Ten piedad de mi agonía.
GIL: (¡Oh Dios, la pena roedora
El corazón le devora!)
SAMUEL: (Levantando a ANDREA y demostrando, para seducirla mejor, que le ha conmovido su dolor)
¡Ay hija! ¡Pobre hija mía!
Ven acá, ven, y en mi seno,
de dolor inmenso lleno,
derrama el amargo llanto.
¡Tanto te amé! ¡Te amo tanto!
ANDREA: Padre mío, ¡eres tan bueno!
SAMUEL: Hubo un filtro misterioso,
cuyo poder soberano
para el corazón humano
llegó a ser maravilloso.
De los tiempos en la oscura
noche, perdido se había;
más la constancia, hija mía,
que ablanda la peña dura:
el estudio y la experiencia
A la voluntad sujetos,
que revelan los secretos
Mas ocultos de la ciencia;
a fuerza de consultar
y el deseo de inquirir,
me han hecho al fin descubrir
aquel filtro singular….
Le traigo aquí; tu cruel
amargura presentía.
¡Todo de él me temía!
¡Todo lo esperaba de él!
Mas puesto que en hora ingrata
encadenó tu albedrío,
y es tan grande el poderío
de tu pasión insensata,
Vierte en su copa el licor
que en este frasco se encierra:
Con él no hay alma en la tierra
que se resista al amor.
ANDREA: ¡Ah!
SAMUEL: En amor ardiendo el pecho
caerá a tus plantas rendido.
ANDREA: (Con gozo contenido.) ¡Padre!
SAMUEL: Pues tú lo has querido…
GIL: (¡Si fuera lo que sospecho!)
SAMUEL: Toma. (Dándole el frasco.)
ANDREA: Sí, y he de poder…
SAMUEL: Cuando el Conde duerma, ¿estás?
Unas gotas dejaras
entre sus labios caer.
Llegan. (Se oyen pasos.)
ANDREA: Es él.
SAMUEL: Allí espero.
Vamos, Gil, vamos de aquí.
ANDREA: (Apoyándose en un sillón.)
Estoy temblando ¡ay de mí!
siento que de angustia muero.
Compilación de Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…